Guerra en el Cielo: La batalla de Lucifer narrada en la Biblia y la caída de los ángeles rebeldes
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- Héctor Fuentes
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El Libro bíblico del Apocalipsis describe una guerra en el Cielo entre los ángeles celestiales liderados por el arcángel Miguel contra una legión de ángeles rebeldes (un tercio de los ángeles creados por Dios) liderados por “el dragón”, identificado como el diablo o satanás, cuya rebelión se originó por su gran orgullo y su negativa a acatar la decisión de Dios de que todos los seres celestiales estarían sujetos a su Hijo, el Mesías, tal como postula el excelso poema épico “El Paraíso Perdido”, de John Milton.
Relatan los teólogos y místicos que antes de esta guerra, el Cielo, bajo el mandato compasivo del Padre, el Hijo y Espíritu Santo, era un plácido lugar de paz y alegría, habitados por innumerables espíritus ministradores, llamados Serafines y Querubines, también conocidos como ángeles, creados para llevar a cabo las órdenes de Dios.
Entre estas inteligentes y angelicales criaturas, destacaba un extraordinario arcángel creado para servir como líder de la multitud celestial entera. La Biblia relata que su nombre era “Lucifer” (que significa “portador de luz”), quien tenía la posición más cercana al trono de Dios.
Ez 28.12-15 se refiere así a este ser celestial, corrompido posteriormente por su propio orgullo: “…lleno de sabiduría, y acabado de hermosura….de toda piedra preciosa era tu vestidura;…Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas…Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”.
John Milton, sobre la causa de esta conflagración celestial, cuenta que un día Dios convocó a todas las legiones angélicas del Empíreo y las brillantes jerarquías conducidas por sus líderes para comunicarles lo siguiente:
“Oíd vosotros todos, ángeles hijos de la luz, dominaciones, príncipes, potentados y virtudes, oíd, mi voluntad que debe conservarse irrevocable. En este día he engendrado al que yo declaro ser mi único Hijo, este a quien veis sentado a mi diestra y a quien he consagrado sobre esta montaña.
Lo establezco como vuestra cabeza y he jurado por mí mismo que delante de Él se doblarán todas las rodillas en el Cielo, reconociéndolo como a su Señor…el que a Él desobedeciere rompe la unión del Cielo y me desobedece a mí y en el día de su desobediencia arrojado será de Dios y de la visión beatífica y caerá para ser sepultado en el abismo de las tinieblas exteriores, en un lugar para él dispuesto, sin redención, sin fin”.
Milton relata que la decisión de Dios despertó la inmediata envidia de Lucifer, “de los primeros, sino el primer arcángel, grande en poder, en favor y en preeminencia, pero devorado de envidia contra el Hijo de Dios que en aquel día había sido honrado por su padre Omnipotente, proclamándolo Rey Mesías consagrado: su orgullo no podía soportar aquel espectáculo, con el cual se creía él mismo rebajado.
Instigado por la soberbia y por una profunda malicia, cuando con la medianoche vino la hora solemne propicia al sueño y el silencio, resolvió retirarse con todas sus legiones, dejando con desprecio desobedecido y sin culto el trono supremo…”
En ese momento se desató la Guerra en el Cielo hasta la decisiva batalla final. La Biblia no nos revela exactamente qué armas se usaron (John Milton habla de espadas flamígeras, lanzas que despedían rayos, escudos de rocas adamantinas, corazas de oros y diamante, y carros de bronce), o cuánto duró este conflicto cósmico, pero esta guerra fue como ninguna que los ojos mortales hayan visto jamás.
Apocalipsis 12.7 nos dice que finalmente, Lucifer, y un tercio de los ángeles de Dios, fueron derrotados y físicamente expulsados del Cielo: “Después hubo una guerra en el Cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el Cielo. Y fue lanzado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”.
John Milton, en “El Paraíso Perdido”, a propósito del destino del infame líder de la rebelión contra Dios, relata que “su orgullo lo había arrojado del Cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes, con cuya ayuda aspirando a elevarse en gloria sobre sus iguales, creyó igualarse al Altísimo, si el Altísimo se le oponía, y con ambicioso intento levantó en el Cielo impía guerra contra el trono y el reino de Dios y orgulloso batalló con loco intento.
El soberano poder lo precipitó de cabeza, ardiendo desde la bóveda etérea, en espantosa combustión y ruina, hasta el abismo de una perdición sin fin, para que yaciera allí entre las cadenas adamantinas y fuego eterno el que se había atrevido a medir su poder con el Omnipotente.
Vencido quedó, rodando con su horrible turba en el abismo encendido, nueve veces el espacio que mide el día y la noche a los mortales, confundido pero inmortal, porque su destino lo reservaba para cólera mayor, pues ahora el recuerdo de la felicidad perdida como el de la pena eterna lo devoran”.
Tras su precipitación a los infiernos, para desquitarse de Dios, y con una astucia inflamada por la ira y la venganza, Lucifer, derrotado pero aún activo, decide entonces infiltrarse en el Paraíso, de reciente creación, para perder al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, seduciendo a la madre del género humano. Pera esa es otra historia.
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