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Marcelo Salas: El inicio del romance del ídolo azul (II)

Luego de su aparición en su primera temporada como titular nuestro héroe rápidamente se consolidó, sin tiempos de aclimatación, como el goleador en una competitiva escuadra azul.
Matador Salas

Foto: El Mercurio

Esta postal, que entre otras cosas le dio su clásico apodo de “Matador”, se transformó en un clásico de las canchas nacionales a partir de 1994.

Hasta comienzos del año 1994 el León Azul sumaba 24! temporadas sin títulos nacionales, sequía que era motivo de mofa y humillación permanente en ese entonces. Mientras los sueños azules se enmohecían desde 1969, nuestros rivales se llenaron de lauros locales e incluso obtuvieron el anhelado título internacional: diez dolorosos cetros albos, otros cinco de un nuevo grande del norte y un potpourri de alegrías ajenas completaban el cuadro, mientras la U olvidaba celebrar campeonatos.

Esa gris realidad cambió definitivamente ese año, como dijimos, de la mano o principalmente del botín izquierdo del gran Marcelo. El veinteañero temucano ese año convirtió 27 goles en el torneo regular, más otros doce en la Copa Chile y dos en la Copa Conmebol de ese año: 41 goles en partidos oficiales!

Un extraordinario registro para un novel provinciano -poco amigo de las entrevistas-, marca eclipsada por la inmensa alegría azul de diciembre y por los interminables lamentos del colectivo perdedor de la histórica lucha por el título, llantos que hasta el día de hoy aún se escuchan cuando se recuerda ese campeonato.

Matador Salas

Foto: El Mercurio

Salas celebra con el Polaco Goldberg, uno de los compañeros que tuvo en la ofensiva azul en los años ’90.

Escasamente valorado entonces por la prensa deportiva chilena, que demoró varios años en reconocerlo a nivel nacional como el Mejor Deportista del país, coincidentemente con recibir las distinciones como el premio al Mejor Futbolista Sudamericano y el Mejor Jugador del Torneo Argentino de 1997. Indudablemente algo bastante oportuno, para no ignorar al segundo chileno en recibir la entonces notable distinción continental. Tal vez con otra camiseta el reconocimiento nacional habría sido distinto e inmediato: afortunadamente pudimos disfrutarlo los azules.

Tan brillante fue el año de la consolidación del Matador que en ¡cuatro veces ese año marcó tripletas!, dos de ellas frente a rivales emblemáticos: goleando a los albos y en Calama para gozar a Cobreloa ya en la recta final hacia el título. En otras seis brillantes ocasiones ese año logró marcar dos goles. Algo simplemente espectacular e inigualable considerando su edad.

Marcelo desplegaba en la cancha esa aura que identifica a los grandes del fútbol. Gracias a él y al sólido plantel del chuncho de ese año pudimos volver a celebrar y levantar un cetro esquivo por décadas. Los años de oscuridad habían quedado atrás, el chuncho nuevamente se ponía pantalones largos y volvía en la Copa Libertadores de la mano de su rutilante estrella.

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