Tito Lastarria: La leyenda del supuesto “vampiro” chileno de Rancagua
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En el viejo e histórico cementerio Nº1 de la ciudad de Rancagua, en la zona central de nuestro país, se yergue un mausoleo de color amarillo de puertas metálicas con el nombre “Tito Lastarria”. Cual milagrosa animita chilena, en una de sus paredes hay escritos cientos de agradecimientos, aunque hay un pequeño detalle. Allí no descansarían los restos de un bondadoso vecino o beato, sino que el cadáver de un supuesto vampiro, quien a principios del siglo XX habría sido encerrado y encadenado vivo.
La leyenda de Tito Lastarria es conocida por muchos en Rancagua. Combatió en la Guerra del Pacífico (1879-1883) y, tras volver a su ciudad natal, Rancagua, desempeñó varios cargos públicos, como alcalde, concejal y tesorero municipal.
Un día este personaje apareció con mucho dinero, dedicándose entonces a los préstamos monetarios. Sin embargo, Lastarria los concedía con una sola condición: que quedara en prenda el “alma” de los desafortunados prendados. En ese momento comenzó a rumorearse que Don Tito había hecho un pacto con el diablo. Heredando del maligno una gran fortuna y varias habilidades sobrehumanas, sus numerosos vicios y excesos se transformaron en la comidilla parte de la ciudad, sin mencionar que también era asiduo a visitar las tradicionales “casas de remolienda” -prostíbulos-, de la ciudad, donde siempre las meretrices desaparecían después de estar con el supuesto vampiro.
La leyenda cuenta que los vecinos de Rancagua, hartos de las maldades y excesos de este malévolo personaje, lo secuestraron y lo encerraron vivo en un ataúd con cadenas para que no se escapara, siendo enterrado en el mausoleo que él mismo había mandado a construir para su familia. Los mismos vecinos dejaron como sagrados custodios cuatro cruces que fueron puestas en la cúpula del mausoleo, las mismas cruces que se aseguraba mantenían al vampiro en un estado aletargado, aunque hambriento de sangre y sediento de venganza.
La leyenda asegura que cuando estas cuatro cruces caigan, el vampiro saldrá en la búsqueda de todos los descendientes y parientes de quienes lo encerraron y encadenaron vivo. Curiosamente, de aquellas cuatro cruces que fueron levantadas en el siglo XIX, hoy sólo queda una en pie.
Los historiadores que conocen esta macabra historia afirman, en todo caso, que esta leyenda parte de un error, pues se confunde a Tito Lastarria con su padre, Lisandro Lastarria Valenzuela, un cruel y misterioso personaje de Rancagua.
Tito Lastarria fue bautizado como hijo natural en junio de 1864, bajo el nombre de Tito Modesto Zenobio Bravo, hijo natural de Rosalía Bravo y de “padre desconocido”, quien resultó ser Lisandro Lastarria, un acomodado vecino de Rancagua que ayudó a su hijo en la niñez e incluso le costeó los estudios para que estudiara medicina en la Universidad de Chile.
Una vez graduado de medicina y usando su apellido materno, Tito Lastarria estuvo a cargo del Lazareto de Melipilla donde se atendía a los enfermos de viruela y tuberculosis, aunque falleció joven, a los 25 años de edad, el 6 de marzo de 1890, en Putaendo, tras contraer tisis. Fue enterrado en el cementerio local de Putaendo y en su inscripción de defunción aparece como hijo de Lisandro Lastarria y Rosalía Bravo.
Lisandro Lastarria, entonces, fue quien ordenó la construcción del mausoleo que existe en el cementerio N°1 de Rancagua, aunque se desconoce si el cuerpo de su hijo se encuentra o no en este lugar. Lo que si se sabe es que cuando don Lisandro murió en 1901, fue enterrado dentro del mausoleo.
Pero ¿Quién fue Lisandro Lastarria? El escritor e investigador Flavio Vicente Lillo, en su libro “Historias de la región de O’Higgins”, explica que Lisandro Lastarria fue regidor de Rancagua, organizó un batallón en la ciudad para ir a combatir en la Guerra del Pacífico y, terminado ese conflicto, Viajó a Europa a estudiar economía, desde donde volvió convertido en un millonario.
“Al regresar a Rancagua le dijo a su madre que venía con costumbres extrañas…vestía ropas negras traídas de sus viajes y ya sólo se le podía ver de noche”, agrega Lillo.
El investigador, en una nota publicada por la revista “Sábado” de El Mercurio, detalla que Lisandro Lastarria medía un metro 90 de estatura, tenía los ojos claros y una barba y melena muy tupidas, que dejaban ver sus orejas y una dentadura perfecta, dotadas de grandes y brillantes dientes, como si fueran capaces de despedazar el cuello de una persona de un sólo mordisco. Al parecer, en Europa habría desarrollado vitíligo, una enfermedad entonces desconocida que lo obligó a rehuir la luz del día y a dedicarse a su labor de prestamista sólo de noche.
“Se transformó en una persona bien cruel, que castigaba a la gente, a sus empleados, que hacía préstamos de plata y, si no le pagaban, se vengaba. La gente le temía”, explica Flavio Vicente Lillo, quien añade que Lastarria falleció en 1901 después de un aparente linchamiento, siendo sepultado en el mausoleo que él mismo mandó a erigir, junto a los restos de su hijo y sus padres.
La leyenda de este atrabiliario y misterioso personaje, identificado erróneamente con su hijo Tito Lastarria, comenzaría a alimentarse sobre todo en los años 50’ y 60′ del siglo pasado en los prostíbulos de la calle Rubio, durante la bonanza económica provocada por el auge de la minería del cobre de la mina El Teniente, cuando las meretrices acudían al mausoleo a rogarle a Tito Lastarria que las cuidara y les diera salud y prosperidad económica. De ese modo, su fama creció por toda la ciudad.
Hoy, el mausoleo de Tito Lastarria sigue siendo visitado regularmente por personas principalmente jóvenes, quienes acuden al lugar a solicitarle toda clase de favores, pidiéndole por ejemplo el éxito en asuntos amorosos o a que los ayude a pasar de curso, transformando al supuesto vampiro de Rancagua en una suerte de santo millennial.
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