Impactante: La armadura francesa traspasada por una bala de cañón durante la batalla de Waterloo
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- Héctor Fuentes
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El 18 de junio de 1815 se produjo la célebre batalla de Waterloo, a unos veinte kilómetros al sur de la actual Bruselas, que enfrentó al ejército francés comandado por el emperador Napoleón Bonaparte, y a las tropas británicas, neerlandesas y alemanas dirigidas por el duque de Wellington junto con el ejército prusiano del mariscal von Blücher. El saldo de la batalla fue una derrota inapelable de las fuerzas napoleónicas, que provocaron el final del primer Imperio francés, y la prisión definitiva de Napoleón en la distante isla de Santa Elena hasta su muerte.
Entre los vestigios que han quedado de esta importantísima batalla -y que hoy se puede admirar en el Museo del Ejército de París- se encuentra la armadura de François-Antoine Fauveau, un coracero de 23 años de edad que luchó en el ejército de Napoleón Bonaparte. El acolchado de la armadura tenía adjunto un libro de pago, que describió al recluta como de “1,79 metros de altura” y poseedor de una “cara larga y pecosa con una frente grande, ojos azules, nariz aguileña y una boca pequeña”. También decía que era mantequero de profesión y que estaba a punto de casarse.
El 21 de mayo de 1815 François-Antoine Fauveau fue enrolado en el 2º regimiento de fusileros, 4º escuadrón, 4ª compañía. Y probablemente debió sentirse muy orgulloso, ya que los dos regimientos de fusileros eran la élite del cuerpo. Sus efectivos lucían unas llamativas corazas de grueso latón dorado sobre hierro, mucho más marciales y deslumbrantes que las de hierro pulido del resto de los coraceros.
La gruesa coraza, de 6.96 kg de peso, que Fauveau portaba durante aquella sangrienta e histórica jornada del 18 de junio de 1815 lo protegió seguramente de puñaladas, estocadas de espada o sable, e incluso del impacto de una bala de pistola, pero no pudo protegerlo de una bala de cañón, tal como se evidencia claramente al ver los efectos devastadores que se evidencian en la coraza perforada violentamente en el lado derecho del pecho del joven François-Antoine.
Al ver el tremendo e impactante orificio dejado por la bala de cañón en la coraza, un orificio de entrada y salida por la espalda, es más que evidente que la muerte del joven coracero francés fue instantánea, y es más que probable que él ni siquiera supiera qué fue lo que lo golpeó y mató.
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