Imaginería de Invierno, ejercicio hacia el interior

Con Cáncer abrimos el invierno y la posibilidad energética de aprovechar las bajas temperaturas y el paisaje hostil para volver al hogar y recuperar nuestra intimidad. Compartimos aquí un ejercicio hacia nuestra profundidad.

Una imaginería es un relato simbólico que nos permite establecer un puente con nuestro inconsciente, donde se establecen resonancias sanadoras y que posibilitan completar experiencias que contribuyan, desde el punto de vista junguinao, a nuestros proceso de individuación.

En una postura cómoda y con la espalda derecha, sin tensión, respira profundamente un par de veces…Estás frente al mar. Sientes las olas, la brisa marina y la calidez de la arena. Tu mirada se pierde en el horizonte. Es mediodía. El sol está en su punto más alto y calienta tu piel. Nuevamente sientes el fragor de las olas que se disuelven en la arena. Disfrutas enormemente de este momento… De pronto, comienzas a caminar por la arena y tus huellas van quedando marcadas. Sientes la suavidad de la arena húmeda adherida a tus pies y la brisa tibia envuelve tu cara tostada.

Giras y ves alrededor a mucha gente sonriente, con ropas de colores vistosos; la tibieza de este momento te envuelve completamente. Las risas, el sonido de las olas que bañan la orilla y los niños que corren alegres, te producen una sensación de armonía total y de libertad.

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Foto: EFE

Las horas transcurren con calma… Cae la tarde y el sol empieza a descender. Sientes una ligera brisa sobre tu espalda y te cubres. La tarde refresca y sientes la necesidad de volver a tu hogar. Te despides de la playa, mientras todavía sientes el ruido de las olas y comienzas a caminar en dirección al bosque.

A medida que te vas acercando al bosque, sientes ya cada vez más lejana la brisa del mar. Empiezas a sentir cómo la temperatura desciende un poco más. Ya no puedes distinguir el horizonte, pero adivinas que el sol ya se debe estar poniendo en el mar… Ahora caminas por el bosque, contemplando los árboles y advirtiendo cómo las hojas caen suavemente al piso. Te internas por senderos cubiertos completamente por hojas y el paisaje se viste de cálidas tonalidades doradas y rojizas que se intensifican con el atardecer.

Sientes tus pasos sobre las hojas. Registra la sensación que te produce el contacto de la planta de tus pies con las hojas. Esta caminata te resulta agradable. Sientes como si estuvieras redescubriendo el bosque, el paisaje que te lleva de vuelta a tu hogar, y estas sensaciones te invitan a internarte aún más y más en la naturaleza. Estás entrando en lo más profundo del bosque…

Ahora sientes frío y buscas cobijo… ¿Te habías olvidado de que cuando cae la noche en el bosque hace frío? Buscas ahora tu casa y la encuentras a la vuelta del sendero, justo en un claro del bosque. La luz plateada de la Luna llena te guía hasta allí. Te vas acercando a tu casa, ¡hace cuánto tiempo que no venías!! Sientes que tu rostro se humedece y tu ropa también. Comienza a llover tenuemente y de pronto la lluvia se hace más intensa. Apuras el paso y entras a tu casa. Ha estado sola por mucho tiempo y sientes cuán fría está. Habías estado todo este tiempo en la playa y habías olvidado tu hogar. Sientes el ambiente como algo desolador, abandonado.

Sobre el piso, frente a la chimenea, descubres una hermosa piel de animal. Te acercas, la tocas y sientes su suavidad. Te quitas tu ropa húmeda y te envuelves completamente en la piel. Intentas hacer fuego, pero no tienes leña. Afuera llueve. Te acomodas en la piel y te duermes. Duermes y duermes por largo tiempo. Necesitabas descansar del intenso sol del verano y reponerte de la larga caminata por el bosque.

Despiertas. No sabes cuánto tiempo ha pasado. ¿Qué día, qué hora es? No lo sabes, pero de pronto llama tu atención la mágica luz blanca que tiñe tu cabaña. Te das cuenta de que este resplandor proviene del exterior. Miras por una ventana y ves que el paisaje se ha cubierto completamente de nieve. Admiras la luminosidad del paisaje, su silencio y su suavidad. Mientras contemplas el entorno, percibes que tienes hambre, mucha hambre, quién sabe cuánto tiempo ha pasado desde que comiste la última vez. A pesar del frío, sientes que debes salir y abandonar tu casa en busca de alimento. Te fabricas unas toscas botas de piel y una capa para enfrentar la nieve. Abres la puerta, respiras una bocanada de aire frío y seco. La puerta se cierra a tus espaldas y comienzas a caminar por la nieve. Te internas en el silencio, en tu propio silencio. Tus pasos son lentos, pero firmes. Caminas por muchas horas, lentamente. Adviertes, en medio de esta lentitud, que el paisaje va cambiando. El bosque desparece y ahora ingresas en un hermoso valle blanco.

Al fondo, contemplas una cadena de altas montañas con sus picos nevados. Te detienes a admirar la inmensidad del paisaje, su majestuosidad. De pronto, al pie de una montaña divisas una figura. Al principio, crees que es un animal, pero luego, te das cuenta de que es una figura humana. Corres hasta ella, pero te cansas, vuelves a hacer de tu caminata algo más pausado. Tratas de gritar, pero tu voz se pierde en la amplitud del valle. No hay prisa, el hombre sigue allí, ascendiendo lentamente por la montaña. Está vestido completamente de negro y tú, en silencio, te aproximas hasta él. Estás cada vez más cerca, y cuando prácticamente ya vas a tocar su espalda, el hombre de capucha se detiene solemnemente y, sin decir palabra, te tiende un pedazo de pan. Era lo que necesitabas. Se lo agradeces con la mirada y permites que el hombre continúe su camino hacia la cima de la montaña.

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Foto: El Mercurio

Ha dejado de nevar y, aunque hace frío, el pan ha calmado tu hambre. Caminas en silencio, pisando cuidadosamente la nieve, y te diriges de vuelta a tu hogar. Mientras regresas, vas cortando un par de ramas que llevas a cuestas para encender la chimenea. También vas recolectando algunos alimentos: nueces y algo de miel. Llegas sin prisa a tu casa. Entras en ella y enciendes la chimenea. Extiendes nuevamente la piel de animal sobre el piso y contemplas el fuego. Disfrutas de tu hogar, mientras saboreas la miel y agradeces su dulzura. Comes las nueces, que te comunican su calidez. Afuera hace frío y nuevamente comienza a nevar.

Disfrutas de este momento, pues tu hogar te cobija y ahora se lo agradeces. Has abandonado tu hogar por tanto tiempo… que sientes ganas de cuidarlo, de limpiarlo, de ponerlo hermoso. Te pones de pie y comienzas a abrir todas las puertas de las habitaciones. Quieres que entre el calor en todas partes. Abres la puerta de tu dormitorio y el calor ingresa en ese espacio. Así, abres todas las puertas, una a una, hasta que finalmente giras la manilla y abres la puerta de la cocina. Sobre la mesa, descubres más alimentos: calabazas, cereales, frutos secos y algo de miel. Ahí había estado siempre y ni siquiera lo habías recordado. Es suficiente alimento para pasar el invierno. Ahora es tiempo de estar en tu hogar, de cuidar de él, de abrigarlo, de nutrirlo.

Afuera, sigue nevando.

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