Inés de Suárez: La mujer que enfrentó a los mapuches y salvó a Santiago de su destrucción
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- Héctor Fuentes
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El conquistador español Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, la futura capital de Chile, el 12 de febrero de 1541 a los pies del actual cerro Santa Lucía. El alarife Pedro de Gamboa trazó la incipiente urbe en forma de damero, dividiendo en manzanas el terreno, que se repartieron a la vez en cuatro solares para los primeros vecinos. Sin embargo, siete meses más tarde, la situación era bastante crítica para los primeros conquistadores.
Luego de la ejecución de Martín de Soler y cuatro de sus compañeros, que habían iniciado una conspiración, y la destrucción por parte de los indígenas de los lavaderos de oro del estero Marga Marga y un barco en Concón, que habían provocado la muerte de 13 españoles, los conquistadores se redujeron a 130 hombres, mujeres y niños. Pedro de Valdivia, como medida preventiva ante otro ataque indígena, había capturado a siete caciques (jefes) y los encerró en una celda dentro de la villa de Santiago.
Los historiadores Francisco Antonio Encina y Leopoldo Castedo relatan que “descalabros, conspiraciones y refriegas habían reducido el número de españoles a 130 y pronto cundió el fermento de la sublevación general entre los indios de Aconcagua, Santiago y del Cachapoal. Prefirió Valdivia dispersarlos antes que la rebelión tomara carácter de general y dejó prácticamente abandonado Santiago a un grupo de 32 jinetes y 18 arcabuceros, al mando de Alonso de Monroy, a quien poco antes había nombrado teniente gobernador”.
El ataque indígena, aprovechando la ausencia de Pedro de Valdivia y la mitad de las fuerzas españolas, no se hizo esperar. A las 4 de la mañana del 11 de septiembre de 1541, miles de indígenas dirigidos por el cacique Michimalonco atacaron la villa española de Santiago con una lluvia de flechas y piedras, protegidos de los disparos de arbacuz por la empalizada que habían construido los propios españoles.
“Los indios creían, sin duda, encontrar desapercibidos a los castellanos, y consumar en poco rato su completa destrucción. Pero los defensores de Santiago estaban sobre aviso, y en breves instantes todos los defensores de Santiago estaban sobre las armas”, cuenta el historiador Diego Barros Arana.
Los españoles lograron resistir valerosamente el ataque indígena hasta el alba, aunque su escaso número hacia inviable el descanso. Uno tras otro, iban recibiendo heridas leves o de mediana gravedad, siendo vendados con la manga de la camisa o con otro trapo por Inés de Suárez, la mujer de Pedro de Valdivia, para volver de inmediato a su puesto.
Los indígenas, irritados por la encarnizada resistencia de los españoles después de 12 horas de lucha, prendieron entonces fuego a los ranchos de paja. Imposibilitados de apagar el incendio sin abandonar las trincheras, los conquistadores debieron replegarse a la plaza, el último punto de resistencia, donde continuaron luchando con lanzas y sables, esperando una muerte segura.
Todo parecía completamente perdido, pero Inés de Suárez tomó una decisión providencial que salvaría la vida de los suyos. Tras tomar una espada se dirigió a la habitación donde se encontraban los siete caciques presos y les ordenó a los guardias Francisco de Rubio y Hernando de la Torre que los mataran antes que fueran socorridos por los atacantes.
De la Torre le preguntó entonces: “Señora, ¿De qué manera los tengo yo de matar?”. “¡Desta manera!”, contestó Inés de Suárez, procediendo a decapitar ella misma al primer cacique. A continuación salió al patio dónde se desarrollaba lugar el combate y, blandiendo la espada ensangrentada en una mano y mostrando la cabeza de un indio en la otra, les gritó enfurecida a los indios: «¡Afuera, auncaes!, ¡Que ya os he muerto a vuestros señores y caciques!”, para después arrojar las cabezas de los siete jefes a la indiada que, espantada, se retiró de a poco de la villa asediada.
Encina y Castedo, a propósito de este episodio, relatan que “con la luz consiguieron contrarrestar el ataque, pero eran muy pocos y al incendio de los ranchos de paja hubiera seguido el exterminio de todos los españoles si Inés de Suárez no hubiera salvado la situación, convenciendo a los españoles de la conveniencia de degollar a siete caciques que Valdivia había retenido en la ciudad y arrojar sus cabezas entre los aterrorizado indios. La carga final, en la que la propia Inés de Suárez participó con su cota de malla, definió la pelea y la supervivencia de Santiago”.
El ataque indígena a Santiago, al cabo, trajo aparejado la muerte de dos españoles, de una veintena de caballos y un gran número de indígenas auxiliares, aunque estas pérdidas fueron insignificantes comparadas con el desastre que ocasionó el incendio de la ciudad. A la llegada de Pedro de Valdivia, quien regresó a la villa cuatro días después, se encontró con una desolación tal que nada había quedado en pie. El propio Valdivia escribió que “del combate de ese día, y del incendio de la ciudad, sólo salvaron tres porquezuelas y un cochinillo, un pollo y una polla”, de los que se dispuso fueran cuidados con extremo celo.
Tras la progresiva reconstrucción de Santiago se iniciaría una nueva guerra, “la guerra del vacío”, que duró dos años, donde la mayoría de los indígenas se alejaron de la ciudad para no servir a los invasores, suprimiendo además los sembrados con el propósito de matar a los españoles por el hambre. Pero los peninsulares, si bien sufrieron muchas privaciones, resistieron hasta la llegada en 1543 del Santiaguillo, barco enviado desde el norte que trajo suficientes provisiones para permitir la prosecución de la conquista.
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