Caso Saltillo: Los escándalos de Portugal en el Mundial de México 86
Guía de: Fútbol Total
- Jorge Rodríguez
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Antes de los tiempos de Cristiano Ronaldo, de los ídems de Figo, en 1986 la Selección Portuguesa había logrado ponerse, nuevamente, en órbita mundialista. Es que habían transcurrido dos décadas de la que era, hasta ese momento, su única participación en las fases finales de los Mundiales de fútbol cuando en 1966 alcanzó el tercer puesto con gracias al equipo liderado por Eusebio.
Por eso, el retorno en canchas aztecas había sido terreno para sembrar ilusiones entre la afición lusitana. Sin embargo, los hechos englobados en lo que se dio en llamar como Caso Saltillo dejó en averno futbolero a los ibéricos.
La previa. Fue la clasificación a la Euro 84 la que permitió comenzar a reverdecer los laureles de la Selección Portuguesa. Certamen en el que accedió hasta Semifinales donde cayó ante, el posterior campeón, Francia por 3-2 en tiempo de alargue. Con esa base de jugadores –con referentes como el portero Manuel Bento más Joao Pinto, Diamantino, Fernando Gomes y un joven valor llamado Paulo Futre- afrontó las Eliminatorias al Mundial de México; cita a la que clasificó tras vencer, en la última fecha, a Alemania Federal en Stuttgart por 1-0.
Inicia el escándalo. El sorteo mundialista ubicó a los portugueses en el sexto grupo de la competición, con sede en la ciudad de Monterrey donde debería enfrentar a Inglaterra, Polonia y Marruecos. La ciudad regiomontana era la de más baja altitud de las que cobijarían partidos mundialistas –sólo 537 metros sobre el nivel del mar, muy contrastante a los 2 mil 236 metros de Ciudad de México-, por lo que los directivos lusos definieron que la concentración del equipo sería en la localidad de Saltillo, distante 87 kilómetros de Monterrey y a 1.600 metros de altitud.
El divorcio con la hinchada comenzó cuando el DT José Augusto Torres, en su nómina mundialista, apeló a un equilibrio entre convocados del SL Benfica y el FC Porto. De hecho, de este último equipo nominó a sus delanteros Paulo Futre y Fernando Gomes, dejando fuera a Manuel Fernandes, del Sporting de Lisboa, quien había sido el goleador de la Liga Portuguesa 1985-86.
Para peor, horas antes del viaje a México el defensor Veloso, del Benfica, quedó fuera, supuestamente, por dar positivo en un control antidopaje. Y aunque la contramuestra demostró que el zaguero estaba limpio, ya había quedado fuera del Mundial.
Ya en Saltillo, el hotel de concentración –elegido por los dirigentes- no contaba con las mínimas condiciones para garantizar la privacidad de una selección mundialista –en el lobby se veía a Pedro, Juan y Diego como si nada- y el campo de entrenamiento no contaba con instalaciones adecuadas. De hecho, la única cancha que tenía estaba inclinada, ya que estaba marcada sobre una loma.
Para peor, como la ciudad estaba cerca de Laredo, Texas, los jugadores querían cruzar la frontera para comprar souvenirs. Como no les dieron permiso, un integrante del Comité Organizador local se ofreció para realizar esas compras. El detalle fue que del personero, tras la entrega de los correspondientes dólares por parte de los futbolistas, nunca más se supo.
Después, se organizó un partido amistoso con un equipo local conformado por empleados de bares y restaurantes de la ciudad, que terminó en una vulgar pichanga. Y cuando se dio la posibilidad de jugar en serio ante Chile, los directivos de la delegación desestimaron tal posibilidad argumentando que la Roja cobraba muy caro.
Ante eso, en los entrenamientos, para no darles en el gusto a los dirigentes, los seleccionados entrenaban con las camisetas al revés para no mostrar el logo del auspiciador ya que no habían recibido el porcentaje que les correspondía por concepto de publicidad.
Lo peor fue cuando hasta Portugal llegaron noticias de que los jugadores se estaban “enredando” con algunas chicas de la ciudad, además de aprovechar de conocer las bondades nocturnas de la ciudad. Las esposas de los mundialistas colmaron las líneas telefónicas desde Europa exigiendo una explicación.
Asomo de huelga. La coronación de todo llegó tras la decisión de la Federación Portuguesa de no pagar los dineros que pedían los jugadores. Ante eso, toda la Selección Lusitana se declaró en huelga, negándose a entrenar mientras que el presidente de la Federación Portuguesa, Silva Rezende, estaba cómodamente en el Distrito Federal en vez de negociar directamente con los jugadores. Lo malo es que nadie en Portugal apoyó a los deportistas.
Paulo Futre recordó, hace seis años en una entrevista, que “había una corriente radical entre los jugadores mayores, quienes estaban a favor de abandonar el Mundial. Incluso, hubo amenazas al respecto”. El posterior astro del FC Porto y Atlético de Madrid agregó que “el más radical era Diamantino, que era uno de los líderes. Pero también estaban Manuel Bento, Carlos Manuel, Fernando Gomes. Lo bueno de esa guerra fue que reunió a los jugadores del Benfica y del Porto, que se ubicaban en bandos separados. Se sentaban separados en el comedor, en el bus unos iban adelante y los otros atrás. Y entre medio, había uno del Boavista, otro del Sporting”.

Algunos supuestos episodios con chiquillas y mujeres casadas del lugar provocaron que las esposas de los mundialistas colmaran las líneas telefónicas para marcar territorio.
Caída libre. Con todo ese escenario, Portugal debutó en el Mundial el 3 de junio de 1986 con una impensada victoria sobre los ingleses. Ahí pareció olvidarse todo, porque la prensa incluso tildó ese resultado como la gran revancha tras la eliminación que el equipo británico había hecho de los lusitanos en las Semifinales del Mundial 1966.
Cuando ya los directivos comenzaban a sacar cuentas, incluyendo la posibilidad de clasificar como uno de los mejores terceros, las nubes negras volvieron. El portero y capitán Manuel Bento se lesionó en un entrenamiento dejando su puesto a Vitor Damas, quien no estaba a punto para asumir la responsabilidad. Paralelamente, la falta de los constantes entrenamientos pasó la cuenta.
El 7 de junio la derrota, por la cuenta mínima, ante los polacos dejó tambaleando al equipo. Lo que terminó por consumarse cuatro días después cuando Marruecos les pasó por encima venciendo por 3-1. Con apenas 2 puntos –eran los tiempos en que el equipo ganador de un partido recibía esa cantidad de unidades- la delegación debía comenzar a preparar el regreso.
Epílogo. Tras el tercer cotejo, recién apareció Silva Rezende por la concentración del equipo. “Al doctor Silva Rezende sólo lo vimos, tras el partido con Marruecos, en Saltillo donde nos quedamos por tres o cuatro días más porque la FIFA le quitó el auto que le había dado y le obligó a viajar en el autobús con los jugadores. La mayoría de ellos, si no todos, terminaron insultándolo y fue un caos” recordó Futre.
Con todo el escándalo vivido, el retorno a casa no tuvo un ápice de agradable. Todos los seleccionados, integrantes del cuerpo técnico y dirigentes fueron apuntados con el dedo acusador de la prensa y la hinchada.

La victoria inicial sobre Inglaterra pareció tapar todo lo vivido en Saltillo. Las caídas ante Portugal y Marruecos completaron el nefasto cuadro.
Por de pronto, se aplicó una limpieza total en el seleccionado, de cara a las Eliminatorias a la Eurocopa 1988. Sin embargo, los malos resultados –sobre todo, el empate 2-2 como local ante Malta que fue definido por el DT reemplazante de José Torres, Ruy Seabra, como “una buena exhibición para quienes gustan del fútbol”- propiciaron el retorno paulatino de los mundialistas.
Pero, aun así, la reputación de todo ese elenco estaba desacreditada.“Saltillo fue la página más negra del fútbol portugués”, definió Paulo Futre, apuntando a que todo fue por el conflicto con Silva Rezende. “Se nos olvidó que estábamos en un Mundial y nos dejamos llevar por el orgullo. Después de todo, éramos nosotros los que estábamos allí representando a Portugal y él (Silva Rezende) quería el pastel entero”, concluyó.
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