Aguas peligrosas: un viaje por el Zambezi

Alejados de la seguridad de la civilización, lo que prometía ser un trayecto placentero por el río Zambezi terminó siendo una muestra de los riesgos que entrega África.

— “¿Cuál es el animal más peligroso que nos podemos topar? ¿Cocodrilos?”— le pregunto a un hombre que saca las canoas en Gwabi, en el sur de Zambia, antes de embarcarnos por un recorrido de 80 kilómetros y dos días de duración por el río Zambezi.

Despreocupado el guía me dice como si me hubiese faltado ver el último especial del Animal Planet: “No, mientras no metas las manos al agua los cocodrilos no hacen nada. Son los hipos de los que hay que estar alerta”. Fantástico, luego de haber andado cientos de kilómetros insertándome en la selva africana me venía a enterar de que estas criaturas de hasta tres toneladas de peso son considerados los seres más peligrosos de África.

Zambezi

Foto: Felipe Ramos

El viaje por el río Zambezi duraría dos días y recorrería 80 kilómetros.

Sin meditar mucho las palabras de advertencia sacamos la canoa para dos personas al río y luego de una clase rápida de cómo remar y navegar nos embarcamos en la travesía. El clímax de un viaje mayor que pronto nos llevaría a Victoria Falls. El plan de viaje era recorrer 40 kilómetros el primer día bajo el intenso sol de enero, para luego descansar en alguna playa y así el día siguiente poder arribar al Parque Nacional Zambezi en el río Chongwe.

La primera parte resulta ser una placentera remada por las aguas del río Zambezi, el cual divide Zambia de Zimbawbe, y cuyas aguas turbias contrastan con el verde de las riberas. El grupo de unas diez canoas aprovecha de sacar fotografías y relajarse. Incluso algunos reclaman porque no se ven animales. Gente tampoco se ve en las inmediaciones, salvo por una mujer lavando su ropa en el borde del agua y un pescador local, el cual al saber de nuestro origen nos grita: “¡¡¡Colo Colo!!!”. Debo confesar que no supe si reírme o bajarme a pegarle con el remo…

A medida que pasa la mañana el sol se va haciendo más implacable y la remada más dura. Para quienes no tienen experiencia previa en el arte del canotaje los brazos y hombros pronto se cansan, volviendo una feliz jornada en una penosa experiencia mientras pasan las horas. La temperatura sube y aunque tengo ganas de refrescarme la cara recuerdo las palabras del hombre en Gwabi —“mientras no metas las manos al agua los cocodrilos no hacen nada”—. Mejor deshidratarse que perder una mano, pienso.

Zambezi

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Alrededor del mediodía paramos a almorzar. El menú del día son sándwiches de atún o de una extraña jalea rojiza.

Alrededor del mediodía paramos a almorzar. Arrimamos las canoas a la orilla y armamos un pequeño campamento. El menú del día son sándwiches de atún o de una extraña jalea rojiza. Nuestro guía Dan —un sudafricano con gorro de Indiana Jones y que con una cortaplumas podía hacer más cosas que McGuiver—  prepara los panes mientras otros descansan.

Luego de unos 40 minutos es hora de volver al agua. No pasaría mucho rato para que el sueño de quienes estábamos ahí se volviese realidad. A pesar de que el río tiene unos 400 metros de ancho remamos bordeando una ribera. De imprevisto alguien distingue lo que parecen ser rocas grises. Pronto veríamos con una mezcla de excitación y temor que estas “piedras” nos miran de vuelta. Enormes ojos rojos de hipopótamos que se asoman como la punta de un enorme iceberg que calmadamente se prepara para embestirte.

Paréntesis (lo que me perdí por no ver el Animal Planet antes de subirme a la canoa): El hipopótamo es un animal de hasta 5 metros de largo y 1,5 metros de altura. Tienen una enorme boca que pueden abrir en 150 grados y de los cuales emergen dos colmillos amenazantes de 40 cms. cada uno. Además, puede estar bajo el agua hasta cinco minutos y en tierra se le ha visto correr a una velocidad de 50 kilómetros por hora.

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Foto: Reuters

Los hipopótamos son responsables de la mayor cantidad de muertes de personas por parte de animales salvajes.

…Y ahí estaban. En apariencia tranquilos, pero de cuando en cuando emitiendo un sonido que parecía una moto de gran cilindrada. Cientos de ellos, expectantes y prestos a sacar a relucir ese mal genio que los caracteriza y que los lleva a atacar incluso a los cocodrilos. Culpables de la mayor cantidad de muertes de personas por parte de animales salvajes, los “hipos” infligen temor cuando se les ve a un par de metros. Ya nadie pensaba en sacar fotografías de los “tiernos” animalitos. Es que cuando la vida está en peligro, lo último que un piensa es en una imagen para la posterioridad. Es ahí donde uno se da cuenta que en África realmente impera “la ley de la selva”, donde los seres humanos podemos ser un eslabón bastante débil dentro de la cadena alimenticia.

Por cerca de dos horas sorteamos los bancos de hipopótamos gracias a la habilidad de los guías, los cuales van golpeando sus botes con sus remos para que las bestias emerjan y así evitemos pasar por encima de una. El trayecto se hace en fila india, canoa tras canoa. A un lado los hipos y al otro la orilla con árboles de enormes espinas que van dejando rasguños en nuestros brazos; heridas que con la adrenalina al tope eran como un cariño si se tenía en cuenta que al otro lado estaba la posibilidad cierta de terminar ensartados por un colmillo de uno de nuestros vecinos.

Zambezi

Foto: Felipe Ramos

No se engañe, la tranquilidad del Zambezi es sólo aparente, en cada rincón puede haber una sorpresa esperando al viajero.

Finalmente, y sudando bastante, pasamos a los “hipos” y pudimos continuar el viaje en una tranquilidad aparente. Ya se hacía tarde y pronto caería la noche. Al otro lado del río se veía una pequeña playa, lugar ideal para descansar. Pero antes había que atravesar una distancia que había aumentado a unos 500 metros y que aparentemente parecía una tarea fácil. En el medio del río un conjunto de juncos afloraban. Poco a poco cada canoa comenzó el cruce, pero no habría que esperar mucho para darnos cuenta de un nuevo peligro: el caudal del río avanzaba cada vez con más fuerza. Rápidamente las embarcaciones se distanciaron unas de otras. Yo y mi compañera de bote quedamos atrás. Por más que remábamos no lográbamos remontar la distancia que nos separaba cada vez más del resto. En un momento vi los juncos a unos 30 metros nuestros. Veinte minutos después los juncos seguían a la misma distancia y nuestros músculos comenzaban a flaquear.

Pronto nos dimos cuenta que por nuestra cuenta no podríamos atravesar el río. Mi compañera de pronto reclamó: “¡Cuándo llegue a Santiago me voy a querellar!”. “¡Rema mujer!” fue lo único que atiné a decir.

Tras un rato esperando ayuda y varios intentos frustrados por amarrarnos a otras canoas fuimos a dar a un banco de arena en la orilla opuesta a donde comenzaba a llegar el resto del grupo. En la arena huellas recientes de cocodrilos nos daban la bienvenida. Tras una espera de media hora fuimos rescatados por Dan, quien nos pudo remolcar hasta el campamento que ya se armaba. Rendido caí dormido apenas llegué a nuestra carpa.

El segundo día fue mucho más tranquilo que el anterior. En la noche un cocodrilo se había aproximado desde el río sin salir a la superficie y un hipopótamo había merodeado los alrededores del campamento, pero por suerte nuestra había confundido las carpas con rocas. Los últimos 40 kilómetros de viaje por el Zambezi nos depararían más hipopótamos que está vez nos miraron a mayor distancia que sus congéneres del día recién pasado y uno que otro elefante en la orilla del río.

Era tarde cuando llegamos a la base del Parque Nacional Zambezi en el río Chongwe. Los guardaparques nos esperaban para jugar un partido de fútbol. Ansioso y agradecido me bajé de la canoa sin ningún ánimo de volver a subirme. Había pasado una de las situaciones más extremas y estresantes de mi vida, pero una gran sonrisa se dibujaba en mis labios. El cielo nos deparaba una de esas postales que sólo el atardecer africano puede dar.

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