Jorge Baradit sobre “Ygdrasil”: “Fue la posibilidad de buscar un lenguaje propio para la ciencia ficción chilena”
Guía de: Literatura Fantástica
- Alberto Rojas
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“Cuando un libro perdura, es porque tocó una vena del inconsciente humano. O quizás porque salió desde ahí, justamente. ‘Ygdrasil’ es un ejercicio de trabajar a nivel de mitos, arquetipos y conceptos trascendentes que están ahí desde que el hombre es hombre. La construcción de un golem literario a punta de ideas fuerza profundas y huesos humanos. El largo sendero hacia el destino del hombre, que es ser un puente hacia el superhombre, decía Nietszche; hacia el superhumano incrustado en la máquina, la máquina panal”.
De esta forma interpreta el escritor Jorge Baradit (“Synco”, “Historia secreta de Chile”) el hecho de que los lectores sigan interesados hasta hoy en su primera novela, “Ygdrasil” (Plaza & Janés, $ 14.000), que acaba de llegar a las librerías nacionales en una nueva edición.
Publicada originalmente en 2005, “Ygdrasil” rompió muchos esquemas literarios de ese entonces, con su historia ambientada en un México futurista en el que las grandes transnacionales tienen más poder que los propios gobiernos. Un mundo violento e hipertecnologizado que Mariana, una peligrosa y eficiente mercenaria chilena, conoce bien. Pero que deberá enfrentar de la peor manera cuando una milicia mexicana la obligue a infiltrarse en una peligrosa corporación.
-¿Qué diferencia esta reedición de “Ygdrasil” de la que publicaste hace 14 años?
-Es básicamente la misma novela, pero revisada, pulida y remasterizada. Es una edición aniversario con portada de lujo, hecha por el gran artista nacional Claudio Romo que se manda una Coatlicue azteca cyberthrash alucinante, que quisimos relanzar debido a la gran demanda por ella que, consistentemente, nos golpeaba en las redes sociales. “Ygdrasil” estaba descontinuada y necesitaba salir a cazar de nuevo.
-¿Crees que hoy habrías contado esta historia de una manera distinta?
-Creo que hoy no podría contar una historia como esta. Los escritores saben que en su primera novela uno sufre una especie de debacle interna, donde vierte todos los contenidos inconscientes y conscientes como si no hubiera mañana. “Ygdrasil” es el producto de mi intoxicación con contenidos heterogéneos durante más de dos décadas. Es un tumor que alimenté cariñosamente desde mi adolescencia con buen terror, buenos electroshocks, mitologías comparadas, angustia cósmica, miedo a la muerte, el mareo que sufrí producto de la simbología esotérica, el advenimiento del mundo ultraconectado y la certeza de vivir en un continente desquiciado detenido en el tiempo, el cybertrash y las mandas religiosas, los diablos de la Tirana pero digitalizados y canalizados por médiums llenas de ayahuasca.
-¿Y alguna vez consideraste convertirla en novela gráfica, un poco en la línea de “Karma Police”?
-Muchas veces, pero me contengo, porque el contenido de “Ygdrasil” requirió que muchas veces debiera usar lenguaje poético para referirme a los eventos, metáforas quebradas o analogías suspendidas en el aire que tendrían un pobre desempeño visual. Creo que las novelas gráficas deben pensarse desde la gráfica, no traducirse desde la pura literatura o se nota. Son medios diferentes.
-En 2013 publicaste, solo en formato digital, la novela corta “Trinidad”, que se entiende como una precuela de “Ygdrasil”. ¿Has considerado seguir expandiendo el universo que construiste, tal vez a través de un spin-off?
-Cuando se trabaja con el contenido inconsciente, como lo hago en ficción, es muy difícil controlar a ese caballo o intentar decirle siquiera hacia dónde debe ir. La verdad es que la gracia es subirse a esa bestia de pesadillas que cambian todo el tiempo y emprender el viaje que quiera. Una de las gracias que el buen jinete sabe, es que el caballo casi siempre sabe lo que tiene que hacer y es muy poco lo que el hombre tiene para decirle, salvo inclinar un poco la brida hacia allá o acá en ciertos pasajes del viaje.
-¿Consideras que todas tus novelas están, de alguna manera, conectadas? ¿Existe un “baraditverso”?
-Sin duda, soy el escritor, no concibo que no sea así. Vengo de las artes visuales, donde la obra no es más que una parada en un viaje hacia uno mismo. Cada estación es una expresión del viaje y en ese sentido tiene la importancia de una rendición de cuentas, de un estado de las cosas más que una cuestión acabada. “Ygdrasil” es el cañonazo inicial, una explosión amniótica. Mi propio Big bang , que está desplegándose ya no sé muy bien hasta dónde.
-En ese sentido, ¿cuál crees que fue el principal aporte de “Ygdrasil” a la literatura de ciencia ficción nacional?
-La posibilidad de buscar un lenguaje propio para la ciencia ficción chilena. Decir que la clave está en la enorme acumulación de cultura que debemos procesar, ensamblar y deglutir para sintetizar lo propio. Que la fantasía es un producto de un inconsciente bien consciente de sí mismo y no de las leyes importadas desde la tradición inglesa o gringa. Es un trabajo de arte, no de copia. Anclado en nuestra imaginería, nuestros sueños, nuestras pesadillas, nuestro ethos, nuestra mitología. Una episteme propia desde donde producir. Si hundimos las raíces en nuestro territorio, mental, espiritual, trascendental, los frutos se van a parecer a nosotros, a ningún otro.
-Se acaba de estrenar “La Ciudad de los Césares”, obra de teatro que escribiste junto a Marco Antonio de la Parra. ¿Qué significa para ti esta primera experiencia en el ámbito de la dramaturgia? ¿Hay algo de “Ygdrasil” en ella?
-Sin duda. Se trata del mismo árbol. Hay otras preguntas más contingentes en la obra, pero se trata de nuevas exploraciones al territorio inconsciente de nuestra comunidad, sus utopías, desengaños, felicidades y temores.
-¿Y cuál es tu próximo proyecto literario de ficción?
-Explotar de nuevo, recoger los pedazos y ver qué se puede armar con ellos.
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