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El inesperado y doloroso descenso de la “U” a Segunda División en 1989

En enero de 1989, por errores tanto directivos como deportivos, uno de los equipos de fútbol más populares del país perdió por primera vez la categoría.

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Es, sin duda, el capítulo más amargo en la historia de la “U” y constituyó una verdadera puñalada en el corazón de millones de hinchas azules. El descenso de la “U” a la Segunda división del fútbol profesional chileno en 1989 remeció todos los cimientos del fútbol chileno, pues afectó a uno de los dos equipos más populares del país. Si embargo, los antecedentes de esa tragedia futbolera se remontan a mediados de esa misma década.

En 1985, durante una gira a México, el plantel de fútbol de la Universidad de Chile vendió a sus jugadores más valiosos (Luis Rodríguez, Mariano Puyol, Martín “Tincho” Gálvez y Carlos “Búfalo” Poblete), básicamente para pagar las numerosas deudas que tenía el club. Ello despotenció sobremanera al plantel, que pasó de disputar los primeros lugares a rematar octavo en el campeonato nacional de 1986.

U Segunda división

Foto: El Mercurio

A mediados de 1988, luego de una interesante campaña en la copa Digeder (con 12 triunfos, dos empates y cuatro derrotas), Alberto Quintano, técnico de la “U” y legendario ex jugador del club, renunció a su cargo luego de profundas diferencias con la directiva de la institución, presidida por Waldo Green. Su reemplazante fue un hombre de la casa que hacía sus primeras armas como entrenador: Manuel Pellegrini.

El equipo azul debutó en el campeonato nacional de 1988 con un empate a uno frente a Palestino. Pero después todo fue cuesta abajo. Se perdió el superclásico ante Colo Colo y en los siguientes partidos el equipo estuvo cinco fechas sin marcar un gol. Después de una nueva derrota ante Unión Española, los hinchas azules las emprendieron verbalmente contra Pellegrini mientras apedreaban los autos de varios jugadores. El técnico azul, para rematar la mala campaña, había cometido también el descriterio de marcharse a Europa a hacer un curso de perfeccionamiento como entrenador, cuando el equipo se encontraba en pleno campeonato, dejando a su ayudante a cargo.

En noviembre, cuando la campaña del equipo ya era realmente mala, Pellegrini ignoró las peticiones de renuncia que le formularon los directivos del “Imperio Azul”, la barra oficial del club, asegurando que la situación podría revertirse.

Una tarde negra

Pero, pese a ganar el superclásico ante Colo Colo por 3 a cero los días previos, el 15 de enero de 1989 se produjo la debacle total. Tras empatar a dos goles en el Estadio Nacional ante Cobresal, el glorioso club con la “U” roja en el pecho, en cuya historia descolló el famoso “ballet azul” de la década de los 60’ (base de la selección chilena que obtuvo el tercer lugar del Mundial de 1962), descendió por primera vez en su historia a la segunda división. El equipo había obtenido 26 puntos en 30 partidos y había ganado 7 encuentros, empatado 12 y perdido once. Si bien O’Higgins y Unión Española también habían terminado el campeonato con 26 puntos, la diferencia de gol los salvó de perder la categoría: tenían menos siete goles contra menos ocho de la “U”.

Muchos de los más de 25 mil espectadores que acudieron ese infausto día a presenciar ese partido terminaron llorando, estupefactos, de la mano de sus hijos o acompañados de sus amigos, derramando las mismas lágrimas que vertió en el camarín el jovencísimo volante de contención Luis Musrri. Sin embargo, la facción más juvenil y frenética de la barra “Imperio Azul” (que nunca había visto al equipo campeón), que solía ubicarse en la parte de abajo de la hinchada, cerca de la reja, (por eso, meses después de independizarse de la barra se bautizarían como “Los de Abajo”), en vez de emprenderlas a garabatos contra los directivos y los jugadores o causar desmanes en las tribunas, comenzó a entonar a todo pulmón, con una mezcla de rabia y tristeza, pero también con esperanza, un cántico que comenzó a ser coreado de a poco por el resto del estadio: “Volveremos, volveremos. Volveremos otra vez, volveremos a ser grandes, grandes como fue el ballet”.

Las palabras de los jóvenes hinchas serían proféticas, pues a fines de ese mismo año el club recuperaría la categoría. Y cinco años más tarde, de la mano de un promisorio jugador de 19 años llamado Marcelo Salas, al que comenzaron a llamar “Matador” por su instinto asesino frente a los arcos rivales, el club azul se coronaría campeón después de 25 años de larga espera, casualmente frente al mismo equipo de Cobresal. Comenzaba, de ese modo, una nueva y exitosa era para el equipo con la hinchada más fiel y fanática de Chile.

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