La Carta Astral es un Mandala (Primera parte)
- Francisca Maira, equipo de Astrología y Destino
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Desde siempre he sido una admiradora de la cultura japonesa: su literatura; su estética ligera, sutil, cargada de belleza y reflejada, entre otras manifestaciones, en la ceremonia del té, en la fiesta del cerezo o en el arte floral denominado Ikebana, son experiencias que llenan el alma. Precisamente, hace unos años participé en una ceremonia de Ikebana y la experiencia me regaló una expresión que años después me haría mucho sentido: la vivificación.
En el Ikebana, como en cada ceremonia de carácter sagrado, todo momento es importante. De hecho, es como entrar en un tiempo sagrado donde todo movimiento e instante de silencio son irrepetibles. Desde la elección del recipiente que albergará la flor hasta el sonido del agua que se deposita en la vasija, todo tiene una belleza sutil, delicada, única. Desde luego, la elección de la flor es fundamental y se basa en el encuentro profundo entre el individuo y la flor.
Tras este diálogo, la flor se llena de un aura especial, pues el contemplador se ha identificado y ha dejado parte de su alma en la flor. Al elegirla, y tras depositarla en su recipiente, llenarla de agua y dejarla en determinada zona del hogar, la flor ha sido vivificada, se ha llenado de alma. Ese es el arte de la vivificación.
Vivificar la carta natal
Años después, esta experiencia me llevó a la necesidad de vivificar la carta astral, de volver mi mirada sobre ella para recuperarla y sacarla del lugar al que la había relegado como mero mapa informativo. Así, de un sentido utilitario y funcional, pasé a la necesidad de llenarla de alma, de vivificarla, esto es, de iluminarla con el propio misterio de cada consultante y es así como aterricé en el mundo de los mandalas.
Para algunos, la carta astral no es más que una hoja de papel o tal vez un mapa cargado de símbolos raros e incomprensibles. Para otros, en cambio, la carta astral puede ser una entidad viviente, un mapa energético que al vivificarlo puede iluminar nuestro camino. Así es como pensé que la posibilidad de vivificar la carta astral podría venir de los mandalas.
La palabra mandala es de origen sánscrito y significa “círculo sagrado”. Para Eugenio Carutti, notable astrólogo argentino fundador de la escuela bonaerense Casa XI, la carta astral ciertamente constituye un mandala, pues está compuesta de dos símbolos fundamentales que la articulan: el círculo y la cruz.
Mientras el círculo remite a lo infinito, a lo perfecto, al misterio de los cielos, la cruz que divide una carta en cuatro zonas (y que instala la idea de los ejes fundamentales: ascendente-descendente y fondo del cielo-medio cielo) simboliza la encarnación de lo infinito (del cielo) en la tierra. Aquello que es vasto, inconmensurable, numinoso y circular es encarnado por la cruz, símbolo de lo cuaternario, de la tierra, de la materia, de lo mundano.
Pero volvamos a la idea de círculo. La carta astral es un círculo, posee en su diseño esta forma, aunque no siempre fue así, pues en algún momento de la historia el mapa fue concebido como una entidad cuadrada y no circular, por motivos que la verdad no he investigado. La carta como espacio circular es así un intersticio al misterio, un asomo a la otredad, como diría Cortázar, una señal de nuestra propia naturaleza misteriosa, esférica, perfecta, celestial.
El mandala, además de su concepción sánscrita, es en términos occidentales considerado un “dibujo centrado” que permite reestructurarnos, según señala la famosa neuro-pedagoga francesa Marie Pré o, dicho en términos junguianos, permite organizar la psique. Es en ese sentido que la vivificación de la carta astral se convirtió para mí en la posibilidad de una meditación activa, a través de su dibujo, coloreo y ornamentación a través de símbolos personales.
El trabajo artístico con la carta astral constituye así un contacto con nuestra naturaleza sagrada, con nuestra belleza, al igual que cuando elegimos una flor que parece hablarnos y remitirnos a nuestra propia belleza en el arte del ikebana.
Por eso, muchas veces, y sobre todo cuando llegué a la convicción de que la carta astral es un portal hacia un espacio sagrado, empecé a sugerir a mis clientes que contemplaran su carta, que la vivificaran a través del color, de la anotación de palabras claves, del dibujo de símbolos personales, y, por supuesto, situándola en un lugar sagrado, en un espacio desde el cual nos hable, tal como nos habla la flor situada en un espacio del hogar.
En el trabajo que he desarrollado a lo largo de diversos talleres de astrología, he podido ver en mis alumnas que la información que obtienen de su carta al situarla en el lugar del mandala es riquísima. Mientras la colorean, mientras silencian los pensamientos y simplemente se dejan llevar por su forma esférica, las personas han llegado a certezas interiores profundas, a un diálogo con su propio mapa que ningún astrólogo, en tanto intérprete, puede sustituir.
Para todos aquellos que tienen el dibujo de su carta quizás guardado entre medio de papeles en una repisa o en su velador, o para quienes tiene la posibilidad de descargarla de algún sitio de internet (les sugiero Astro.com), los invito a vivificar su carta, contemplarla un momento, colorearla y sostener una conversación con ella que nos abra mundos, que nos abra posibilidades y nos permita recuperar nuestro poder personal, el poder del alma y su belleza.
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