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¿Cómo está tu vaso? ¿Medio lleno o medio vacío?

Algo está pasando cuando a alguien le va bien, y el resto, en vez de felicitarlo, lo ignora. O lo agrede. Sólo en corazones estrechos pueden existir miradas tan mezquinas.

Mientras tomábamos un café, una amiga me comentaba que Venezuela es el segundo país en el mundo posicionado en el ranking de pasarlo bien. Chile también está segundo, pero de abajo hacia arriba.

En Santiago hay más farmacias en los barrios que cafés, lugares en los cuales uno se relaciona y crece, y en definitiva  se va ensayando esto de ser.

Hace unos años atrás, Jorge Díaz, el dramaturgo, afirmaba que el diván del psicólogo, en algunas ciudades, está en la calle. Basta ver como en Madrid, o en el más cercano y siempre amado Buenos Aires, la calle se vive, está llena de cafés llenos de gente.

Algo está pasando en Santiago que tantos creen que la pastillita para la depresión, o para la angustia, o para dormir, le solucionarán la vida, cuando la sanación de verdad, no puede ser express ni de microondas, sino venir de adentro, de un trabajo largo y sostenido sobre las heridas, buscando nuevas opciones de vida, dentro de las posibilidades que se tengan.

Algo está pasando en Santiago, cuando en el vaso con agua, atendemos a la mitad que falta, sin importarnos nada toda la mitad que ya tiene.

Algo está pasando cuando, en una fiesta de veinte personas, diecinueve empatizan con nosotros, y sin embargo nos quedamos obsesionados con la única que no lo hizo.

Algo está pasando cuando a alguien le va bien, y el resto, en vez de felicitarlo, lo ignora. O lo agrede. Sólo en corazones estrechos pueden existir miradas tan mezquinas.

Por el contrario, solamente en corazones generosos,  con una autoestima saludable, pueden surgir respuestas activas y positivas frente a cualquier “vaso”.

Ya sea en el trabajo, en el amor, en una charla, en una película, en una tragedia, en cualquier circunstancia de la vida, el de corazón puro, adulto y maduro emocionalmente, tomará del vaso las lecciones que le sirvan, sin empantanarse con las que no.

Pues la  serenidad de espíritu, que gusta de anidar en corazones amplios, es la que hará posible tanto el aprendizaje como el disfrute de la vida.

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