¿Por qué a las prostitutas se les dice “rameras”? Una antigua tradición aclara este enigma
Guía de: Mitos y Enigmas
- Héctor Fuentes
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La prostitución ha sido definida eufemísticamente como “la profesión más antigua del mundo” porque existe desde que el ser humano se estableció en las primeras aldeas y ciudades. En el siglo XVIII a. C., en la antigua Mesopotamia, de hecho, ya se reconocía la necesidad de proteger los derechos de propiedad de las prostitutas y en el Código de Hammurabi se regulaban los derechos particulares de las llamadas hieródulas, mujeres dedicadas como esclavas al culto de los dioses.
En Babilonia, según los historiadores Heródoto y Tucídides, las mujeres tenían la obligación, al menos una vez en su vida, de acudir al Templo de Ishtar para practicar sexo con un extranjero como muestra de hospitalidad, a cambio de un pago simbólico. Y fue el estadista Solón quien fundó el primer burdel de Atenas en el siglo VI a. C., y con el dinero que se recaudó en este establecimiento mandó construir un templo dedicado a la diosa del amor.
Desde esos tiempos, la prostitución ha acompañado a todas las sociedades del mundo. Y el término prostituta, en el idioma español, tendría varios sinónimos, como cortesana, furcia, meretriz, hetaira, buscona y mujer de vida alegre. Sin embargo, quizás una de las palabras más conocida con las cuales se identifica a las prostitutas sea el de ramera, término que tiene su origen en el siglo XII, cuando, durante la Edad Media, la prostitución era un oficio medianamente aceptado, reglamentado por los municipios y controlado por las autoridades sanitarias.
Las hiérodulas, en el mundo grecorromano antiguo, eran las sacerdotisas que, una vez llegada las fechas de las festividades sagradas de sus dioses, mantenían relaciones sexuales con los hombres que acudían a participar en estas celebraciones. Estos eventos, por cierto, tendían a ser decorados con ramos de flores para simbolizar la fertilidad. Con el paso del tiempo, e imitando la tradición de las hieródulas, las prostitutas en la Edad Media comenzaron a marcar sus viviendas, balcones o aposentos con ramos de flores para que sus clientes pudieran distinguir sus establecimientos del resto (esta costumbre de poner ramas en las entradas de las casas posteriormente sería adoptada por las tabernas y hostales). Desde entonces, estas mujeres comenzarían a ser llamadas “rameras”.
San Isidoro de Sevilla (556-636), el eclesiástico católico erudito hispanogodo, en uno de sus escritos, corroboraría esta costumbre con la siguiente afirmación: “Ramus ad ianuam appensus corpus vendibile significat” (“Una rama colgada a la puerta, significa cuerpo a la venta”).
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