Fútbol argentino: Auge y caída de un imperio
- Christián González, ex Guía de Fútbol Internacional
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Durante la década de los noventa, el fútbol argentino a través de su liga local, vivió una de sus épocas más brillantes. River Plate, Boca Juniors, San Lorenzo, Independiente, Vélez Sarsfield , Racing y otros equipos más pequeños, daban vida a torneos competitivos, parejos y con alto nivel futbolístico, con varios seleccionados trasandinos actuando en los principales clubes.
Para que un jugador extranjero fuera contratado por alguna institución o que un mismo argentino pasara de un equipo pequeño a uno más importante, debía hacer bastantes méritos. Y ni hablar de los futbolistas provenientes de las divisiones menores. Sólo algunos alcanzaban el sueño de jugar en Primera División: Los mejores. La mayoría quedaba en el camino.
Ejemplos hay varios. Marcelo Salas llegó a River Plate en 1996 después de ser campéon dos veces con Universidad de Chile, ser semifinalista de Copa Libertadores, con varios partidos de la Selección en el cuerpo y con el rechazo de Boca Juniors días antes, con la ya célebre frase de Carlos Salvador Bilardo, en ese momento técnico de los ‘xeneizes’: “En Argentina nunca ha triunfado un chileno”.
La historia de ‘Matador’ ya es conocida. Triunfó y fue transferido a Europa. Claro que su trascendencia no la habría logrado si no es por los grandes futbolistas que lo acompañaban, como Enzo Francescoli, Ariel Ortega, Marcelo Gallardo, Celso Ayala, Juan Pablo Sorín, Santiago Solari, entre otros. Todos después brillaron con sus selecciones en Mundiales o en clubes grandes de Europa.
Fiesta de hinchas
Toda esta calidad en la cancha estaba acompañada y contextualizada por un ambiente de fiesta permanente entre los hinchas, y de análisis y estudio por parte del periodismo: la intensidad y calidad que el fútbol argentino mostraba fuera de la cancha, era replicada por sus protagonistas en el césped.
Además, las jóvenes figuras debutaban a los 17 años – o menos, algo que aún sucede- y se mantenían al menos dos o tres temporadas antes de emigrar al extranjero. Y cuando se iban, lo hacían a instituciones importantes y con más de algún trofeo como carta de presentación.
Fue tal el éxito de este modelo, que Argentina ganó millones de dólares sólo por transferencias de jugadores –especialmente la Asociación de Fútbol Argentino, AFA, debido a que por reglamento interno debe recibir un porcentaje de cada operación- y se transformó en una exportación no tradicional de grandes réditos para el Estado.
Pero el Imperio se frenó y aún peor. Puede gustar o no el nivel actual del fútbol argentino. Puede agradar o no la calidad de sus jugadores. Pero es innegable que lo que se construyó en los noventa, tuvo su lenta caída durante la última década.
Los mejores nóveles futbolistas salen al extranjero a equipos de dudosa calidad con menos de 30 partidos en Primera División –ayudados por la Ley Bosman, que permite que con Pasaporte de la Comunidad Europea no ocupen plaza de extranjero- y de la mano de más algún intermediario que se lleva una gran tajada de la transferencia.
Eso también ha provocado que los planteles estén formados por jugadores jóvenes –no los más destacados, esos ya partieron- y por experimentados que ya pasaron por Europa y que superan los 30 años con largueza. El caso más emblemático es Matías Almeyda (con casi 37), que es titular en River después de estar retirado por varios años y jugar Showbol.
A equipos importantes de la competencia local llegan futbolistas que en otros épocas ni siquiera habrían soñado con jugar ahí. La mayoría no rinde y salen rápidamente. Otros se ganan su lugar, ya que muestran algo distinto a la mediocridad técnica y táctica.
Ejemplos hay: Gustavo Canales, delantero de Unión Española, fue contratado en River Plate como la solución de gol. El trasandino es un buen jugador, pero no para llevar el peso ofensivo de un cuadro grande como los ‘millonarios’. Volvió en seis meses al cuadro de Santa Laura.
Otro de Chile. David Ramírez (que tuvo un buen paso por Unión Española, pero que en los momentos decisivos como la final del Apertura 2009 ante Universidad de Chile no apareció) y César Carranza (pasó sin pena ni gloria por Colo Colo), son figuras del actual Torneo jugando para Godoy Cruz.
¿Y afuera de la cancha? La intensidad de los hinchas y el análisis de la prensa sigue siendo la misma. El problema es que como eso se mantuvo, ahora el fútbol en Argentina se grita en las galerías, se habla y lee en los periódicos, radios, Internet y televisión, pero no se juega donde importa, en la cancha. Se comenta mucho , pero el balón, con calidad, técnica y táctica, se mueve poco… muy poco.
Equipos como Estudiantes de la Plata, Vélez Sarsfield, inclusive Lanús y Banfield, han sacado la cara a cuentagotas, manteniendo a técnicos por varias temporadas, algo casi impensado en una actividad que no soporta entrenadores por más de seis meses, como mucho.
Ese fútbol de los noventa y de los ochenta ya no se ve en Buenos Aires y sus provincias. El Imperio tuvo su auge y cayó… ¿podrá recuperarse?
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