El misterio del “bombardero fantasma” de la 2da Guerra Mundial que habría volado y aterrizado sin tripulación

En una base aliada de Bélgica, en 1944, ocurrió uno de los hechos más inexplicables de la Segunda Guerra Mundial.

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El 23 de noviembre de 1944, en la base aliada en Cortonburg, Bélgica, sucedió uno de los misterios más inexplicables de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Un bombardero estadounidense B-17G, que había despegado desde Inglaterra horas antes en una peligrosa misión sobre Alemania, aterrizó en el lugar. El problema es que cuando los soldados de la base se acercaron al aparato, constataron que parte del fuselaje estaba destruido, el tanque de gasolina vacío y en el interior no había tripulantes vivos ni muertos.

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Esta extraña historia comenzó a gestarse en Inglaterra, cuando el avión perteneciente al 91.º Grupo de Bombarderos, un contingente de B-17G que operaba desde East Anglia, despegó de suelo británico junto a otros aviones con una misión específica: bombardear la refinería de petróleo de Leuna en Merseburg, Alemania.

El piloto del avión era el experimentado teniente Harold R. DeBolt. Según su relato, el bombardero hizo el viaje a Alemania sin problemas hasta que el grupo de B-17G alcanzó el objetivo y comenzó los bombardeos. Por alguna razón, el avión no pudo mantener la altitud con el resto del grupo, siendo alcanzado por el fuego antiaéreo alemán en el compartimento donde llevaba las bombas. “Nos habían alcanzado en la bahía de bombas”, relataría el teniente DeBolt, quien agregó que “me aspen si sé por qué las bombas no explotaron”.

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De Bolt relataría que un motor del avión también resultaría dañado por un impacto antiaéreo directo, por lo que el oficial decidió abandonar la misión de bombardeo y regresar a su base en East Anglia, Inglaterra. Sin embargo, la fortaleza volante continuó perdiendo altitud lentamente, lo que obligó a DeBolt a ordenar a la tripulación que desechara todo el equipo suelto para perder más peso, pero el avión siguió cayendo.

En ese momento un segundo motor dejó de funcionar y el teniente DeBolt supo que el avión nunca cruzaría el Canal de la Mancha. En ese momento el oficial puso rumbo a Bruselas, Bélgica, donde se encontraba el cuartel general aliado de la 8ª Fuerza Aérea. Los 10 tripulantes del avión B-17G finalmente saltaron del avión en paracaídas y DeBolt fue el último en irse. Puso el avión en piloto automático y saltó. Todos los tripulantes, que serían encontrados horas más tarde sanos y salvos, anticiparon que el avión sucumbiría a sus fallas y se estrellaría irremediablemente.

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Sin embargo, tal como se mencionó, el avión de 35 mil libras de peso, pese a sus dos motores averiados y como si fuera pilotado por un piloto fantasma, siguió volando como si nada, hasta sobrevolar la base aliada en Bélgica y aterrizar en el lugar a duras penas. Según los testigos, cuando tocó tierra, una de sus alas se estrelló violentamente contra el suelo.

Cuando el avión B-17G aterrizó finalmente en la base aliada en Cortonburg, el personal de la base esperó y esperó, pero ninguna tripulación salió de la Fortaleza Voladora. En ese momento, los soldados en tierra comenzaron a preguntarse “¿dónde diablos está la tripulación?”.

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Después de 20 minutos, finalmente, un mayor británico llamado John V. Crisp decidió investigar y se acercó al aparato. Crisp, un oficial del ejército británico que estaba acampado cerca junto con el resto de su unidad, no era aviador, por lo que tardó unos minutos en localizar la escotilla de entrada debajo del fuselaje. Estaba solo cuando entró y descubrió, estupefacto, que no había un alma en el avión. Sólo encontró algunas barras de chocolate a medio comer y doce paquetes de paracaídas que no habían sido usados.

El mayor Crisp siguió siendo la única persona a bordo mientras continuaba su búsqueda de pistas sobre lo que le había sucedido a la tripulación. Se dirigió a la cabina, comprobó que casi no quedaba gasolina y no notó nada sospechoso en el yugo. En otras palabras y para su sorpresa, el avión B-17G de alguna manera no sólo había logrado volar sin tripulantes, sino también aterrizar por sí mismo en una base aliada.

La investigación subsiguiente dejaría desconcertadas a las fuerzas aliadas, y la noticia de “La Fortaleza Fantasma”, como se la llamó en ese momento, comenzaría a circular desde entonces, convirtiéndose hoy en uno de los misterios más famosos e inexplicables de la Segunda Guerra Mundial.

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