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¿Cómo dejar de ser la víctima y retomar el control?

El primer paso para salir del estado de víctima es esforzarse por recuperar el amor por nosotros mismos. Y dejar de culparse por lo sucedido, pues la culpa no sirve de nada.

A menudo culpamos de nuestro dolor y sufrimiento a los otros: la pareja, los hijos, los padres, el jefe, el sistema, etc. Incluso los extraños pueden hacer o decir cosas que nos violentan y nos hieren. Casos traumáticos, como accidentes o enfermedades graves, asaltos o violaciones, forman parte del conjunto de situaciones lamentables a las que como seres humanos nos vemos expuestos. Una vez pasado el shock inicial, hay diversas reacciones, negación, depresión, resiliencia y victimización, entre otras.

La adicción de la víctima

Víctima

Imagen: Aetos

La situación de víctima nos evita evaluar nuestra propia responsabilidad.

No se es víctima sin que intervengan complejos mecanismos de la personalidad y de la química de las emociones. Porque pese a que es una situación que nadie envidiaría, la víctima inconscientemente está recibiendo lo que busca, esto es empatía con la situación que vive por parte de los otros y una gran dosis de péptidos (cadenas cortas de aminoácidos: neurotransmisores, endorfinas, entre otros) que comienza a demandar el cuerpo cuando se vuelve adicto al sufrimiento. ¿A quién no le ha pasado que a veces no quiere dejar de llorar?

Estar en la situación de víctima nos evita evaluar nuestra propia responsabilidad en los eventos que nos aquejan. Aún así, si no conseguimos encontrarla, dejar de ser víctima tiene que ver con preguntarse qué tenemos que aprender de esa experiencia. Si nada ocurre por casualidad, entonces lo que nos pasa es una creación que tiene un sentido. Ser víctima significa perder el poder. En otras palabras, que otro tiene el derecho sobre nuestra felicidad y no nosotros.

Recuperar el poder

El primer paso para salir de ese estado es esforzarse por recuperar el amor por nosotros mismos. Y dejar de culparse por lo sucedido, pues la culpa no sirve de nada. Luego de trabajar en ese “rearmarse”, viene una etapa más compleja, que es abrirse al perdón. “Nada es personal” dice Miguel Ruiz en su libro “Los cuatro acuerdos”. Esto significa que cada uno actúa de acuerdo a sus propios códigos y si hace daño, éste no es más ni menos que producto de sus propios miedos y falta de amor a sí mismo.

La decisión clave que tiene que tomar quien se siente víctima, es entender que nada se le ha quitado a menos que crea que ha sido así. Es lo que dice el maestro Ramtha en el libro “Enseñanzas Selectas”: “Perdona y perdónate (….) Eres digno de todo el amor que puedes darte a ti mismo”. Ahí radica el desafío: recuperar la autoestima y el amor suficiente para decidir ser feliz a pesar de todo y de todos. Para el que sufre, no es tarea fácil y bien puede decirse que son palabras vanas si no se acompañan de acciones. Van algunas que pueden ser útiles:

  • Vivir el presente. El pasado ya se desvaneció, sólo nosotros le damos espacio en nuestra mente.
  • Disciplinar a la mente  . Ponerle atajo a los pensamientos de culpa, resentimiento y al ruido de la cabeza que nos atormenta. Una frase para esos momentos: “no pasarás” o “stop”.
  • Reforzar la autoestima con frases que nos apoyen: “soy inmensamente feliz”, “soy profundamente amado”, “soy hecho a la imagen y semejanza de Dios” o aquella que surja espontáneamente.
  • Dibujar símbolos o tarjetas que nos representen felices y empoderados. Pegarlas en un lugar visible para verlas frecuentemente y sintonizarnos con esa energía.
  • Cuidar el cuerpo. Apoyar el proceso de sanación interna, con alimentos y ambientes sanos y saludables.
  • Elegir un entorno adecuado. Si es posible, estar en un ambiente apacible, de preferencia en la naturaleza. Un jardín, un parque, la montaña, ayudan a conectarse mejor y a volver a disfrutar con las cosas sencillas de la vida.

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