Anna Kournikova surgió hacia finales de los 90s. Su nombre llegaba en el momento justo que daba por concluida la etapa de oro del tenis femenino y ella era, justamente, el patrón que definía la nueva camada: chicas muy, pero muy bellas, pero flojas deportistas; así lo aseguró casi toda la prensa especializada.

Algo de eso había: Annita jamás pudo destacarse en el tenis y su nombre ni osó desafiar a sus inmediatas antecesoras: Steffi Graff, Monica Seles, Gabriela Sabatini, Martina Hingis y tantas más. Pero su figura se abrió camino en otros rubros: el modelaje, las campañas de publicidad. Aún así, ella era bonita, pero no dejaba de tener cierta estética de lolita, una jovencita linda más.

En 2001 ocurrió algo que lo cambió todo: Anna conoció a Enrique Iglesias rodando un clip (Escape) y ambos se enamoraron. Fueron durante mucho tiempo la pareja de moda: él, cantante melódico muy pintón; ella, la deportista soñada. Nadie apostaba a que durarían mucho y había que sacarles tajada comercial pronto, porque la pareja sería efímera.

Ahora han pasado 18 años desde entonces. La pareja se consolidó, tuvo dos niños en 2007 y, como suele ocurrirle a algunas mujeres, la maternidad y los años le sentaron muy bien. Tanto que Anna se embelleció más. ¿Suele ocurrir al revés? Incomprobable. Pero ahora estamos hablando de ella.

Al conocer a Iglesias, Anna tenía 20 años. Cierto lugar común dicen que a los hombres les lucen bien los años, las canas. Hoy, con 38, retirada hace décadas del tenis, jamás casada, la Kournikova (como solían llamarla con cierto desdén algunos medios) luce así. No tan delgada, con algunas marcas en su piel, Anna aparenta más belleza que años atrás. Estas imágenes muestran cómo se ve hoy:

Anna, días atrás, para su última portada

Iglesias besa con pasión a su mujer. Es fácil. El mérito radica en haber ganado su corazón.