Las siete pruebas de la Resurrección de Jesús detalladas en los Evangelios
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- Héctor Fuentes
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El milagro más famoso y formidable protagonizado por Jesucristo durante los 33 años que estuvo en la Tierra fue, además de la resurrección de su amigo Lázaro, su propia resurrección, tras su martirio y muerte en la cruz.
A partir del texto sagrado de los Evangelios y de las fuentes históricas de la época, se pueden enumerar siete pruebas de que Jesús de Nazaret, el hijo unigénito del Dios vivo, resucitó de entre los muertos:
1) Las precauciones de los Romanos:
Jesús de Nazaret nació, vivió y murió cuando Roma, la mayor potencia militar y política de su tiempo, ocupaba la provincia de Judea. Tras la muerte del Nazareno en la cruz, los romanos escucharon rumores de que los discípulos iban a robar el cuerpo de Jesucristo para decir que había resucitado de entre los muertos (Mateo 27:63, 64). Para evitar que esto sucediera, hicieron tres cosas.
En primer lugar dispusieron una “guardia” alrededor de la tumba (Mateo 27:65), un grupo de diez a treinta soldados –los legionarios eran considerados los soldados mejor instruidos de su tiempo- altamente capacitados para proteger el sepulcro, incluso con sus vidas. Lo segundo que hicieron fue poner una gigantesca piedra alrededor de la entrada de la tumba (Mateo 27:66), que obstaculizaba a cualquiera que quisiera entrar o salir. Y lo tercero que hicieron fue poner un sello romano alrededor de esta piedra, de modo que si alguien rompía este sello podía ser castigado con la muerte.
Además de esta eficaz guardia armada, los fariseos, enemigos declarados de Jesús, y quienes también temían que sus discípulos robaran su cuerpo para simular esa resurrección anunciada por el mismo Nazareno, también dispusieron una guardia en las afueras de la tumba.
De ese modo, ante todas estas precauciones, era verdaderamente imposible que los discípulos de Jesús pudieran llegar a la tumba dispuesta por José de Arimatea, romper el sello imperial, mover la gigantesca piedra, entrar a la tumba y robar el cuerpo de Jesucristo, para afirmar después que había resucitado de entre los muertos.
2) La tumba vacía:
En los Evangelios se cuenta que al tercer día de la muerte de Jesús, en la madrugada del domingo, un grupo de mujeres acudió a la tumba para que las dejaran ungir su cadáver, pero se encontraron con que el sello estaba roto, la piedra había sido movida y el sepulcro estaba vacío.
Curiosamente, antes de llegar allí las mujeres se habían topado con dos misteriosos y etéreos hombres que les dijeron: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está allí”.
En efecto, pese a las precauciones tomadas por los romanos y los propios fariseos, la tumba provista por José de Arimatea que contenía el cuerpo flagelado de Jesucristo estaba vacía. El cuerpo del Nazareno, simplemente, no estaba allí.
“La primera prueba clara de la resurrección de Jesús es el sepulcro vacío. Los mismos evangelios afirman que los judíos difundieron el bulo de que sus discípulos habían robado el cuerpo, lo cual evidencia de manera clara que el sepulcro estaba vacío y que este hecho estaba aceptado por todos, no lo negaba nadie”, comenta Laureano Benítez, investigador español autor de los libros “Crucifixio” y “Resurrectio”, donde se narra la muerte y la resurrección de Cristo.
Según los investigadores, la presencia de los lienzos mortuorios en la tumba vacía también es especialmente significativa, ya que las especias unidas a la tela eran consideradas muy valiosas. Cualquier persona que hubiera intentado retirar el cuerpo con fines lucrativos o por vandalismo, habría quitado el cuerpo envuelto y tomado la valiosa mezcla del lienzo a su conveniencia. De hecho, el hallazgo del lienzo en la tumba, así como el movimiento de la piedra en la entrada, encajan perfectamente con la resurrección como causa del hecho.
De ese modo, en ese momento, se evidenciaron los siguientes hechos: la tumba estaba vacía, el lienzo fue dejado atrás, la piedra que custodiaba la entrada fue rodada, el cuerpo de Jesús nunca fue encontrado y nadie, jamás, afirmó haberlo robado.
3) La tumba de Jesús no fue consagrada:
Era costumbre en la antigüedad, especialmente en el judaísmo, que la tumba de un profeta o un hombre santo fuera preservada o venerada como un santuario. Así ocurrió, por ejemplo, con la tumba del patriarca Abraham en Hebrón o la tumba del profeta Mahoma en Medina, que eran visitadas anualmente por miles de seguidores.
Sin embargo, en la tumba donde fue depositado el cuerpo de Jesús de Nazaret, según comenta el investigador James DG Dunn, “no hay absolutamente ni rastro de ninguna veneración. La razón obvia de esta falta de veneración es que Jesús no fue sepultado sino que resucitó. Así, como sus restos no estaban allí, la tumba perdió su significado como santuario o lugar de peregrinación”.
4) El drástico cambio de actitud de los apóstoles:
Tras la detención de Jesús de Nazaret por la guardia del Sanedrín, sus amedrentados apóstoles se dispersaron por Jerusalén, presas del miedo, el pánico y la cautela. Pedro, uno de los discípulos predilectos del Nazareno, incluso lo negó tres veces. En Marcos 14:50 incluso se tacha a los discípulos de “cobardes”.
El teólogo español José María Cabodevilla comenta que los apóstoles de Jesús “no inventaron la resurrección; más bien hicieron cuanto estaba de su parte por negarla. A las palabras de las mujeres que habían visto a Jesús resucitado no prestaron ningún crédito, pues ‘les parecieron delirio’ (Lucas 24,11). Idéntica repulsa encontraron en el grueso de los discípulos aquellas noticias traídas por los primeros apóstoles que hallaron vacío el sepulcro. ‘Y al fin (Jesús) se manifestó a los Once, estando recostados a la mesa, y les reprendió su incredulidad y dureza de corazón, por cuanto no habían creído a los que le habían visto resucitado de entre los muertos” (Marcos 16,14).
En ese momento, entonces, se produjo un radical cambio en los apóstoles de Cristo. Pasaron del miedo, la huida y la cautela, a convertirse en un grupo de valientes e intrépidos predicadores, listos y dispuestos a ser golpeados, quemados, decapitados, lapidados y crucificados, tal como efectivamente sucedería en los años siguientes ¿Qué hecho sucedió para que cambiaran su actitud? ¿Por qué ahora estaban dispuesto a arriesgar sus propias vidas por algo que supuestamente sabían en el fondo de sus corazones que era una mentira? La única respuesta a estas preguntas es la resurrección de Jesús. Un hecho que, para la mentalidad semita de la época resultaba escandaloso, a no ser que verdaderamente hubiera sucedido.
“Otra de las grandes pruebas de la resurrección de Jesús es el cambio experimentado por los Apóstoles, un grupo de timoratos que de repente se lanza a comunicar al mundo la buena noticia de Jesús, hasta el punto de dar su vida. Algo muy fuerte les tuvo que pasar para que actuaran así”, comenta el investigador Laureano Benítez, mientras que Simon Greenleaf, profesor de derecho en la Universidad de Harvard y un erudito de renombre mundial en las reglas de la evidencia legal, asevera que era “imposible que los apóstoles pudieran haber persistido en afirmar las verdades que habían narrado si Jesús no hubiera resucitado realmente de entre los muertos, y si no hubieran conocido este hecho con tanta certeza como conocían cualquier otro hecho”.
4) El relato de los testigos:
La Biblia relata que después de su agonía y muerte en la cruz, Jesús dio muchas pruebas convincentes de que estaba vivo, apareciéndose en un período de 40 días (Hechos 1:3) a hombres y mujeres, individuos, parejas, grupos y al menos una multitud, al interior de un lugar así como al aire libre, en diferentes localidades, y en diferentes momentos del día.
El apóstol Pablo menciona que Jesús se apareció a más de quinientas personas a la vez (1 Corintios 15:6). Cuando estaba escribiendo esta carta, esencialmente les dijo a sus lectores: “¡Oigan, si no me creen, vayan y hablen con las personas que lo vieron por sí mismos porque la mayoría de ellos todavía están vivos hoy!”
Tras su agonía y muerte en la cruz, Jesús fue tocado físicamente, escuchado audiblemente, visto visualmente, y comió comida en presencia de testigos. Todos ellos lo conocían antes de su muerte, así que sabían que Él era el mismo Jesús que había expirado en la cruz.
5) Las fuentes seculares:
La Biblia no es el único documento que registró el milagro de la resurrección, pues otros libros de historia secular también registran lo mismo, como las crónicas de Flavio Josefo, historiador judeorromano del siglo I.
Luciano de Samosata, satírico asirio-romano no cristiano, escribió en el año año 170 d. C.: “Los cristianos, como saben, adoran a un hombre hasta el día de hoy: el personaje distinguido que introdujo sus nuevos ritos y fue crucificado y resucitado en ese día. (Ellos) parten de la convicción general de que son inmortales para siempre, lo que explica su desprecio por la muerte y la autodevoción voluntaria que son tan comunes entre ellos; y luego fue grabado en ellos por su legislador original que todos ellos son hermanos, desde el momento en que se convierten, y niegan los dioses de Grecia, y adoran al sabio crucificado, y viven de acuerdo con sus leyes”.
6) El Sudario de Turín:
También conocido como la Síndone, la Sábana Santa o el Santo Sudario, es una tela de lino de 436 cm × 113 cm que la tradición atribuye a ser el paño mortuorio que cubrió el cuerpo de Jesús de Nazaret tras su muerte en la cruz.
Los estudios científicos han determinado que este Sudario contiene marcas de heridas de un hombre que sufrió señales de espinas en la cabeza y lesiones y traumas físicos propios de una crucifixión. El cuerpo de este persona flagelada quedó grabado en esta tela y, según investigadores, “la imagen se formó por una explosión de energía ultravioleta tan intensa, que sólo puede ser sobrenatural”.
El investigador Laureano Benítez comenta, con respecto a la Sábana Santa, que “algo le pasó al cadáver para que recibiera la impresión que muestra. Ahí hay una radiación extraña que se puede asociar con la resurrección. Y además, que la resurrección fue la de Jesús, no la de otra persona, al cotejar los datos que dan los evangelios sobre la pasión con las heridas que aparecen en el lienzo”.
7) El crecimiento masivo del cristianismo ocurrió pocas semanas después de la muerte y resurrección de Jesús:
La totalidad de la predicación de la iglesia primitiva se centró en el hecho histórico de la resurrección del Nazareno. Este movimiento se centró en la afirmación de que la tumba estaba vacía y de que Jesús verdaderamente había resucitado, a pesar de la hostilidad, la oposición, y la persecución de los líderes políticos civiles y religiosos de la época.
Una lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles muestra que prácticamente en todas las ocasiones en que se predicaba y enseñaba, la resurrección de Jesús de la muerte era la verdad central que se comunicaba porque había cambiado la historia humana y no podía ser ignorada.
El investigador Laureano Benítez concluye que la muerte y resurrección de Jesús no fue un evento aleatorio, pues el mismo Nazareno predijo que sería entregado a sus enemigos y moriría en la cruz, para redimir los pecados de toda la Humanidad: “Jesús resucitó hace dos mil años, y sigue vivo entre nosotros, La resurrección fue un hecho real avalado por datos históricos y científicos”.
Pablo de Tarso, implacable perseguidor de cristianos que se convirtió al cristianismo tras experimentar una visión en el camino a Damasco, comenta en Corintios que “porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. [...] y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados…Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”.
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