El misterioso y aterrador caso de las Huellas del diablo en Devonshire: Estas son las teorías
Guía de: Fenómenos Paranormales
- Héctor Fuentes
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El 8 de febrero de 1855, después de una intensa nevada, en la localidad de Devonshire, en el suroeste de Inglaterra, aparecieron unas enigmáticas huellas en la nieve -de diez centímetros de largo por siete de ancho- que cruzaban una distancia de más de 150 kilómetros, pasando por toda clase de obstáculos, como casas, vallas, muros, empalizadas, colinas y ríos.
Estas extrañas marcas en los años posteriores serían conocidas como “Las huellas del diablo” (“Devil’s Footprints”, en su inglés original), ya que fueron descritas como “marcas de pezuñas” dejadas por un desconocido ser bípedo -supuestamente diabólico- a lo largo de decenas de millas.
Lo que más desconcertó a todos fue que estas huellas no parecían desviarse ante ningún obstáculo, pues cruzaban casas, ríos y colinas e incluso se encontraban en los techos cubiertos de nieve de las viviendas, en las paredes altas y en las entradas de pequeñas tuberías de desagüe cuyo diámetro no alcanzaba los 10 centímetros. Cuando las huellas se detenían cerca de una valla de varios metros de alto, éstas no rodeaban la estructura, sino que retomaban su camino inmediatamente detrás de la valla, y cuando llegaban a alguna casa, éstas aparecían sobre el tejado de la misma; incluso había algunas de ellas que cruzaban ríos hacia el otro lado de la rivera, como si una misteriosa criatura hubiera caminado sobre el agua.
Las huellas de Devonshire presentaban, además, otras características sumamente extrañas: un naturalista midió la distancia entre ellas y encontró que correspondía a unos 20 centímetros de largo. También se observó que la forma en que estaban situadas, una frente a la otra, sugería que se podría tratar de un ser bípedo en lugar de una criatura caminando sobre cuatro patas. Además, todas se encontraban perfectamente alineadas (como producidas por alguna extraña criatura que caminase sobre una sola pata) y la nieve no estaba apisonada al fondo de las mismas, por lo que su marca era perfectamente llana, como si la nieve se hubiese derretido al contacto o “hubiera sido marcada por un hierro al rojo vivo” (en el exterior de una iglesia en Woodbury, de hecho, las marcas parecían haber sido quemadas en la nieve con un hierro caliente). Otra dato inquietante es que hubo reportes que indicaban que los perros, notoriamente aterrorizados, se negaban a seguir las huellas.
El diario inglés “Illustrated London News”, en su edición del 25 de febrero de 1855, informaba a sus lectores que “en toda la comarca, las huellas eran exactamente del mismo tamaño y el paso del mismo largo. Este visitante misterioso no pasó, en general, más que una vez por cada jardín o cada patio, así como por casi todas las casas de los barrios urbanos y en las granjas vecinas… Atravesaban los muros como si no constituyesen el menor obstáculo. Los jardines rodeados de altas empalizadas o muros, y cuyas puertas estaban cerradas, fueron tan cruzadas como aquellos que estaban sin protección… Dos habitantes de la comuna siguieron una linea de huellas durante tres horas y media pasando bajo hileras de árboles frutales en espalderas, perdiendo luego la pista de las huellas y reencontrándolas sobre el techo de las casas a las que su búsqueda les había llevado…”.
Algunos de los habitantes de Devonshire, desconcertados al principio, organizaron cuadrillas de hombres armados con palos, rastrillos y otros objetos para localizar a la entidad o “monstruo” que había hecho las huellas, pues todos se hacían la misma pregunta: ¿Qué animal de un tamaño razonablemente modesto podría haber recorrido una distancia de más de 150 kilómetros en una sola noche, cruzando localidades tan distantes entre sí como Exmouth, Topsham, el río Exe, Dawlish y Teignmouth, en medio de una feroz tormenta de nieve, pasando sobre casas, vallas, muros, empalizadas y ríos?
Los más escépticos aventuraron que las misteriosas huellas de Devonshire podían ser obra de un bromista o de un “globo experimental”, que llevaba dos grilletes en el extremo de las cuerdas; Un naturalista, en tanto, esbozó la posibilidad de que se tratara de un grupo de tejones que deambulaban por el campo en busca de comida, mientras que otros las atribuyeron a una liebre coja, un cánguro escapado de un zoológico o incluso de un burro, ya que las huellas parecían presentar características muy similares a las de un animal dotado de cascos en sus extremidades. Sin embargo, nadie fue capaz de explicar como un burro pudo haber trepado a los tejados de las casas, cruzar conductos de escasos centímetros de diámetro o atravesar el tercer piso de una vivienda.
Como los habitantes locales no pudieron explicar el extraño hallazgo y menos identificar al supuesto animal que había dejado unas marcas como aquellas, que atravesaban todos los diferentes obstáculos que aparecían por el camino, pronto el párroco local de Devonshire, el reverendo Musgrave, pronunció por primera vez ante su congregación la palabra “diablo”, aterrador término que se anidó en las mentes de los lugareños más supersticiosos, quienes a contar de ese momento aseguraron que las insólitas huellas que aparecieron el 8 de febrero de 1855 eran obra de satanás, ya que supuestamente habían sido hechas con una pezuña hendida.
Los periódicos británicos informarían en las décadas siguientes que otras marcas enigmáticas del mismo tipo aparecerían en otros lugares del mundo, como Glenorchy , Escocia (en 1840); en las remotas islas Kerguelen, al sur del Océano Índico (1840); Nueva Zelanda (1886); Nueva Jersey (1908); Everberg, Bélgica (1945); nuevamente en Devonshire (1950); Escocia (1952) y en las laderas del monte Etna, en Sicilia (1970).
El diario “Illustred London News” también publicó años más tarde el testimonio de un médico polaco de Heidelberg que afirmaba que en la frontera de Galitzia, en la Rusia polaca, se encontraban, todos los años, unas huellas completamente idénticas a las de Devonshire en la nieve. Según el testimonio de este facultativo, “los habitantes las atribuyen a influencias sobrenaturales”.
Curiosamente, el 5 de marzo de 2009, en la misma localidad de Devonshire, una mujer del norte de Devon afirmó haber encontrado una extraña línea de huellas puntiagudas y en forma de casco en la nieve recién caída en su propio patio trasero. Estas extrañas pisadas tenían 12 centímetros de largo, con una separación entre sí de unos 30 centímetros, y se extendían de 18 a 20 metros a través del jardín en forma de arco, comenzando en su ventana y saliendo al otro lado de la ventana, hacia el patio donde desaparecieron. Un biólogo del Centro de Zoología de Fortean (CFZ) inspeccionó estas marcas y quedó estupefacto con su similitud con las huellas del diablo que habían aparecido en la misma zona en el siglo XIX. Y, tal como los testigos que se toparon con las extrañas marcas en Devonshire en 1855, fue incapaz de encontrar una respuesta lógica al enigma.
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