80 años de la muerte de Adolf Hitler: Así fueron sus dramáticas últimas horas

A las 15:30 hrs. de la tarde del 30 de abril de 1945, el Führer y su amante Eva Braun se suicidaron en el búnker de la Cancillería en Berlín.

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A las 22.30 hrs. del 1 de mayo de 1945, algunas radios alemanas emitieron este impactante mensaje: “Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”.

Por supuesto, la noticia no era exacta, pues Hitler, sindicado por la Historia como el causante del Holocausto Judío y la Segunda Guerra Mundial, había muerto un día antes, y no en combate sino que tras suicidarse pegándose un tiro en su refugio subterráneo de Berlín.

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El 21 de noviembre de 1944, Hitler abandonó su refugio conocido como “Wolfsschanze” (“Guarida del Lobo”) en Rastemburgo (Prusia oriental) y tomó el tren para dirigirse al oeste a su cuartel de Adlerhorst (cerca de la frontera con Bélgica y Luxemburgo), desde donde lideró la ofensiva de las Ardenas.

Tras el fracaso de esta operación, el Führer volvió a Berlín el 16 de enero de 1945 y se refugió en el búnker construido debajo de la Cancillería, una enorme estructura de 30 salas y habitaciones con muros y techos de cuatro metros de espesor que -salvo una visita al frente el 3 de marzo- no abandonaría hasta su muerte.

El historiador alemán Harald Sandner, entrevistado por el medio BBC Mundo, relató que “a partir del 24 de enero, Hitler durmió siempre en el refugio. Para principios de abril, el líder nazi casi ni salía a la superficie, pues para ese momento las tropas soviéticas, las cuales estaban a decenas de kilómetros al este de la ciudad, iniciaron un feroz ataque de artillería.

Hitler permaneció casi toda su última semana de vida en el búnker, apenas salió el 20 de abril, el día de su cumpleaños, para recibir a unos invitados en la Cancillería y luego el día 23, cuando salió brevemente a dar un paseo por el jardín y allí le tomaron sus últimas fotos”.

Sandner agregó que “el ambiente en el búnker era deprimente, porque todos sabían que la guerra estaba perdida. Hitler dormía hasta muy tarde, hasta después del mediodía. Participaba en reuniones informativas con sus generales dos veces al día. Luego tomaba el té y le dedicaba monólogos a sus secretarias hasta la madrugada”.

El 20 de Abril de 1945 Hitler hizo una de sus su últimas salidas desde el Führerbunker a la superficie. En el jardín de la Cancillería del Reich, otorgó varias Cruces de Hierro a jóvenes miembros de la Hitlerjugend.

El 20 de Abril de 1945 Hitler hizo una de sus su últimas salidas desde el Führerbunker a la superficie. En el jardín de la Cancillería del Reich, otorgó varias Cruces de Hierro a jóvenes miembros de la Hitlerjugend.

El 20 de marzo de 1945, en los jardines de la Cancillería, cerca del búnker, Hitler pasó revista a unos cincuenta oficiales de las SS y niños de las Juventudes Hitlerianas, condecorando a varios de ellos con sendas cruces de hierro. Se veía físicamente deteriorado, encanecido y aquejado de fuertes temblores en uno de sus brazos debidos a la enfermedad de Parkinson.

El día después de su 56º cumpleaños, el 21 de abril, Hitler, moviendo en el mapa a ejércitos imaginarios, ordenó a tres generales lanzar una contraofensiva para romper el cerco que los soviéticos habían tendido sobre Berlín. Nadie se atrevió a contradecirlo, pero al día siguiente los generales le comunicaron que los rusos ya habían entrado en la capital alemana.

Tal como aparece en una de las escenas más famosas de la película “La Caída” (2005), Hitler estalló en un feroz ataque de cólera contra sus generales y admitió, por primera vez en voz alta, que la guerra estaba irremediablemente perdida. “No puedo seguir. Mi sucesor se encargará”, apostilló.

Más tarde seguirían los malos ratos. El mariscal Hermann Goering, jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana), le envió a Hitler un telegrama pidiéndole permiso para relevarlo en el poder, una jugada que el Führer vio como una verdadera traición, por lo que le ordenó que renunciara a todos sus cargos y propiedades, si no quería ser ejecutado por traición.

No sería la única “traición” de esos dramáticos días. El 28 de abril, Hitler se enteró que Heinrich Himmler, el jerarca de las SS, estaba pensando en entrar en tratativas de paz con los mandos estadounidenses y británicos. “Todos me han mentido, todos me han engañado, nadie me ha dicho la verdad. Las Fuerzas Armadas me han mentido y ahora las SS me han abandonado”, habría dicho el dictador, según un reporte de Guy Liddell, exjefe de la división de contraespionaje británica durante la Segunda Guerra Mundial.

 

A medida que las tropas rusas controlaban Berlín y avanzaban hacia el distrito gubernamental, Hitler anunció a sus más cercanos que no dejaría la capital y que se quitaría la vida. Uno de los subordinados del dictador, Johann Rattenhuber, recordaría que “Hitler estaba literalmente destrozado. Su rostro era una máscara de miedo y confusión, con la mirada perdida de un maniático y una voz casi inaudible”.

El 29 de abril el dictador se casó con su amante Eva Braun, comenzó a despedirse de quienes estaban en el búnker y luego dictó su testamento político a su secretaria, Gertrud Junge. “Mi esposa y yo elegimos la muerte para evitar la vergüenza de la destitución o la capitulación. Nuestros cuerpos deben ser quemados inmediatamente”, estableció Hitler en su testamento, pues temía que los rusos exhibieran su cadáver en Moscú.

El día 29 de abril Hitler comenzó a realizar los últimos preparativos para su suicidio. Ese mismo día se enteró de la muerte del dictador italiano Benito Mussolini y de su amante Clara Petacci, asesinada el día anterior. Los restos de ambos habían sido ignominiosamente expuestos -colgados de los pies- en una plaza de Milán, donde sufrieron las iras y la befa de la multitud.

En la mañana del 30 de abril de 1945, Hitler reunió al equipo médico para despedirse y explicarles cómo proceder después de su suicidio. Tras una silenciosa comida, se despidió de sus secretarias regalándoles una pastilla de cianuro, así como de la familia Goebbels, que le pedía que no se suicidara.

Hitler y su amante Eva Braun.

Hitler y su amante Eva Braun.

Alrededor de las 15:30 hrs. de la tarde del 30 de abril, el Führer y Eva Braun se despidieron de sus ayudantes y entraron en una pequeña sala del búnker. Tras cerrar la puerta, se escuchó un único disparo, el de la pistola de Hitler. Eva Braun no había llegado a disparar la suya por el rápido efecto del cianuro.

Algunos de los ayudantes y subordinados de Hitler, como Otto Günsche, Heinz Linge, Artur Axmann y Martin Bormann, se asomaron en la habitación y encontraron a Hitler y Eva Braun sentados en el sofá del despacho; ella, recostada a su izquierda desprendiendo el olor a almendras amargas característico del ácido prúsico y con el revólver al lado que no llegó a utilizar, mientras que Hitler tenía a sus pies la pistola Walther PPK de 7,65 mm con la que se había descerrajado un tiro en la sien derecha, de cuya herida seguía manando sangre.​

A los pocos minutos los ayudantes sacaron ambos cadáveres cubiertos con mantas, los subieron a los jardines de la Cancillería, los echaron en un agujero que habían cavado, los rociaron con combustible y les lanzaron un fósforo para quemarlos, tal como había sido el último deseo de Hitler.

“El pueblo alemán no ha luchado heroicamente y, por ello, merece perecer. No soy yo quien ha perdido la guerra, sino el pueblo alemán”, había apostrofado el dictador en las horas previas a su muerte.

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El 1 de mayo de 1945 el almirante Karl Dönitz, elegido en el testamento como sucesor de Hitler, hizo pública la noticia de la muerte del dictador alemán. Stalin, incrédulo, mandó varias unidades especiales soviéticas para interrogar a los allí capturados y buscar los cadáveres en la Cancillería del Reich. El 9 de mayo encontraron intactas las piezas dentales de ambos.

Según la documentación del Comité para la Seguridad del Estado de la URSS, los restos de Hitler y Eva Braun habrían sido llevados a la ciudad de Magdeburgo, donde los habrían enterrado en cajas de madera. En 1970, el primer ministro soviético mandó un equipo especial a Magdeburgo para destruir secretamente los dos cadáveres, quemando los restos y arrojando finalmente las cenizas al río Biederitz.

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