Piñera y su Carta Astral: Adrenalina a mil (1era parte)
- Jimena Zúñiga, ex guía de Astrología y Destino
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En la naturaleza, en la astrología, igual que en diferentes disciplinas y culturas hay cuatro elementos que abarcan la vida: fuego, tierra, aire y agua. Advine cuál predomina en la carta astral de Sebastián Piñera… El fuego, obvio. Lo que más tiene en su esencia astrológica es acción, iniciativa, liderazgo, entusiasmo, arrojo, pasión, alegría, ímpetu, valentía, impaciencia, impulsividad, rabia… ¿Y el elemento que menos se asoma? El agua, claro está: le falta emotividad, empatía, compasión, profundidad para ver y sentir, conexión con el inconsciente, ternura, emocionarse, contención, nostalgia, vulnerabilidad, romanticismo.
Pero partamos por el principio.
Inquieta y agitada infancia
Según los datos públicos, el Presidente Sebastián Piñera nació la madrugada del 1 de diciembre de 1949. Es Sagitario, con ascendente del mismo signo, la Luna en Aries y el Mediocielo en Leo, con Plutón encumbrado en éste.
¡¿Ya, y…?! Tranquilo, estimado lector, esto no es un tratado de astrología. Aquí va la traducción de esta nomenclatura “astropresidencial”.
…Prefiero no imaginarlo a los cinco años. Pues si alrededor de esa edad los niños comienzan con la etapa de los “¿por qué?” y reiteran la pregunta a sus padres, el pequeño Sebastián debe haberla hecho decenas de veces por día y sin cansancio alguno, pero con algo de fastidio para los demás. No sólo por lo sagitariano de su carácter, que tanto disfruta de explorar el mundo, situación que experimentó desde muy pequeño con los viajes diplomáticos de su padre, sino además porque con Sol conjunción Mercurio, él es muy curioso, parlanchín, de mente ágil, tremendamente inquieto a nivel intelectual y físico.
Seguro jugó a las aventuras con mucha destreza física y algo bruta, compitió en cuanto torneo encontró, también con sus hermanos y hasta con su propia sombra, pues para él competir es su gran alimento emocional. Puede haber vivido más de una pataleta por perder y habérsele pasado rápido el enojo en cuanto encontró un nuevo estímulo por ganar.
Este será uno de los talones de Aquiles que cruzará su vida: Sebastián Piñera no sabe detenerse, prácticamente no conoce este verbo.
¿Y eso tiene algo de malo? Por supuesto: la vida tiene ciclos para parar, tal como el invierno en la naturaleza. Es sabio hacer una pausa para reflexionar, descansar, no hacer, aprender, sentir, conectarse con lo vivido, recuperar energía y, de este modo, comenzar un nuevo período de acción.
Pero eso no está en el ADN presidencial actual. Es una maravillosa y mágica tarea que él puede aprender. El problema es que a Piñera nada pausado, lento, reflexivo o paso a paso, logra –hasta ahora- motivarlo. Por sus venas corre adrenalina y esa energía eléctrica que tanto lo seduce, en estos tiempos, le aviso, le anuncio, está muy castigada y hasta pasada de moda, ojo. (Ya volveré sobre eso en la segunda parte).
Sus heridas, semillas de su carácter
Pero bajo su viva inteligencia infantil, su constante traje de superhéroe, su pasión por los deportes, por tener las mejores notas –más como desafío que por el sentido de esto-, por leer y conocer; de niño se esconden algunas penas.
La primera es su padre. Desde sus primeros años y hasta hoy la impronta de su papá es un tema y un peso. El Sol y Saturno, ambos planetas relacionados a la figura paterna en la astrología, son tan fuertes e incómodos en su carta astral, que terminan por opacar la identidad de Piñera.
De niño seguro le tuvo admiración y de adulto debió soportar las comparaciones. El problema es que, como sea, el padre en la vida familiar y pública no “vio” a este hijo. Esa es una de las heridas del nuevo Presidente. Su padre, el conocido político de centro José Piñera Carvallo, no le prestó demasiada atención ni tampoco lo validó, puede haber preferido a otro hermano o compararlo con cualquiera de ellos (de hecho el Presidente apenas tiene un año de diferencia con su hermano mayor José, el segundo hijo de la familia y el primer hombre), por ejemplo, o simplemente no haberse conectado con él. Y me atrevo a decir que el gran nudo sicológico de Piñera es la única competencia que no ganó: recibir la atención, la valoración y el orgullo de su propio padre.
Por si no lo sabían, todos venimos a trabajar dolores, a sanar heridas, en gran parte de nuestra vida. Y el padre, su relación con él, es una de las tareas emocionales de este gobernante. Si lo vemos en el contexto actual, su padre no pudo verlo asumir nada menos que la presidencia del país, pues falleció hace años; nuevamente el vacío, la herida, se repite.
Mientras escribo esto, no casualmente muestran la visita del Presidente a una cumbre en Washington, Estados Unidos. ¿Qué hace Piñera? Busca a Obama, el Presidente más poderoso y el anfitrión que, simbólicamente, representaría al padre, a la autoridad. Y mientras se saludan para la foto oficial, su primer gesto es mostrarle con orgullo, igual que un niño, -lo digo sin ningún tono despectivo, sino casi conmovida y para evidenciar la metáfora- su reloj rojo, como el que Michelle Obama usó en la campaña presidencial. Y Obama sonríe, le palmotea un poco la espalda, como un padre, pero tampoco le toma demasiado asunto, pues seguramente lo ve como uno más de los invitados a esta cumbre. La noticia, al día siguiente, no aparece en la prensa de la Casa Blanca y en las fotos de portada están otros mandatarios latinos, pero no el nuestro. El padre, el poder, no lo ve aunque él se esfuerce.
Al mismo tiempo y en forma paradojal, su figura paterna es algo incómoda en la biografía de Piñera, ya sea porque lo opacó o porque puede haber tenido alguna adicción o vicio mal visto, haber sido poco adecuado en sus modales o desatinado; o bien cualquier cosa que avergonzara un poco a su hijo enfocado en el éxito.
Esto, en gran medida se debe a su Sol en Sagitario unido a Quirón en el ascendente. Pero la herida no es sólo emocional. También es física, pues de hecho el cuerpo del Presidente no es armónico, claramente tiene un problema en sus hombros y brazos –recuerdo cuando admitió que usaba la ropa dos tallas más grande, quizá, entre otras cosas, para disimular sus defectos-, muchos dicen que no es guapo y hasta él bromea con el tema. Ahora, él encontró la forma de sobrepasar ese complejo: ser el mejor en todo, tener ingenio y salirse del molde; destacarse por otras cosas. Lo cual es un mérito no menor. Otro podría haberse quedado en el rol de víctima, de “pobrecito”. Él no.
La madre, gran artífice de su liderazgo
Aquí hay otra gran clave de su personalidad. Podemos imaginarlo con unos seis años queriendo impresionar a su padre con un dibujo o una nota del colegio, pero éste está muy ocupado con sus cosas, o le devuelve una crítica, o simplemente no lo alaba todo lo necesario que necesita como niño.
El pequeño Sebastián se frustra, pero como le falta agua (conexión con la emoción, la tristeza en este caso) no quiere sentir pena, la evita, y entonces corre a los brazos de su madre. Ahí continúa el sello de su carácter.
Su madre, la Luna en astrología, fue una mujer nada convencional, muy fuerte, pionera, agresiva, irritable, poco delicada, entusiasta, jovial y com-pe-ti-ti-va. Su Luna está en Aries, un lugar muy amenazante para la energía nutritiva y emocional que ésta representa.
Con ella, Sebastián no encuentra consuelo ni ternura, sino, estímulo, aliento para que no se achique y sea el mejor. Ella lo insta a competir con sus hermanos, a que se destaque, a ganar. La forma de obtener cariño –que no es nada tierno, sino enérgico- con ella es destacarse, entonces sí podrá recibir su trofeo: su madre lo prefiere. Ella sí lo valida. Aunque, nuevamente, ella también fallecida, tampoco lo ve alcanzar su gran triunfo: su sillón en La Moneda.
Pero su figura materna y, por tanto, su necesidad emocional y sus hábitos más instintivos representados en esta Luna de fuego, tiene otro problema y ahí está otra nota del carácter del Presidente: para ella nunca es suficiente. De ahí –y de otros aspectos astrológicos- él tomará ese constante correr en su vida y su apetito insaciable por llegar más alto.
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También provoca en él la falta de miedo (Piñera tampoco conoce este sentimiento), que cruza su existencia, junto a su valor para discutir sin ningún problema pese a la tensión que esto provoca en culturas como la chilena.
Todo eso potenciado por el Sol en Sagitario en la Casa 1, pues con este aspecto tiende instintivamente -sin proponérselo- a pasar por sobre los demás, a vivir como líder, sin tolerar órdenes ni límites de nadie, ya que su carácter extrovertido, auto-confiado y autoritario, pese a los complejos antes señalados, logra imponerse y alcanzar sus objetivos.
Por lo mismo, y tal como se ha evidenciado en su carrera empresarial, política y ahora presidencial, Piñera no se maneja con el trabajo en equipo, a él le gusta mandar y teñir todo con su energía, llenar el espacio. No conoce –o no ha querido experimentar- otra forma de trabajar. Y esto puede ser uno de sus grandes obstáculos como Presidente, pues el Estado tiene otros mecanismos, burocracias y jerarquías que respetar.
El lado positivo de esto es que su gran energía es capaz de dinamizar lo antiguo y lo convencional. Podríamos ver, por ejemplo, que al final de su mandato algunas arcaicas o estancadas estructuras de gobierno y ejercicio del poder se vuelven más ágiles y eficientes, pues ambos factores son los favoritos y esenciales en el sello astral del Presidente.
Como vemos, todo tiene un origen y un sentido, en este último ahondaremos en la segunda parte. Así, la foto astrológica de Sebastián Piñera nos ayuda a entender mucho de su psiquis, de su historia, con todas las virtudes, defectos, dolores, alegrías y tareas propias de cualquier ser humano, sólo que, en este caso, está nada menos que a cargo de un país.
(Continuará)
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