Heroínas invisibles: El rol de las mujeres en la Guerra del Pacífico
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- Alejandra Lizana
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El 10 de julio se conmemora la Batalla de Huamachuco, una de las más relevantes de la Guerra del Pacífico, ya que fue la última de mayor magnitud. Sin embargo, a la hora de repasar los enfrentamientos de ese conflicto, predominan los nombres de varones. Pero no es porque las mujeres no hubiesen sido parte de él.
Al contrario, cientos de chilenas jugaron un rol fundamental en él entre 1879 y 1884. Pero esa no fue su primera participación femenina en enfrentamientos bélicos en Chile. Desde la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1837-1839), la figura de la mujer guerrera ya se había hecho presente, con la legendaria Sargento Candelaria Pérez como símbolo.
Sin embargo, durante la Guerra del Pacífico, la participación femenina fue mucho más amplia, sistemática y diversa. Las mujeres no solo apoyaron a los batallones como lavanderas, cocineras o enfermeras; muchas de ellas empuñaron armas, lideraron tropas y murieron en combate.
El rol más conocido fue el de las “cantineras”, también llamadas “camaradas” o “vivanderas”. Se trataba de mujeres autorizadas por el gobierno y el Ejército para acompañar a los batallones, siempre que fueran solteras y de “buenas costumbres”. Su misión incluía cocinar, lavar, coser, brindar primeros auxilios y suministrar agua durante el combate. De hecho, llevaban una cantimplora como distintivo de su labor.
Pero algunas fueron más allá del deber. Irene Morales Galaz y Filomena Valenzuela lideraron tropas y se les otorgaron grados militares, transformándose en verdaderas heroínas. Otras, como Leonor Solar, Rosa Ramírez y Susana Montenegro, perdieron la vida en combate. A pesar de su valentía, estas mujeres fueron excluidas de las pensiones militares al finalizar la guerra. Recién en 1910, se rindió un homenaje oficial a Juana López y se reconoció tardíamente a las mujeres soldado con una gratificación económica.
La historiografía ha diferenciado también a las camaradas, mujeres civiles que siguieron a sus esposos o familiares al frente, muchas veces con sus hijos. Aunque su participación fue vital, enfrentaron múltiples obstáculos. En junio de 1879, el gobierno intentó prohibir su presencia en los campamentos por razones de “orden interno” y para frenar una epidemia de sífilis entre los soldados. Sin embargo, muchas desoyeron la orden y continuaron sumándose a la campaña, demostrando su compromiso con la causa nacional.
El aporte femenino no se limitó a los campos de batalla. En las ciudades, miles de chilenas contribuyeron desde la retaguardia. Donaron víveres, confeccionaron ropa, prepararon vendas y reunieron fondos. La prensa de la época jugó un papel clave en estimular esta participación, convocando a mujeres de todos los estratos sociales a colaborar. Así, damas de la alta sociedad sirvieron en hospitales de sangre en Santiago y Valparaíso, mientras que mujeres religiosas y vecinas de distintas provincias se organizaron en redes de apoyo para ayudar a las viudas y huérfanos de los soldados.
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