Astrología y Los Cuatro Elementos (Primera parte)
- Francisca Maira, Equipo de Astrología y Destino
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Bien sabemos los astrólogos que el misterio de la astrología se funda en un hecho esencial: la existencia de cuatro elementos, esto es, el Fuego, la Tierra, el Aire y el Agua. No es injusto ni reduccionista afirmar que el basamento de la astrología radica en la presencia de estos cuatro elementos, pues el sistema de signos (la rueda de los doce signos del zodíaco), no es más que la triple sucesión de estos cuatro elementos, cuya principal variación está en la modalidad con la que surgen, lo cual se conoce como modalidad “cardinal”, “fija” y “mutable”.
Así, si cada uno de los cuatro elementos hace su aparición tres veces, lo cierto es que su naturaleza creativa le permite aparecer cada vez de diferente manera, algo así como con un nuevo ropaje.
Por ejemplo, en un comienzo (y como inicio arquetípico de la rueda zodiacal), aparece el fuego, el big bang, la explosión de Aries, cuya modalidad es, por supuesto, cardinal: iniciativa pura. Posteriormente, el fuego regresa más adelante a la rueda, esta vez revestido de una cualidad fija, en Leo: estable, arraigada, robusta; finalmente, el fuego hace su tercera y última aparición con un ropaje mutable, Sagitario: movedizo y adaptable, condición que le permite disolver procesos y dar pie a que otros tomen el lugar.
Los doce signos del zodíaco, por tanto, no son más que eso: la danza constante de estos cuatro elementos surgiendo desde diversas modalidades; el fuego “cardinal”, luego la tierra “fija” que estabiliza procesos, después el aire “mutable” que se adapta y es capaz de reconvertirse hasta su misma desaparición, a fin de permitir que aparezca el agua, otra vez cardinal, el fuego fijo…Y así hasta completar la rueda que culmina en el signo de Piscis, cuya propiedad disolvente es propia de la modalidad mutable. De hecho el zodíaco se inicia con el fuego cardinal y concluye con el agua mutable, pasando por diversas modalidades intermedias que animan la presencia de los cuatro elementos.
Este es el juego del zodíaco: cuatro elementos y tres modalidades, lo cual, al multiplicarlo, da como resultado los doce signos (4 x 3 = 12). Tanto el sistema de planetas como el sistema de casas (lenguajes fundamentales de la astrología), son incomprensibles si no nos detenemos un momento en el primer sistema, el sistema de signos, y más aun, si no profundizamos en la presencia de los elementos que lo conforman. De este modo, descubrimos que la esencia de la astrología radica entonces, con propiedad, en el despliegue de estos cuatro elementos, que no sólo constituyen una fórmula conceptual que permite comprender la astrología desde su origen, sino algo mucho más profundo: comprendernos a nosotros mismos reconociendo en los elementos la sustancia misma que nos conforma como individuos.
La noción de cuatro, de lo cuaternario, es, simbólicamente hablando, una representación de lo encarnado, del mundo material, y por mucho que la mirada del astrólogo se eleve hacia los cielos y vuele hacia lo alto, la astrología es un camino de autoconocimiento para seres humanos que viven una vida terrena. Sí, concuerdo con aquella idea de que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, por cierto, pero muchas veces lo olvidamos, eclipsados por la añoranza de algo vasto y etéreo, que –a mi juicio- es nuestra verdadera naturaleza y que necesitamos recordar en este plano, pero a base de experiencias reales, humanas, encarnadas y corpóreas. No por nada, sobre la proyección de los astros en el cielo surge otro sistema fundamental de la astrología que es el sistema de casas o dominios mundanos que remiten a experiencias arquetípicas por las que todo individuo atravesará en su camino de individuación.
La consulta astrológica
Así, la simple idea de reconocer que en nosotros anidan los cuatro elementos, de que tal vez alguno de estos se mueve con más propiedad que otros, abre un espacio de aprendizaje enorme para todos. De hecho creo que la consulta astrológica es exactamente eso: mostrarle a un ser humano posibilidades diversas de abrir su horizonte, de ampliar su mundo, de aprender no sólo a hacer, sino a ser un nuevo ser, y si esto implica avivar el fuego extinto, dejar un rato de lado la tierra cauta y convencional, para elevarse con liviandad y espíritu lúdico al ancho cielo, bienvenido el trabajo con los cuatro elementos.
Pienso que a veces para los astrólogos, estos cuatro elementos constituyen algo así como un “contexto de obviedad” que precisamente por obvio omitimos. Mi invitación es a detenernos un momento en el poder de los cuatro elementos; a sentir cómo palpitan e nuestro interior; a otorgarles voz, a ver qué nos quiere decir el abuelo fuego, a dejarme acariciar por la madre tierra, por ejemplo, a despertar a cada uno de estos elementos en nuestro entorno, llenarnos de su presencia, danzar con ellos, a ver qué pasa, cómo me siento, qué soy capaz de descubrir o escuchar en mí que antes no veía.
¿Con qué elementos resueno naturalmente? ¿Cuáles me son indiferentes, a cuál temo, de cuál me siento más lejano? Los cuatro elementos están presentes en todo, aunque se manifiesten a veces de maneras insospechadas, y están ahí, esperando a que los descubramos y dialoguemos un momento con ellos. ¿Hace cuánto tiempo que no te atreves a conversar con tu fuego? ¿Qué pasaría si te detienes un rato a escuchar el sonido de tus aguas? ¿Qué pasa si dejas que la brisa de tu aire te despeine un rato? Te invito a dialogar con tus cuatro elementos. Probablemente descubrirás que de algunos eres más amigo que de otros, y el desafío entonces consiste en atreverse a sostener una conversación y permanecer junto a aquel elemento con el que tal vez no tengas tanta confianza. Veamos qué sucede, qué aprendizajes te trae.
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