Cumpliría 75 años Syd Barrett. Si eres amante del rock, o seguidor del arte en general, arte sin más, sabes de sobra de quién se trata. Sin embargo, si no eres de quienes gustan de hurgar en los pormenores de los movimientos que sacuden el mundo, quizá ni reconozcas su nombre. El tiempo fue ingrato con Syd.

Barrett fundó una banda allá por los años en que la juventud buscaba una alternativa al mundo que sus padres le legaban. Eran los últimos 60′s. La psicodelia lo había trastocado todo y hasta la política quedaba en un segundo plano con la búsqueda profunda de otras verdades. ¿Borrar las fronteras entre el ser interior y la rutina exterior? Esa búsqueda le valió la cordura a muchos de aquellos heroicos jóvenes.

Syd armó el grupo y trabajó incansablemente para la edición del primer vinilo en 1965. Tenía una formación que ya lo conformaba: El bajista Roger Waters, el baterista Nick Mason, el tecladista Richard Wright y él en guitarra, ideas y voz. El álbum se llamó “The Pipers at the Gates of Dawn” y representó las inquietudes de un hombre que veía la vida como algo más que acaparar dinero, comprar una casa, un auto y tener una linda pileta.

Pero, desafiar a la vida, encontrar repuestas que no deben encontrarse, superarse los límites que son deben ser superados tiene su precio. Aquella generación encontró un aliado traicionero en aquel peligroso camino: las drogas. Como tantos otros Syd no pudo congeniar la riqueza de su búsqueda intelectual-humana con la necesaria salud; la cultura rock nunca fue buena con el cuerpo.

Los alucinógenos y el componente adictivo de las drogas lo consumieron rápido. Su genio duró muy poco y su luz resulto efímera. Muchos creen que el hombre le debe su posterior fama, mucha o poca, a lo que hicieron sus compañeros, una vez que Waters, en una suerte de traición, convocó al guitarrista David Gilmour y dio rienda al momento más conocido de Pink Floyd. Sin embargo, Roger no fue tan rupturista: Comprendió que el grupo debía trabajar sobre las inquietudes de su creador y dedicó, incluso, mucho de su arte a comprender la mente perdida de Syd.

Barrett pronto perdió su sitio en la barco. No llegó a grabar ni el segundo disco de su grupo y consiguió armar dos propios álbumes, ayudado por sus amigos. reunió una banda para presentarlos, pero todo aquello no duró: No había forma de hacer música tradicional con él.

Su carrera musical terminó y perdió contacto con sus excompañeros. Volvió a vivir con su madre y se entusiasmó con la pintura: El arte sería su modo de respirar, hasta el último día que lo hiciera.

A mediados de los 70′ se dio la última reunión. Muy desmejorado, gordo y pelado, Syd logró entrar al estudio donde Pink Floyd grababa. Ninguno de sus amigos lo reconoció y, cuando estaban a punto de echarlo, Roger Waters se echó a llorar como un niño, había comprendido todo.

Barrett nació un día de reyes magos de 1946. Murió en Cambridge, al abrigo del cuidado de su hermana, en 2006, increíblemente cerca en el tiempo. Hace tiempo que su mente se había ido y su carrera comercial, terminado. De todos modos, nunca había buscado aquello. El arte es injusto para los que lo aman y ejecutan: reserva zanahorias para muchos y premios para un puñadito de privilegiados. O tal vez este sea un error. Y el recompensado haya sido Syd y los perjudicados sus excompañeros y nosotros. ¿Por qué no?