Matrimonios sin sexo: Una realidad poco conocida
- Paulina Sallés, ex Guía de Psicología y Tendencias
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Los matrimonios sin sexo o “blancos” son una realidad de la que poco se habla. Técnicamente, éstos se definen como aquellos en los que no se ha logrado un coito con penetración durante un lapso de 6 a 8 meses, a pesar de intentarlo al menos una vez al mes.
Se habla de “matrimonios” y no de “parejas” en general, principalmente porque este problema se da con mayor frecuencia en personas que deciden mantener la virginidad o castidad previa a la boda. Generalmente, esta decisión tiene que ver con creencias y valores religiosos, que consideran que las relaciones pre-matrimoniales son un pecado y, por tanto, el sexo es solo permitido tras contraer el vínculo sagrado. Cabe señalar, que este no es un problema que siempre se dé en estos casos. Un gran número de parejas que han asumido esta postura, puede desarrollar posteriormente una vida sexual satisfactoria en su matrimonio.
Se dice que la causa fundamental de los matrimonios sin sexo es la presencia de una disfunción, generalmente asociada a factores psicológicos, que hace que uno o ambos miembros de la pareja no puedan desempeñarse y disfrutar adecuadamente de sus relaciones, como por ejemplo; una disfunción eréctil, eyaculación precoz u otro, en el caso del hombre, vaginismo o anorgasmia en el caso de la mujer.
Las prácticas de estas parejas pueden variar, desde relaciones basadas netamente en besos y caricias restringidas, hasta la práctica de diferentes tipos de estímulos sexuales, estableciendo como límite la penetración, de manera que, técnicamente, la virginidad se conserve. Las dos modalidades pueden considerarse absolutamente normales cuando se basan en un acuerdo que hace sentir cómodos a ambos miembros de la pareja.
No obstante, como plantea el Psicólogo y Sexólogo Clínico, Roberto Rozensvaig, esto puede transformarse en un problema, cuando el acuerdo de no tener relaciones en el pololeo escondía temores y conflictos, pues éstos salen a relucir después del matrimonio, cuando ya las relaciones sexuales son permitidas y, en cierta medida impuestas por factores culturales.
Puede suceder que hombre y mujer continúen excitándose, sin embargo, algo impide que se logre la penetración o que el coito pueda llevarse a cabo. Puede existir temor, nerviosismo o rechazo hacia el acto, generándose reacciones psico-fisiológicas; como pérdida de lubricación vaginal y dolor, contracción involuntaria de las paredes vaginales, dificultad del hombre para mantener su erección o para contener la eyaculación. Estas condiciones aumentan el temor, la confusión y llevan a la frustración, pues es probable que ninguno de los dos cuente con información suficiente acerca del modo cómo manejar la imposibilidad de culminar su deseo sexual frente a tales dificultades.
Cuando esto se repite una y otra vez, cada uno puede comenzar a ponerse en el rol de espectador de sí mismo, pronosticando su rendimiento y preguntándose mentalmente… ¿Seré capaz de mantener la erección?… ¿Podré contener la eyaculación?… O en el caso de la mujer, ¿Seré capaz de relajarme?… ¿Sentiré dolor? Esto generalmente se relaciona con una anticipación del fracaso del acto sexual, condición que generalmente conduce a que así sea, llegándose finalmente a la generación de un círculo vicioso. La frustración puede alcanzar tal punto, que lleve a la pareja a distanciar cada vez más sus intentos para evitar el fracaso, pudiendo incluso llegar a la absoluta ausencia de vida sexual.
En algunos casos, es posible que se logre la penetración, pero que esta resulte tan desagradable para alguno o para ambos, que se decida, tácita o explícitamente, confinar el acto sexual a una esfera netamente funcional, utilizándolo sólo para la procreación.
Se debe tener en consideración, que lo más probable es que en ciertas etapas del conflicto sobrevengan las recriminaciones. Estas son sentidas generalmente como una crítica y una presión por parte de quien las recibe, razón por la cual, lejos de contribuir a la solución del problema, generan aun mayor distancia entre ambos.
Al otro extremo, podemos encontrar parejas en las que alguno asume una actitud excesivamente comprensiva, que generalmente se corresponde con pasividad. Esto hace que se adopte un comportamiento funcional al síntoma, manteniéndolo y cronificándolo. De este modo se va forjando una especie de pacto implícito que descarta las relaciones sexuales de las prácticas cotidianas, llevándolos a establecer una relación que, más que matrimonio, parece amistad.
Es importante destacar que este problema tiene solución, siendo ésta más factible cuando se consulta de manera oportuna. Por esta razón, si alguno de los lectores de este artículo está pasando por una dificultad similar a la descrita, no dude en consultar a un especialista en terapia sexual de pareja.
Es necesario asumir una actitud tranquila y comprensiva, pero activa, de manera que sea posible cambiar la situación para lograr una vida sexual plena.
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