La historia de Daniel López, un periodista ciego que lucha por la inclusión laboral
Guía de: Inclusión
- Sonia Tamayo
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Daniel Alejandro López Pérez tiene 36 años y es de Concepción. Al nacer se le diagnosticó microftalmia congénito hereditaria, a raíz de lo cual no se desarrollaron debidamente sus globos oculares, su nervio óptico y, en general, los órganos que permiten transmitir la información al cerebro que en definitiva se transforma en imágenes.
“Según cuenta mi mamá, en un principio fue difícil para ella, básicamente porque no se imaginaba como sería mi situación al crecer. Sin embargo el médico que me trató en esos primeros meses, le dijo que tenía dos opciones: dejarme aislado en un rincón y asumirme como una carga siempre, o darme las herramientas necesarias para enfrentar la vida como un niño y luego como un adulto corriente”, relata Daniel a Guioteca.
Efectivamente, este penquista tiene una historia que no se puede dejar pasar. Su madre optó por ayudarlo a ser un adulto como todos y, más aún, a ser un profesional. Con esfuerzo y superando la serie de obstáculos logró llegar a la universidad y obtener su título de periodista.
¿Por qué te gustó el periodismo?
Siempre he sido un fan de comunicar, de decir lo que pasa, de lo inmediato. Desde niño siempre manifesté y desarrollé actitudes que creo son las que me llevaron a estudiar periodismo en la Universidad de Concepción, buscando quizás con esas mismas actitudes demostrar mis aptitudes, lo que en todo caso la verdad ha sido extremadamente complejo, supongo que por todos los prejuicios que genera vivir en condición de discapacidad.
Recuerdo que una de las chispas que encendió mis intenciones de convertirme en periodista fue una conversación con un profesor de literatura al terminar mi enseñanza media. Él me dijo que mi inteligencia era un patrimonio que jamás debía desperdiciar, sino más bien usarlo como una llave para abrir puertas y avanzar siempre.
“Escribe, desarrolla tu lenguaje y comunica siempre, esas son tus armas y te aseguro que vas a lograr mucho”. Y no me olvidé de esa suerte de arenga, que ahora y desde la distancia veo como un cumplido porque el profe tenía razón. No sé en todo caso si he logrado demasiado o mucho, pero de que llegué a una meta y me titulé en los cinco años que duró mi carrera, eso es innegable.
¿Cómo se gestó tu llegada a la universidad?
Fue en 2001, saliendo del colegio. Tiempo antes de que terminara el año fue que me autoimpuse el desafío de entrar a la universidad, cuando todo era muy complejo porque en la carrera no existía ni la experiencia, ni la disposición ni mucho menos la intención por parte del consejo de profesores de permitir el ingreso de un estudiante ciego. Abrir esas disposiciones y finalmente el cupo fue una lucha ardua, que me costó varias decepciones, discusiones y hasta una depresión bastante difícil porque durante dos años consecutivos traté de crear ese espacio infructuosamente.
Supuestamente contaba con el apoyo de un organismo interno de la universidad, se llamaba Artiuc y tenían la misión de asesorar a los futuros alumnos, haciendo también el nexo con los directivos de las carreras. Pero finalmente ellos hicieron casi nada, debiendo autogestionar entrevistas con decanos, director de carrera y algunos docentes.
A fines de 2003 logré conversar con ellos y exponer mis inquietudes, luego vino una serie de reuniones y, finalmente, el 21 de enero de 2004 me llamó el consejo de profesores para darme una de las noticias más notables que he recibido en 36 años. Siempre he dicho que hay un antes y un después de ese día, porque fue como empezar un camino que, si bien no sabía cómo y hasta donde iba a llegar, tenía muchas ganas de andarlo a cualquier costo, pero con harta confianza y optimismo.
Tuve algunas dificultades, no obstante creo que fueron cinco años que volvería a repetir si pudiera. Hubo amigos que incluso mantengo hasta hoy, aprendí, me enamoré, tuve algunas tristezas, pero me involucré tanto con mi grupo y también siento que ellos tuvieron parte importante en cumplir esta meta, de hecho nos titulamos tal como partimos, juntos.
¿Cómo lograste compatibilizar tu situación de discapacidad con los estudios?
Decía yo que las personas con que pude compartir en la universidad fueron fundamentales, tanto en lo académico como en lo profesional. Por cierto que debí ingeniármelas para cumplir como corresponde, como uno más, lo que me valió conocer y muchas veces tener que enfrentar a profesores que no tenían el más mínimo tino para decir ciertas cosas.
Pero yo sabía que había un bien mayor, que tal como alguna vez me dijo mi madre “Si el resto se esfuerza 10, tú te esfuerzas 1000″. Ese quizás fue como el principio básico para lograr algo en la vida o más de algo, entendiendo que uno puede cansarse en determinados momentos, pero jamás caer derrotado. Estudiábamos en grupo o compañeros me grababan las materias. Siempre había una forma de hacerlo y si bien, eran algunos profes quienes intentaron complicar mi proceso simplemente por no tener disposición de incluirme o por ignorancia, pude sortear los obstáculos con éxito la mayoría de las veces.
¿Cómo ha sido tu desempeño laboral?
En términos generales creo que no he tenido mayores problemas, salvo cuando mi desempeño se ha visto subyugado a personas con poca o nula voluntad de entregarme condiciones mínimas, como un espacio adecuado, material o sencillamente la posibilidad de plantear inquietudes sobre temas referentes al trabajo.
Obviamente cuando te gusta lo que haces y vibras con tu actividad lo pasas mejor, disfrutas y aprendes, y yo me considero un tipo en aprendizaje constante. De todos modos también me gusta aportar con ideas y así mismo también exijo, cuando corresponde, que se tome en cuenta mi opinión como la de otras personas y entendiendo también que soy tan profesional como cualquier periodista, aunque a muchas personas al parecer no les gusta la idea.
¿Qué piensas de la inclusión en Chile?
Tal vez sea preciso decir que me titulé en 2009 y que recién en 2016 pude firmar un contrato medianamente digno, aunque no se valoró jamás mi título y hasta ahora sigo con un sueldo que ciertamente no se condice con lo que en realidad vale mi trabajo (menos de $400.000). Trabajé gratis para un canal de tv local durante 2009 en Concepción, luego un ex compañero de universidad me invitó a participar en dos proyectos en los cuales también fui el último eslabón de la cadena porque tuvimos que armar una radio online para un club deportivo, en la que nunca quisieron confiarme responsabilidades. Yo trabajaba gran parte del día, pero nunca gané más de $180.000, incluso teniendo que sacrificar fines de semana.
Pero nadie dijo que esto sería fácil, era lo que trataba de pensar para darme ánimo. Luego estuve en prensa digital, en una corporación y finalmente llegué en Marzo de 2014 a mi actual empleo, una radio pequeña en Chiguayante, que es una comuna del gran Concepción, donde estuve por dos años ganando no más de $130.000 hasta que en 2016 me aumentaron algunas horas y me subieron el sueldo, aunque no respetando el valor mínimo de mi hora profesional.
En síntesis creo que el mundo laboral es tan amplio como perverso, pero pese a esa amplitud las personas con discapacidad al parecer estamos condenadas a caminar sólo por el lado, a recibir limosnas, a que nos digan que debiéramos darnos con una piedra en los dientes por ganar una miseria o aún peor, que darnos trabajo significa que nos hacen un favor.
Hay una ley de inclusión laboral que no incluye, que se burla de nosotros porque supone un 1% de trabajadores con discapacidad en reparticiones públicas o empresas privadas, el que a pesar de ser misérrimo no se cumple. Incluso más, porque muchas empresas envían a sus propios trabajadores a calificarse como discapacitados en el Compin, cuando sólo tienen patologías que en ningún caso les significan afrontar la gran cantidad de trabas que nos pone el mercado a quienes sí vivimos en esta condición. Es cada vez peor, ya que no sólo disminuyen los empleos para gente con distintos tipos de discapacidad, sino además la calidad de esos empleos es muchas veces paupérrima.
Tampoco hay costumbre de que en Chile estas personas sean profesionales como en mi caso, por tanto no nos asignan tareas ni roles, no nos entregan cargos competitivos y mucho menos sueldos dignos, por tanto si hablamos de discapacidad en nuestro país inevitablemente debemos hablar también de pobreza… En rigor, en Chile no existe la inclusión para personas con discapacidad, pero para saberlo hay que vivirlo, o al menos empatizar un poco.
¿Cómo te calificas como periodista?
No soy amigo de las autorreferencias, sobre todo si se trata de lo profesional. Sin embargo puedo decir que soy inquieto, de una opinión crítica y firme cuando es preciso, y que siempre busco aprender de quienes tienen mayor experiencia porque creo que ahí está la magia de crecer en lo que uno hace. Me considero un profesional más bien de medios de comunicación, de hecho amo la instantaneidad de la radio, inmediata como no hay otro medio. En todo caso jamás me cerraría a nuevas instancias u ofertas laborales, más aún si eso significa potenciar mi desempeño.
¿Cuál es tu máximo sueño?
Más que sueños tengo aspiraciones, ideas, intenciones. Quisiera que la inclusión de personas con discapacidad al mercado laboral sea real y no sólo palabras de buena crianza, que haya cargos competentes y sueldos dignos, acordes con las capacidades que todos tenemos, incluso quienes no podemos ver, quienes no pueden caminar o viven en alguna condicionante física o intelectual que genere prejuicios sociales.
Basta de mentiras de las autoridades, de utilizar a la discapacidad por conveniencia. La gente debe informarse y ser más permeable a saber lo que en realidad ocurre, ojalá más empatía, porque con 40 años de Teletón no ha cambiado la mirada lastimera ni el trato como “pobrecitos” que mucha gente insiste en darnos, lo digo sólo a modo de ejemplo. En lo personal sólo quisiera oportunidades, un espacio real para aportar con lo que sé y continuar aprendiendo. Un sueldo digno, un departamento para estar con mi polola y saber que mi paso por la tierra dejó al menos un par de cosas positivas…
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