Pali Aike: Una áspera belleza en la estepa patagónica
Guía de: Patagonia
- Walter Raymond
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Es un ambiente duro, casi siempre barrido por la persistente letanía del viento. Predominan en la llanura los dorados penachos de los coirones que le otorgan una tonalidad amarillenta al conjunto. Se alzan, aquí y allá, negros y derruidos cuellos volcánicos. Semejan antiguos castillos en ruinas, como silentes testimonios de un pasado de fuego y lava.
Andar entre coirones, y luego sentarse entre las negras piedras, nos permite sentir la naturaleza desde otra perspectiva. Apreciar, y también de algún modo querer, esa áspera belleza de Pali Aike.
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Una conexión especial
Quién captó las fotografías que ilustran este relato ha sido el fotógrafo chileno Andrés Puiggros. Nos dice, que su mayor impresión en Pali Aike fue “ese contraste entre la vida y lo inerte”. “Esa manera de (ver) cómo va desarrollándose la vida fue lo que me gatillo una conexión especial que pude plasmar en el trabajo fotográfico”. “Lo áspero de la lava y restos volcánicos, en contraste con la vegetación que comenzaba a desarrollarse, fue lo que me cautivó”.
Quizás de eso traten los enigmáticos y silentes lenguajes de los desiertos. De contarnos, de interrogarnos y devolvernos la exacta dimensión del ser humano ante la naturaleza. Un diálogo genuino entre el Hombre y naturaleza.
Es sentir -reafirma Puiggros-“(es que) la interacción entre el fotógrafo y la naturaleza es clave cuando salgo a tomar fotografías”, afirma. Es captar“lo que a uno le genere armonía y vibración positiva para así conectarse y obtener fotografías desde una aproximación más personal”.
Memoria descriptiva
Los ocres y negros de los antiguos derrames de lava se entremezclan con los dorados del coirón, y los diferentes tonos de verde de la murtilla, el romerillo y calafates. Las matas parecieran querer recostarse en las piedras para quizás amainar un poco el viento.
Hay flores. Ciertamente escasas y pequeñas. Aportan, a manera de medida celebración de la vida, sus tonos blancos, violetas, amarillos y algunos detalles rojizos. A su vez, las ásperas rugosidades del pedregal se pincelan con los ocres, verdes y blancos, que aportan los líquenes y musgos. Algunos tonos rojos y amarillos parecieran querer desafiar las afiladas aristas de lo inerte de la lava durmiente.
Andrés Puiggros, explica que él “trata siempre de sacar las fotografías desde el porqué, más que del qué. En el fondo es -detalla- “lo que voy sintiendo”, y en el caso (Pali Aike) la interacción que sentí y percibí fue de contrastes. La interacción de lo frágil, de lo frágil, de estos pequeños líquenes y musgos que van creciendo. Es cuando uno se da cuenta de la importancia que puede tener cualquier acción (sobre la naturaleza), incluso la sola presencia en el lugar puede causar algún daño (si no somos lo suficientemente respetuosos con el entorno)”.
Por ello, “Poner la naturaleza por sobre la fotografía, en un lugar como este, es tremendamente importante”. Ese es, justamente, uno de los siete principios de Nature First, organización que proclama “La naturaleza primero” y que Andrés Puiggros integra.
Los que viven allí
Pali Aike es territorio de guanacos, también de pumas y zorros. Algunos veloces desplazamientos entre las piedras delatan el andar de lagartos y lagartijas. Arriba, atravesando el cielo, suelen cruzar bandadas de chorlos o de pato jergón. En el pentagrama que dibuja el viento insertan sus secos trinos, el chercán, las loicas y golondrinas chilenas. Atentos caranchos y aguiluchos observan y esperan su oportunidad hasta que las águilas moras se enseñorean del espacio.
Abajo, en las orillas de las lagunas, ensimismados grupos de flamencos, cauquenes y bandurrias agregan sus notas de colores y sonidos. Ocasionales chingues patagónicos, peludos o armadillos deambulan apegados al suelo. Estos últimos, quizás representen mínimos remedos de los grandes acorazados que convivieron con los primeros habitantes humanos.
Hombres y bestias
Es que en este paraje habitaron pequeños grupos de cazadores recolectores que convivieron con algunas bestias prehistóricas. Fue en algún momento luego que las grandes masas de hielo se recogieran a las altas cumbres o se retiraran más al sur.
Los hallazgos de huesos humanos e instrumentos líticos, junto a restos de milodón, de un gran oso patagónico y del extinto caballo americano, nos indican que aquellos pequeños grupos de humanos convivían con dichos animales en un territorio que todavía presentaba actividad volcánica.
Por ello, al contemplar el desierto de Pali Aike bien podemos efectuar un ejercicio de imaginación asumiendo que es un paisaje de la Edad de Piedra, con algunos grandes animales prehistóricos y pequeños grupos de humanos cazadores – recolectores.
La magnífica obra de Andrés Puiggros, en los desiertos de Pali Aike y Atacama, demuestra que es factible esa interacción y diálogo entre naturaleza y fotógrafo. Diálogo silencioso del que surge un entendimiento que se transmite a las imágenes captadas, una especie de intercambio donde la naturaleza se muestra con su mejor vestido y sonrisa.
Apreciar la naturaleza, aún la de los ambientes áridos y secos como Pali Aike, puede movilizar en nosotros sensaciones de infinita belleza. Solo es estar allí y aprender a mirar y sentir.
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