No es que el rock esté desacostumbrado a la muerte. En el último tiempo, ha enfrentado varias veces sus garras. Pero hay muertes y muertes. Aunque suene antipático, no es lo mismo el deceso de un rocker de los 60s que maltrató como nadie su cuerpo en aquellos años y hoy paga los excesos en la avanzada ancianidad, con un músico de camadas más cercanas, joven, en plena actividad. Por eso la muerte de Taylor Hawkins dolió como pocas en el mundillo.

Los excesos siguen estando allí. Los primeros resultados de la autopsia indicaron que el baterista de Foo Fighters tenía diez sustancias en su cuerpo: desde antidepresivos pasando por los opioides, no faltaba nada. Sin embargo, un detalle no tan pequeño puede haber sido decisivo en la falla cardíaca que quitó la vida al músico.

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Hawkins tenía un corazón grande y pesado, según los cánones de Medicina. El órgano vital del baterista pesaba 600 gramos, casi el doble de un corazón medio de un adulto, que oscila entre los 250 y los 350 gramos. La hipetrofia puede ser congénita o puede ser producto de las sustancias consumidas. Esta deformación, sumado a una sobredosis, puede haber provocado la muerte de Hawkins.

Los memoriosos recordaron de inmediato una entrevista para RollingStone de casi un año atrás. Allí, Taylor se divertía con el dato de su corazón grande: “Tengo suerte de haber captado el mensaje en el momento adecuado (tradicional declaración de todo rockero y/o adicto, ¿cierto?). Así que sí, estoy sano. Estoy bien… Tengo infecciones de los senos paranasales muy malas. Y me acabo de enterar por mi médico, me hice todos los análisis de sangre y me revisaron todo el corazón y me dijo: “Amigo, estás en una forma increíble”. Tu corazón es grande, porque haces mucho ejercicio. Es como el corazón de un corredor”.

La muerte lo sorprendió a Hawkins e hizo llorar al rock, a días del Lollapalooza, con su imagen jovial aún fresca. Cuántos artistas queridos lo han hecho llorar ya.