A Uruguay le bastó acelerar para comenzar a desarmar al equipo chileno.

Este viernes se inició el calvario, perdón, el proceso clasificatorio con miras al Mundial de EE.UU.-México-Canadá con una derrota 3-1 ante Uruguay modelo Marcelo Bielsa, en Montevideo.

A ver, siendo sensatos, una derrota en la capital oriental siempre está contabilizada en las apuestas previas de cada Eliminatoria mundialista. Así que por ese lado, este resultado no debiera doler porque estaba fríamente calculado.

Lo que duele es que el equipo chileno es sólo un conjunto de futbolistas que tienen las mejores intenciones de hacer algo con la camiseta roja, lo que se refleja sólo en algunos momentos durante el partido. Pero de que haya un padrón de juego definido, hágase ilusiones porque hasta el momento en lo que va del proceso de Eduardo Berizzo no lo hay.

Chispazos.

Ante la presión alta charrúa –sello bielsístico indeleble-, bien Chile cuando apostó por la salida rápida por las bandas con el trazo largo sorteando rápidamente el peaje del mediocampo para buscar a los de arriba. También, cuando se buscó el toque de primera bien dirigido en la mitad rival, no resguardándose en campo propio.

Cuando se producía el retroceso en bloque, la Roja supo cerrar resquicios, sobre todo por los laterales evitando el pique celeste por los carriles externos.

Sin embargo, tras el primer cuarto de hora los de la República Oriental pasaron de segunda a cuarta y comenzaron a aparecer, de manera recurrente, en la última zona nacional.

Cambio de ritmos.

Darwin Núñez, delantero de Liverpool, fue el que comenzó a machacar a la defensa rival, picando a las espaldas de los centrales nacionales generando problemas en la testera. En el minuto 13 avisó con un remate que Brayán Cortés supo contener, después comenzó a sacar centros rasantes.

A partir de ahí, el factor de los volantes uruguayos comenzó a marcar diferencias ya que empujaban a sus atacantes llegando, mínimo, con seis hombres al límite del área chilena. Ese peso específico de los centrocampistas se reflejó en los goles de la primera etapa: Nicolás de la Cruz buscó la habilitación para rematar cruzado; Federico Valdés remató de media distancia, sin marcar. Y el tercero, en la segunda fracción, nació de un pique largo de Valverde que firmó De la Cruz.

A grandes rasgos, ese dominio se reflejó con coordinados y rápidos toques, sobre todo en el último tercio de cancha.

Trocando puestos.

La intención de Chile, cuando tuviera oportunidades ofensivas, era que los atacantes netos (Ben Brereton y Alexander Aravena) se llevaran las marcas de los centrales rivales para posibilitar la creación de espacios y la entrada de los volantes Marcelino Núñez y Diego Valdés. La intención era buena, lo que pasó es que los volantes uruguayos también se cerraban bien anulando esas intenciones visitantes.

Factor Vidal.

En los 24 minutos en que el King estuvo en cancha se notó su influjo con pivoteos y rematando a puerta, apoyando en el ataque. Quienes gustan de hacer fútbol ficción quizás ya están elucubrando qué hubiera pasado si el centrocampista del Paranaense hubiera sido desde la partida.

Destellos.

A modo de conclusión, Chile mostró ganas pero sin una continuidad de juego. No hubo incursión por las bandas –apenas una, por la izquierda, en el segundo tiempo-, no hubo alguien que manejara los tiempos (hace rato que la Roja carece de esa alternativa porque ya no hay “10” como los de la Vieja Escuela), los de arriba mostraron intención pero se fueron desdibujando por su labor de llevarse los marcajes rivales.

Y la defensa, cuando fue apurada, dejó lagunas que posibilitó la entrada de atacantes rivales. Si el marcador a favor de Uruguay no fue más abultado fue, única y sencillamente, a que esos embates celestes carecieron de finiquito o porque Brayán Cortés supo contener algún disparo rival. Por lo menos, algo por qué dar gracias… Finalmente, el marcador terminó 3-1 a favor del país oriental.