Edith Eger: La joven bailarina judía que salvó su vida al danzar ante el criminal nazi Josef Mengele
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- Héctor Fuentes
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Edith Eger nació en 1928 en Kosice, Hungría, donde vivió hasta los 16 años con sus padres y hermanas. Por entonces era una joven y talentosa bailarina, que había sido seleccionada para participar en los Juegos Olímpicos de Berlín, pero sería excluida por ser judía, lo que sólo sería el principio del terror. En marzo de 1944 su familia fue capturada por los nazis y trasladada al campo de exterminio de Auschwitz, donde se salvó de morir en las cámaras de gas gracias a que bailó para el mismísimo Josef Mengele, el sádico doctor nazi conocido como “El Ángel de la Muerte”.
En su libro “La bailarina de Auschwitz”, donde Enger narra en primera persona su traumática experiencia en los campos de la muerte, recuerda así aquel episodio:
“El doctor Mengele es un asesino refinado y un amante de las bellas artes. Por las noches, busca en los barracones presas con talento para que lo entretengan (…) Pequeña bailarina -me dice- baila para mí. Indica a los músicos que empiecen a tocar. Los ojos de Menguele me miran fijamente. ¡Baila! – ordena de nuevo. (…) Mi corazón se acelera. Y en la oscuridad privada de mi interior oigo las palabras de mi madre, como si estuviera aquí, susurrando por debajo de la música: recuerda que nadie puede quitarte lo que pones en tu mente”.
Su talento como bailarina, al cabo, le permitiría a Edith Enger sobrevivir a las cámaras de gas, una suerte que no disfrutarían sus padres. En 1945 fue rescatada por soldados americanos y junto a su hermana Magda, que también logró sobrevivir a Auschwitz, volvió a su ciudad natal.
En 1949, ya casada y con un hijo, emigró a los Estados Unidos, donde tras trabajar como obrera en una fábrica, se doctoró en psicología, especializándose en la atención de pacientes graves con estrés post traumático.
Sobre su desoladora experiencia en los campos de concentración nazis, la otrora bailarina confesó que “en Auschwitz, en Mauthausen, en la marcha de la muerte, sobreviví recurriendo a mi interior. Encontré esperanza y paz dentro de mí, incluso cuando estaba rodeada de hambre, tortura y muerte…Cada momento es una elección. Por muy frustrante, aburrida, limitadora, dolorosa u opresora que sea nuestra experiencia, siempre podemos decidir cómo reaccionar. Darme cuenta de eso cambió mi vida. Si yo viviera en el dolor y el enojo no sería tan feliz. Aún en el lugar más oscuro, la gente puede sacar lo menor de sí misma. Entendí a la experiencia en Auschwitz como la oportunidad para descubrir qué había dentro de mí, ya que nada viene de afuera. Las peores experiencias pueden ser nuestras mejores maestras”.
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