Aprender a vivir bien, amarse uno para amar a los demás
- Mónica de Simone, ex guía de Alma
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Amé la visita que hicieron los Monjes Tibetanos a Santiago, especialmente la de aquella mañana del 29 de diciembre en el Parque O’Higgins, en que además de regalarnos un puñadito de arroz a cada uno de los asistentes, -para la prosperidad, el amor y la buena fortuna-, nos instaban a “vivir una vida bonito”. “Salude a su hijo cuando vuelva del colegio, recíbalo con amor, pregúntele cómo le fue”, eran los consejos de pura sabiduría cotidiana que destilaban estos seres puros, llenos de luz.
Una de mis mejores amigas es sicóloga y me cuenta que hace tiempo, más que aplicar su disciplina y sus conocimientos técnicos, en su consulta debe primero enseñar a la gente a vivir bien. Sí, tal como está usted leyendo. El arte de vivir sanamente parece ir desdibujándose cada vez más en la sociedad que hemos construido.

Tenemos que aprender el amor incondicional, ese que surge desde la esencia, no desde el ego, al estar conectado con uno mismo. Escucharse primero es, valga la redundancia, lo primero. Lo dijo Jesús hace más de dos mil años: Amar al prójimo como a uno mismo. Amarse, conocerse, perdonarse a uno mismo, para luego generosamente poder amar a otros. Entender que somos una totalidad y que todos nuestros actos individuales tienen consecuencias grupales: lo que yo haga o piense influye en muchos otros, pues somos seres interconectados.
Aprender a ser seres adultos y responsables, empoderándonos como seres humanos. Aprender a hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestros actos, sin echarle la culpa al empedrado. El camino empieza con la autodisciplina y la responsabilidad, palabra que deriva de responder. Si usted ha decidido que se acostará a las 10 PM, usted se va a la cama a las 10 PM, a no ser que haya una emergencia. Si usted ha resuelto comer a ciertas horas, entonces come a esas horas. Si usted dice que llegará a las cuatro, llega a las cuatro, pues ¡su palabra vale!. Así se crean el hábito y el ritmo. ¡Esta es la verdadera libertad! ¡La de gobernarse a uno mismo (a)!
Perder para ganar
Aprender, que a veces, hay que perder para ganar.
Aprender el alto costo emocional que tiene el no saber poner límites, el no saber decir no.
Aprender que la vida es como el vaivén de las olas, y que cuando todo no va como uno quisiera, hay que mirar atentamente cuál es la lección que nos deja esa experiencia, fluyendo de la mejor manera posible, encontrando el centro aún en medio de la tormenta. ¡Esta es la verdadera paz!
Aprender que no controlamos nada, que hay que dejarse sorprender, que la vida es siempre caos por más que algunos quisieramos fuese un valle de estabilidad. Aprender el desapego y poder reir, confiada.
Aprender la importancia de usar bien el lenguaje para decir exactamente lo que queremos decir, pues cuando existe armonía entre la verbalización y la acción, la vida se vuelve más liviana, más simple. Si extraña a alguien, no le diga, ¿dónde has estado?, dígale con todas sus letras: te he extrañado.
Aprender a recogerse un momento del día en forma relajada, sólo para autobservarse y ver cómo la mente vaga de un pensamiento a otro. Y así de a poco, ir limpiándola, apaciguándola, calmando las aguas interiores.
Aprender que cada instante de la vida es precioso y que hay que honrarlo haciéndolo consciente; todo un arte vivir en el presente; requiere mucho de trabajo personal estar aquí y ahora, no allá y entonces.
Aprender finalmente, que todo es perfecto, en orden divino, justicia divina y amor divinos.
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