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Tsunami, una ola de desolación en la historia

Durante siglos la palabra tsunami ha escrito su furia en las costas de Japón. En idioma japonés, “Tsu” hace referencia a puerto y “nami” a ola. Namazu, un pez gato gigante, es la explicación mitológica a esta recurrente tragedia.

No es la primera vez que Japón sufre el azote de un tsunami y aunque no nos guste la idea, lo más probable es que la gigante ola que arrasó miles de viviendas el pasado viernes 11 de marzo vuelva a repetirse en algún momento.

Tsunami

Foto: EFE

Estas devastadoras imágenes se han repetido muchas veces en la historia japonesa.

En el año 2008 tuve la oportunidad de conocer la hermosa ciudad de Kamakura, un enclave costero ubicado a unos 50 kilómetros de Tokio que fue arrasado por un tsunami a fines del siglo XV. Kamakura llegó a ser capital del país durante parte de la Edad Media japonesa y entre sus frondosos bosques de montaña y múltiples santuarios se encuentra el templo Koutoku. Dicho templo es una de las mayores atracciones de la ciudad ya que en su patio interior medita profundamente una estatua de buda que supera los 11 metros de altura y las 90 toneladas de peso.

Cuenta la historia que esta figura de buda, forjada en bronce, descansaba al interior de un templo de madera cuando el edificio fue arrasado totalmente por un impredecible tsunami. Desde ese momento y tras su restauración, el Gran Buda vive al aire libre como fiel sobreviviente a los crudos embates de la naturaleza.

En el año 1700 uno de los terremotos más grandes de la historia, ocurrido en Cascadia (Norteamérica), transmitió su furia por el mar hasta provocar un tsunami que alcanzó las costas de Japón. En 1771 se provocan los oleajes más intensos de los que se tenga registro, con olas que alcanzaron los 85 metros de altura.

125 años después la zona de Sanriku fue testigo mudo de otro devastador tsunami; olas de 30 metros literalmente arrasaron más de 9.000 hogares y cobraron la vida de 26.000 personas aproximadamente. El terremoto de Valdivia que sufrió Chile en 1960 también repercutió en Japón, con una gran ola que viajó por el Pacífico desde el otro lado del mundo y le arrebató la vida a más de 120 personas. En 1993, la norteña isla de Hokkaido recibe el castigo de un nuevo tsunami que arrasa más de 2.000 viviendas. Por último, el pasado 11 de marzo tras un terremoto grado 9, el mar se traga sin piedad la costa noreste de Japón. Aunque los tsunami mencionados no son los únicos que han ocurrido en este país, nos dan una idea clara de la relación destructora que tiene el poder del mar con los habitantes de la isla.

En la mitología nipona se dice que los terremotos submarinos y posteriores tsunami, son provocados por un pez-gato gigante llamado “Namazu”. Para que Namazu no se mueva y origine cataclismos con su cuerpo, un dios guardián lo mantiene inmóvil con una gran roca sagrada sobre su cabeza. Cada vez que el guardián se descuida y deja de presionar la piedra, Namazu agita su cuerpo violentamente llevando el caos al archipiélago.

Tsunami

Foto: japonpop.com

Carteles como este son la muestra del lado positivo que los japoneses son capaces de ver en los tsunamis y terremotos.

Independiente de las catástrofes que este ser mitológico provoca, muchos japoneses creen en la capacidad que Namazu posee para cambiar el mundo en forma positiva; algo así como si la destrucción fuera una suerte de purificación de la tierra y todos sus habitantes. Actualmente en Japón, en algunas señaléticas que indican las zonas de seguridad ante un terremoto se aprecia la ilustración de un simpático pez-gato sonriendo.

Son éstos los detalles que me confunden y fascinan de la cultura japonesa. La capacidad que posee para ver naturalmente los dos polos de algo sin cargarlo de negatividad total o de una visión únicamente positiva. Blanco/negro, noche/día, felicidad/tristeza, son parte de un todo interconectado que busca el equilibrio.

Aunque finalmente nos podemos dar cuenta que los tsunami son simplemente un eslabón más de la indomable naturaleza, espero que el guardián que controla a Namazu pueda adormecerlo por un buen tiempo mientras el pueblo japonés logra recuperarse de esta última tragedia.

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