“La suerte está echada”: El origen de la histórica frase de Julio César cuando cruzó el río Rubicón
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El río Rubicón, un torrente de poca profundidad ubicado en el noreste de Italia que discurre por la provincia de Forli-Cesena, que desemboca en el mar Adriático, y que servía de frontera terrestre entre Italia y la provincia romana de la Galia Cisalpina, tenía una importancia capital en el Derecho de la antigua República Romana: a ningún general le estaba permitido cruzarlo con su ejército en armas.
El Rubicón entraría en la historia la noche del 10 de enero de 49 a. C. cuando el cónsul y gobernador de las Galias Julio César, decidido a entrar en Italia con su ejército y enfrentarse a las fuerzas de Pompeyo, a quien el Senado había confiado la defensa de la República como última esperanza de salvaguardar el orden oligárquico tradicional, se detuvo un instante ante el río, que marcaba el límite de su poder.
César en ese momento tuvo un momento de vacilación, pues cruzar el Rubicón con sus fieles soldados de la Legio XIII Gemina significaba cometer una ilegalidad: convertirse en enemigo de la República e iniciar la guerra civil.
El historiador romano Plutarco, en su obra “Vida de César”, relata que César “llegó al río que marca el límite entre la Galia Cisalpina y el resto de Italia (llamado Rubicón) … y comenzó a pensar: cuanto más se acercaba el momento decisivo, más lo turbaba la magnitud de aquello que estaba por llegar. Se paró, y en el silencio nocturno, recogido en sí mismo, examinó las ventajas y los inconvenientes de aquella empresa. Más de una vez cambió de parecer, valorando con los amigos presentes, por un lado los males que el cruce de aquel río le causaría a todos, y por otro, la fama que aquel gesto dejaría para la posteridad”.
Al final, Julio César dio la orden a sus tropas de cruzar el río Rubicón, pronunciando en latín la célebre frase “alea iacta est” (“la suerte está echada”) según cuenta el historiador Suetonio en su obra “Vidas de los Doce Césares”, aunque según Plutarco César citó en griego la frase “¡Que empiece el juego!”, del dramaturgo ateniense Menandro, uno de sus autores preferidos.
Como sea que fuere, tras el cruce del Rubicón, y luego que los enemigos políticos de Julio César conocieran la noticia, éstos abandonaron raudamente la ciudad de Roma marchando hacia el sur, sin saber que César estaba acompañado sólo por su decimotercera legión.
Una vez que entró con su ejército a la capital italiana, César iniciaría una guerra civil de tres años (49-46 a.C,) en la que resultaría totalmente victorioso, conquistando primero Roma e Italia, para luego invadir Hispania y dirigirse posteriormente con sus tropas a Oriente, donde se había refugiado su rival Pompeyo.
Desde entonces, la expresión “cruzar el Rubicón” expresa el hecho de lanzarse irrevocablemente a una empresa de arriesgadas consecuencias.
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