Las Legiones de Roma: La punta de lanza del Imperio en sus gloriosas conquistas

Desde su transformación en un ejército profesional, fueron el brazo armado del Imperio.

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Roma se convirtió en el mayor imperio del mundo antiguo gracias a dos factores cruciales: su eficiente sistema político-administrativo, con el idioma Latín y el Derecho como elementos unificadores, y el Ejército, instrumento valiosísimo tanto en las campañas de conquista romanas como en el posterior proceso de romanización.

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El principal bastión del Ejército romano sería la legión (del latín “legio”, derivado de “legere”, que significa recoger, juntar, seleccionar), unidad militar que consistía en un cuerpo de infantería pesada de unos cuatro mil a seis mil hombres.

La organización militar romana estaba muy ligada a la vida ciudadana. En un primer momento, sólo los ciudadanos acomodados podían servir en el ejército, ya que el Estado no pagaba soldados ni armamento. Más tarde, los legionarios no se reclutaron según sus bienes. Ser soldado se convirtió en una nueva profesión: el soldado recibía su paga y, al terminar el servicio militar –que duraba unos 20 años en promedio-, recibía tierras del Estado.

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En la época de la monarquía, cuando Roma sólo era una pequeña ciudad-estado del valle del Lacio, su ejército estaba compuesto por ciudadanos reclutados a la manera hoplita, a imitación de las polis griegas, cuyas sólidas infanterías se basaban en la disciplina y en las que cada soldado se costeaba su propio equipamiento. Estos primeros soldados romanos, por cierto, combatían al estilo de la falange clásica griega, una formación muy cerrada y consistente pero de escasa movilidad.

Por entonces, las legiones nunca fueron más de tres, y su actividad militar se limitó a las zonas cercanas a Roma. El ejército no era una fuerza profesional ni permanente, sino un ejército ocasional de ciudadanos que, dedicados a sus asuntos particulares, se alzaban en armas cuando eran llamados para defender su ciudad.

Servio Tulio, penúltimo rey etrusco, reorganizaría por primera vez el ejército romano en el siglo VI a. C. sistematizando las tropas en centurias, formadas originalmente por cien hombres (sesenta centurias constituían una legión).

Después que en el siglo IV a. C. los galos invadieran el centro de Italia y saquearan Roma por primera vez, se introduciría en el Ejército romano el stipendium, un pequeño pago que ayudó a costear los gastos de los soldados más menesterosos, lo que sería el primer paso hacia la profesionalización definitiva de las tropas.

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Durante las guerras contra los samnitas y contra Pirro, rey de Epiro (sostenidas en los siglos IV y III A.C.), las legiones romanas debieron organizarse tácticamente de un modo más flexible, ya que se vieron obligadas a luchar en un terreno montañoso no apto para la falange. De ese modo, se pasó del sistema de falange al sistema de manípulos y centurias. Por entonces, las campañas empezaron a estar estratégicamente mejor planificadas y el ejército consular se dividió en dos legiones, cada una bajo el mando de uno de los dos cónsules.

Entre los años 106 y 105 a. C. los romanos sufrieron catastróficas y sendas derrotas antes los cimbrios y teutones, dos tribus germánicas que habían atravesado las fronteras de la República. Cayo Mario, en el año 107 A.C., aprovecharía esta desfavorable coyuntura para llevar a cabo una completa reestructuración de las legiones romanas, instituyendo por fin un ejército profesional más homogéneo y reclutado entre las clases sociales inferiores, los infraclassem, hasta entonces exentos del servicio militar. A partir de este momento, el legionario se convirtió en un soldado profesional, que recibía una paga regular por su servicio, además de la promesa de granjerías económicas una vez que hubiera sido licenciado con honores de la legión.

Tácticamente, las reformas de Mario adoptaron el sistema de cohortes. Cada legión estaba formada por 10 cohortes y cada cohorte estaba formada por unos 480 hombres divididos en tres manípulos de 160 soldados. Y cada manípulo estaba compuesto, a su vez, por dos centurias de 80 hombres.

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Los cónsules ejercían el mando supremo del ejército. Los comandantes de las legiones eran los legati, legado o legatus y sus subordinados seis tribunos militares elegidos. Uno de los puestos militares más importantes de la legión sería el de los centuriones, considerados la espina dorsal del ejército romano. Eran oficiales con mando táctico y administrativo a cargo de una centuria, que cada día debían entregar al comandante o legatus un informe sobre los hombres a su cargo. También participaban en los consejos de guerra y daban su opinión sobre las tácticas bélicas a utilizar.

Como armas defensivas, los legionarios utilizaban la coraza, el escudo y el casco de bronce. Y como armas ofensivas el gladius (espada corta de doble filo) y la lanza corta o pilum.

Las legiones, tal como pudo verse en las primeras escenas de la película “Gladiador” (2000), contaban además con una formidable artillería, que consistía primordialmente en tres clases de mortales máquinas: la balista, arma pesada que lanzaba dardos o piedras en una trayectoria relativamente horizontal a una distancia de hasta 180 metros; el Onagro, máquina que lanzaba masas sólidas (grandes piedras), como una honda, a una distancia máxima de 300 metros; y el Escorpión, máquina en forma de gran ballesta que arrojaba flechas o jabalinas hasta una distancia de 350 metros.
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Las legiones romanas, especialmente en la época imperial, solían arrastrar una gran cantidad de personal civil que no estaba directamente relacionado con la legión: Comerciantes, prostitutas y “esposas” de legionarios, aunque éstos estaban impedidos legalmente de contraer matrimonio. Cuando el ejército se asentaba en campamentos permanentes, se calcula que hasta el 50 por ciento de los soldados formaba familias que no estaban reconocidas por la leyes. La esposa podía ser oriunda del lugar del asentamiento o bien ser una antigua esclava liberada.

A veces, cuando las legiones se establecían en torno a los campamentos militares permanentes o semipermanentes acababan dando origen a auténticas ciudades. Así ocurrió en el caso de la ciudad de León, en España, que nació del castro de la Legión Sexta Victrix; la ciudad de Leyún, en Palestina, sede de la Legión Sexta Blindada; y el fuerte romano de Jovavum en Germania, que daría origen a la ciudad austríaca de Salzburgo.

Para ingresar en una legión había que cumplir una serie de requisitos que verificaba el oficial encargado del reclutamiento. Como el servicio militar duraba entre 20 y 25 años, el candidato debía tener salud y ser joven, en torno a los 20 años. Una vez admitidos, los legionarios prestaban un juramento de obediencia a sus superiores, además de la promesa de nunca desertar.

Posteriormente eran asignados a un destacamento para iniciar la etapa de adiestramiento militar. Las marchas, que se realizaban tres veces al mes, eran una parte muy importante de la instrucción debido a su importancia física y táctica. Todos los soldados iban cargados con un equipo de unos 30 kgs, recorriendo por lo general una distancia de 36 kms en cinco horas.

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Los legionarios también aprendían a construir campamentos donde pernoctar tras las agotadoras jornadas de marcha. Y pese a ser una eficiente y letal máquina de guerra, la legión también podía convertirse en un disciplinado grupo de trabajadores capaces de construir calzadas, puentes, acueductos, carreteras, diques, puertos y fuertes (en el año 73 d.C., por ejemplo, Flavio Silva, comandante de la Legio X Fretensis, tomó la fortaleza de Masada, último reducto de los rebeldes judíos, gracias a la construcción de una gigantesca rampa).

Los legionarios, además de sus labores individuales diarias, debían ejercitarse con su unidad realizando marchas o entrenamientos en grupo, ejecutando relevos de líneas, formaciones de tortuga o testudo, despliegues y diversos ejercicios que iban desde desfiles a simulacros de batallas o asedios. Las maniobras se llevaban con tal rigor que en el siglo I d.C. el historiador judío Flavio Josefo aseguraría que éstas no eran diferentes de la propia guerra y que cada soldado se ejercitaba todos los días con la mayor intensidad posible, siendo “sus maniobras como batallas incruentas y sus batallas como maniobras sangrientas”.

En cuanto a la disciplina, los miembros de la legión eran adoctrinados para obedecer ciegamente las órdenes, pues en caso contrario eran severamente castigados mediante duras medidas disciplinarias, como los decimatios, medida excepcional que se solía aplicar en casos de extrema cobardía o amotinamiento y que consistía en aislar a la cohorte o cohortes seleccionadas de la legión amotinada y dividirla en grupos de diez soldados. Dentro de cada grupo se escogía por suertes quién debía ser castigado (independientemente de su rango dentro de la cohorte) y el que era elegido debía ser ejecutado por los nueve restantes, generalmente por lapidación o por golpes de bastón.

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Los legionarios, por lo general, tomaban dos comidas al día: El desayuno (prandium) por la mañana y la cena, la principal, al acabar la jornada. Su dieta básica consistía en cereales (trigo), carne de cerdo o ternera, y vegetales y legumbres (básicamente lentejas y habas).

Existían tres formas de dejar la legión. La primera era acreditando una enfermedad o heridas graves que hicieran al legionario inútil para el ejército. La segunda consistía en quedar permanentemente inhabilitado para prestar cualquier servicio imperial y ser licenciado con deshonor debido a la ejecución de acciones criminales. Finalmente, los legionarios que conseguía sobrevivir tras los 25 años de servicio militar -en promedio, la mitad de los soldados- podían ser licenciados del ejército con honor.

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Después de las reformas de Mario, tomarían importancia los símbolos y enseñas tradicionales de la legión, principalmente el águila romana, elaborada en metales nobles (como el oro y la plata) y que era guardada celosamente en el “aedes signorum” o santuario del campamento.

La pérdida de las águilas, como les sucedió a Craso o Marco Antonio en Oriente o a Varo en la Germania, era considerada como el mayor deshonor que podía sufrir un cuerpo legionario. Las águilas romanas de cada legión eran llevadas por un suboficial especialmente designado para esa función, llamado aquilifer.

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Las reformas de Mario del año 107 A.C. profesionalizaron el ejército romano, pero provocarían nuevas y graves dificultades. Los generales comenzaron a establecer fuertes vínculos de fidelidad con sus legiones, a las que comenzaron a utilizar como instrumento para conseguir sus metas políticas personales, sembrando así el germen de las guerras civiles que estallarían con inusitada violencia en el siglo I. El caso más célebre sería el de Julio César en las Galias, cuando pasó con sus victoriosas tropas el río Rubicón en el año 49 a.C. para dirigirse a Roma, o cuando las legiones del Danubio, en el período conocido como el año de los cuatro emperadores (69 D.C.), eligieron como emperador a Vespasiano.

Más tarde, en los tiempos del imperio, se haría costumbre que las legiones, a cambio de dádivas y recompensas prometidas por sus caudillos militares, determinarían, mediante conspiraciones y asesinatos, la suerte de muchos de los posteriores césares.

Después del desastre del bosque de Teutoburgo, en Germania, ocurrida a finales del reinado de Augusto, cuando tres legiones al mando de Quintilio Varo -unos 30 mil hombres- cayeron en una emboscada y fueron totalmente aniquilados por los germanos, Roma, salvo algunas excepciones, frenaría su política expansionista, limitándose a defender los limes o fronteras del Imperio. En ese escenario, las legiones se convertirían básicamente en guarniciones defensivas estáticas, dedicadas a levantar bastiones, fuertes, muros, fosos y empalizadas.

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A finales del siglo IV, a pesar de los vanos intentos de varios emperadores de frenar la descomposición interna del Imperio, los germanos (muchos de los cuales ya integraban las legiones, después que el emperador Caracalla otorgara en el año 212 d.C. la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio) comenzarían a cimentar su incipiente poder en Occidente. Debido a la falta de pagas y al recrudecimiento de las crisis políticas internas, las guarniciones romanas finalmente se dispersarían y se disolverían, por lo que los bárbaros no tendrían problemas para traspasar masivamente las fronteras.

Cuando fue depuesto Rómulo Augusto, el último emperador romano, en el año 476 d.C., hacía ya tiempo que las legiones eran parte del glorioso pasado de Roma.

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