San Cristóbal: La historia del mártir que llevó sobre sus hombros al niño Jesús
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- Héctor Fuentes
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Uno de los mártires más populares de la Cristiandad es San Cristóbal, popularísimo coloso de gran estatura, tupida barba y largo báculo que protegía en la antigüedad a los viajeros para que se viesen libres de todo peligro durante su trayecto. Con el tiempo, su imagen sería profusamente utilizada por los automovilistas -y navegantes- piadosos para evitar accidentes en el camino.
Pero ¿Quién fue San Cristóbal? Se trata de un santo de Asia menor que fue martirizado entre los años 249 y 251 D.C. y a quien ya se le rendía culto en el Siglo V. Su nombre griego, que significa “el portador de Cristo”, es enigmático, y se empareja con una de las leyendas más populares, bellas y significativas de toda la tradición cristiana.
Según esta misma leyenda, San Cristóbal se llamaba llamaba originalmente Reprobus (otras fuentes lo llaman Relicto u Offerus), nacido en Sidón o Tiro como hijo de un poderoso rey cananeo. Al crecer se transformó en un varón de rostro fiero y amenazante y gran estatura (se decía que media unos 5 codos de altura, es decir, unos 2,3 metros), con gran fuerza física, y tan orgulloso de sí mismo que no se conformaba con servir a amos que no fueran dignos de él, por lo que se empeñó en ponerse a las órdenes del amo más poderoso de la tierra.
Dejando su tierra natal, Reprobus se puso primero al servicio de las huestes de Gordiano, Emperador de Roma, empeñado por entonces en una guerra contra los Persas. Pero un día, en una de sus batallas, alguien nombró al diablo, y Reprobus comprobó como muchos palidecían y temblaban de terror.
Reprobus pensó entonces que ese tal diablo era más grande y fuerte que su rey, y se puso a buscarle entre sus seguidores, pero un día presenció cómo en un cruce de caminos éstos vieron una cruz, huyendo despavoridos para no pasar junto a ella; preguntó entonces “¿Qué es ese extraño símbolo al que tanto teméis?”, y le contestaron que era la señal de los cristianos, porque en ella había muerto Cristo. Desde ese momento Reprobus comprendió que el rey más poderoso de la tierra tenía que ser ese mentado Cristo, pues aún muerto le seguían temiendo. En ese momento decidió dedicar su vida por entero a servirlo.
Tras peregrinar a Samos, provincia de Licia, Reprobus se encontró con un piadoso eremita, que le explicó que para servir a Cristo no tenía que hacer grandes obras ni ganar guerras, sino sólo servir cotidianamente a sus hermanos los hombres, preferentemente a los más pobres, débiles y necesitados. Como a poca distancia se encontraba un río de cierta profundidad, el ermitaño le aconsejó que, aprovechando su gran fuerza y colosal estatura, una buena forma de servir a sus semejantes sería ayudarles a cruzar el río. Reprobus no lo dudó, instaló una tienda junto al torrente y desde ese día empezó a ayudar a los que necesitaban cruzarlo.
Un día Reprobus oyó la voz de un hermoso y pequeño niño, de unos cuatro años de edad, que lo llamaba para pedirle que le ayudara a cruzar el río. Reprobus de inmediato se puso al tierno infante sobre uno de sus hombros y ayudado de su sempiterno bastón, una gran estaca seca de madera, se adentró en el río. Sin embargo, para su desconcierto, a medida que más se adentraba en el torrente, el niño se hacía cada vez más pesado. Reprobus, alarmado, en ese instante comenzó a temer por su vida y la del infante, pues el peso se le hacía cada vez más insoportable y la corriente del río parecía que los iba a arrastrar a ambos en cualquier momento.
En ese momento Reprobus le preguntó al infante: “¿Quién eres, Niño, que pesas tanto que parece que llevo el mundo entero sobre mis hombros?”, a lo que le contestó el niño: “Has encontrado al rey que creó el mundo y mantiene el cosmos, me has servido en las obras piadosas, cuando ayudabas a los pobres a pasar el río, porque cuando los ayudabas a ellos me ayudabas a mí. Peso más que el mundo entero, pues soy el creador del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora te llamarás Cristóforo, Cristóbal, el portador de Cristo”.
El niño, a continuación, mandó al coloso a predicar el Evangelio por el mundo entero, asegurándole que nunca iba a estar solo: “Siempre estaré contigo, y para que veas que es cierto cuanto digo y tengo el poder de atar y desatar en este mundo y el otro, planta esa estaca que llevas por bastón en el suelo y verás como al momento florece y da fruto”. San Cristóbal, tras cruzar a duras penas el río con el infante a cuestas, así lo hizo y al instante el estéril palo seco que usaba como báculo se convirtió en una palmera florida y llena de dátiles.
Siguiendo el mandato del niño Jesús, Cristóbal salió a predicar el Evangelio a Licia y Samos, atribuyéndose a su palabra, vida y obra miles de conversiones. Posteriormente recibiría oficialmente el bautismo cristiano en la Basílica de Antioquia, de manos del Patriarca de la ciudad.
Tiempo después el emperador romano Decio promulgaría un edicto mandando perseguir a los cristianos, pero Cristóbal no cesó de predicar a las gentes de Samos hasta que el rey de Licia, Dagón, lo mandó prender y le ordenó abjurar de su fe, pero Cristóbal se negó a ello y a realizar sacrificios a los dioses paganos. El rey intentó ganárselo con riquezas, enviándole también a dos bellas cortesanas -Niceta y Aquilina- para tentarlo, pero Cristóbal convirtió a las mujeres al cristianismo, tal como ya había convertido a cientos en la ciudad. Dagón lo sometió entonces a diversos suplicios para que renunciara a su fe, pero ante la negativa de Cristóbal, y tras varios intentos fallidos de matarlo, mandó que lo decapitaran.
La leyenda afirma que antes de morir San Cristóbal le dijo al rey, que estaba ciego de uno de sus ojos: “El Señor prepara ya mi corona, cuando mañana la espada separe la cabeza de mi cuerpo, haz barro con mi sangre y ponlo sobre tu ojo que sanará al momento”. A la mañana siguiente San Cristóbal fue decapitado, y el rey siguió sus instrucciones, recuperando de inmediato la visión de su ojo ciego. Regocijado por el milagro, Dagón abandonó el culto a los falsos dioses y se convirtió a la verdadera fe.
Según el análisis de los martirologios, algunos estudiosos creen que San Cristóbal pudo ser San Menas de Alejandría (Menfis, 285 – Abu Mena, 309), mártir y taumaturgo cristiano nacido en Egipto y al cual se le atribuyen muchos milagros atribuidos a su intercesión y oración. San Menas, que según la tradición copta también se convertiría en patrón de los viajeros, fue un joven egipcio que se enroló en el ejército, y que estando en el mismo confesó a Cristo a pesar del edicto de persecución, por lo que fue martirizado en Karm Aba Mina (cerca de Alejandría) a comienzos del siglo IV.
Parte de la historia de San Cristóbal también tiene cierta semejanza con el mito griego del argonauta Jasón, que llevó a través de un río embravecido a una mujer anciana que era más pesada de lo que debería haber sido y que, en realidad, era la diosa Hera disfrazada.
Con el paso de los siglos, San Cristóbal se transformaría en el protector de los caminantes y viajeros, convirtiéndose en los últimos siglos en uno de los santos más populares de la Cristiandad. Sus imágenes y efigies, algunas de ellas de colosal y majestuoso aspecto, solían ser colocadas en las entradas de iglesias, viviendas y en puentes, a veces acompañadas con la siguiente inscripción: “Quien contemplare la imagen de San Cristóbal no desmayará o caerá en este día”.
Como antiguo patrón de los arrieros y caminantes, hoy San Cristóbal- uno de los 14 Santos auxiliadores, reputados por haber sido particularmente eficaces al responder a las invocaciones que les dirigen los fieles- es el patrono de todos los conductores (y también de los aviadores y navegantes) católicos, quienes suelen llevar una pequeña efigie suya en sus automóviles y naves en señal de protección. Invocado también para contrarrestar relámpagos, tormentas, epilepsia y pestilencia, sus emblemas son el niño Cristo sobre sus hombros y el bastón florecido (a veces, un árbol).
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