La caída de Troya marcó el fatal destino del rey Príamo y el pequeño hijo de Héctor

Neóptolemo, joven hijo del guerrero Aquiles, fue llevado a Troya tras la muerte de su padre para cumplir un destino forjado por los dioses y los hombres.

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Cuando la mítica ciudad de Ilion, mejor conocida como Troya, cayó bajo el poder de los aqueos después de 10 años de asedio, el destino de muchos de sus habitantes cambió para siempre. Entre los héroes griegos que participaron en la toma de la ciudad se encontraba Neoptólemo, también llamado Pirro, el joven hijo del legendario guerrero Aquiles y de la princesa Deidamía, hija del rey Licomedes de Esciro.​

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El mito relata que, criado lejos de la guerra, Neoptólemo fue llevado a Troya tras la muerte de su padre para cumplir un destino forjado por los dioses y los hombres, puesto que el adivino y príncipe troyano Héleno había augurado que los griegos jamás conseguirían tomar la ciudad sin la presencia del hijo de Aquiles entre sus filas.

​Una vez en Troya, Neoptólemo (Pirro) recibió las armas de su padre de manos de Odiseo (Ulises), tomó el mando de los mirmidones en la batalla y no tardó en ganarse la admiración de los aqueos al matar en un combate cuerpo a cuerpo a Eurípilo, un temido príncipe de Asia Menor que había llegado en ayuda de los troyanos.​ Impresionados por la hazaña y la gran valentía que había demostrado a pesar de su mocedad, los aqueos comenzaron a llamar a Pirro por el nombre que conservaría hasta su muerte: Neoptólemo (“el joven guerrero”).

Durante el asalto final a Troya, cuando los aqueos entraron gracias a la estratagema del famoso caballo de madera, urdida por Odiseo, la ciudad ardía por sus cuatro costados y sus habitantes buscaron refugio en templos y santuarios. El anciano rey Príamo, símbolo del linaje troyano y del sufrimiento de su pueblo, se dirigió al altar sagrado de Zeus Herceo, buscando consuelo y protección divina.

Fue en ese lugar donde los destinos del rey Príamo y Neóptolemo -el primero en el ocaso de su vida y el segundo en el umbral de la suya— se cruzaron ineluctablemente. En medio del caos, los lamentos, el fuego y la sangre, Neoptólemo encontró a Príamo. El anciano, abrumado por los años, los sufrimientos y la guerra, mantuvo la dignidad real, recordándole al joven guerrero griego conceptos como el honor y la piedad, pero cumpliendo los hados decretados por las moiras (las diosas del destino), Neoptólemo mató con su espada al último rey troyano frente al altar sagrado de la ciudad.

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En reconocimiento a su valor, además de muchos tesoros, le fue entregada a Neóptolemo la propia Andrómaca, la viuda del guerrero Héctor, así como el adivino Héleno, ambos en calidad de esclavos.

La tradición cuenta que el pequeño Astianacte, hijo de Héctor y Andrómaca, y por lo tanto nieto del rey Príamo, también murió durante el saqueo de Troya. El mismo Neoptólemo, hijo de Aquiles, dio muerte al infante lanzándolo desde lo alto de una torre de la ciudad para vengar la muerte de su padre y para que no llegase a haber jamás un nuevo rey de Troya.

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