Platos de papá, deliciosos e inolvidables
Guía de: Cocina
- Álvaro Lois
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Afirmo que mi madre es una gran cocinera, hija única, que al casarse con mi padre, decidió aprender a cocinar, ya que antes nunca debió ni quiso hacerlo, producto que mis abuelos españoles eran hoteleros y la señorita, tenía un séquito de empleados, que le servían todo lo que ella pedía por ser la hija del patrón.
Producto de esa afición, un poco tarde por la cocina, es que los tres hermanos salimos cocineros, los dos mayores aficionados y yo profesional, junto a esto mi padre no se quedaba atrás y más de algún plato preparó conmigo cuando yo era chico.
Dentro de esos platos estaban las cebollas cocidas, el crudo alemán, las almejas crudas con limón, estas primeras eran una ensalada fría a base de cebollas enteras cocidas en agua hirviendo, hasta que estuvieran blandas, las que después de enfriarlas a temperatura ambiente, se condimentaban con limón, aceite, sal, orégano y huevo duro picado. Debo confesar que la espera para que las cebollas se enfriaran, era eterna y más de alguna vez me contó cuentos de “cachipuntente”, ser inventado por él, similar a “pulgarcito”, para entretenerme y así mitigar la espera.
Los crudos
Para el crudo alemán, preparaba un kilo de carne molida muy magra, la que aderezaba con mucho, pero mucho jugo de limón, dos o tres ajos machacados, sal, pimienta, orégano y un huevo crudo, el que lo mezclaba metiendo literalmente las manos, luego agregaba un chorrito de aceite y nuevamente venía la espera de una media hora, para que se “cocine con el limón”, como él lo mencionaba. Este término es un error conceptual, ya que los productos sólo se cocinan con aplicación de calor. Pero al escribir este artículo, no es para dar lecciones a mi padre de conceptos técnicos de cocina, sino es él quien me dio varios conceptos como los que estoy mencionando.
Las almejas crudas, las preparaba siempre los días sábado, ya que temprano partía a una feria o mercado a comprarlas, para luego lavarlas muy bien bajo el chorro de agua, luego las abría una por una, con la técnica de un experto cocinero, las disponía en un bowl grande, las condimentaba con sal, jugo de limón, orégano, mucho perejil picado y un chorrito de sal, nuevamente la maldita espera de maceración me imposibilitaba a poder comerlas de inmediato.
Ahora bien, después de escribir estas líneas, me he dado cuenta que el cariño, la dedicación y el tiempo que invertía en hacer estas cosas, era digno de un gran papá cocinero. Feliz día viejito.
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