Esther Ballestrino de Careaga, una destacada defensora de los derechos humanos en Argentina y líder de Madres de Plaza de Mayo, es recordada en el país vecino por su coraje y su lucha incansable por la justicia social. Sin embargo, además de su legado como activista, su historia está marcada por un vínculo especial con el actual Papa Francisco, conocido en su juventud como Jorge Mario Bergoglio.

Antes de ser sacerdote y líder de la Iglesia Católica, Bergoglio trabajó bajo la dirección de Ballestrino en un laboratorio químico en Buenos Aires, durante la década de 1950. En aquel entonces, ella era una química comprometida con la ciencia y la política, mientras que él era un joven de 16 años que comenzaba a dar sus primeros pasos en el mundo académico. Esta experiencia laboral no solo les permitió compartir un espacio profesional, sino también forjar una conexión basada en el respeto mutuo, el intercambio de ideas y el reconocimiento de valores como la justicia y la solidaridad.

Nacida en Uruguay, Ballestrino es una figura emblemática en la lucha por los derechos humanos en América Latina. Química de profesión y comprometida con ideales de justicia y equidad, llegó a Argentina huyendo de la dictadura en Paraguay, pero paradójicamente su vida dio un giro trágico durante los años de la dictadura militar argentina (1976-1983).

Como líder activa de Madres de Plaza de Mayo —grupo formado por mujeres que exigían justicia y la aparición con vida de sus hijos desaparecidos—, Ballestrino alzó su voz contra las atrocidades del régimen, entre las que se incluía el secuestro de su propia hija embarazada. Su valentía e insistencia en denunciar las violaciones a los derechos humanos la convirtieron en un blanco para el gobierno militar. Finalmente, fue secuestrada, desaparecida y asesinada por las fuerzas represivas, dejando un legado imborrable de resistencia y valentía.

Durante el tiempo que compartió con el joven Jorge Bergoglio, él trabajaba bajo su dirección en el laboratorio de Química, mucho antes de la década de los 70. Esta relación laboral se convirtió en una conexión personal, basada en el respeto mutuo y los ideales compartidos de ética y compromiso social. Aunque provenían de contextos diferentes —ella, profundamente marcada por su pensamiento marxista, y él, por su formación católica—, ambos coincidían en el deseo de construir una sociedad más justa.

Ballestrino, quien no compartía la fe católica, influenció profundamente el pensamiento del futuro Papa. Su compromiso con los derechos humanos y su valentía para denunciar las injusticias dejaron una huella notable en el joven estudiante, marcando una etapa significativa en su desarrollo personal y espiritual. A pesar de sus diferencias ideológicas, la admiración mutua que compartían trascendió las fronteras religiosas y políticas.

Tal fue el vínculo entre ambos, que ya siendo Sumo Pontífice, Bergoglio recordó en distintas oportunidades con afecto y reverencia a Esther Ballestrino. En varias ocasiones, destacó su valentía y su compromiso con los ideales de justicia y equidad. El Papa no solo expresó su dolor ante su trágico destino, sino que también tomó acciones concretas para honrar su memoria y resaltar su legado.

Durante su tiempo como máximo líder de la Iglesia Católica, mantuvo siempre en su despacho de la Casa de Santa Marta, en el Vaticano, un retrato de Esther hasta el final de sus días. E incluso al referirse a ella, siempre lo hizo con admiración: “Era una mujer extraordinaria, la quería mucho”, solía decir.

Un gesto significativo ocurrió en 2015, cuando Francisco recibió personalmente a las hijas de Ballestrino en el Vaticano, reconociendo el sacrificio de su madre y de tantas otras mujeres que lucharon por la verdad y la justicia en tiempos oscuros. Este encuentro simbolizó el respeto profundo del Papa hacia las Madres de Plaza de Mayo y su compromiso con los derechos humanos, mostrando cómo la relación que compartió con Ballestrino impactó su visión como líder religioso.