Auschwitz: El mayor campo de horror y exterminio Nazi en la Segunda Guerra Mundial
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El campo de concentración de Auschwitz fue el más grande de los centros de exterminio nazis alemanes, una verdadera fábrica de la muerte donde, en el período comprendido entre 1940 y 1945, perdieron la vida más de 1,1 millones de hombres, mujeres y niños, principalmente judíos.
En estricto rigor, Auschwitz fue un gigantesco complejo construido por los nazis compuesto por tres campos de prisioneros: Auschwitz I (el campo original), Auschwitz II-Birkenau (campo de concentración y exterminio) y Auschwitz III-Monowitz (campo de trabajo), además de otros pequeños campos adyacentes.
Esta verdadera factoría del horror se organizó en mayo de 1940, cuando las SS que dirigía el diabólico jerarca nazi Heinrich Himmler buscaban un sitio propicio para montar un nuevo y gran campo de concentración, para someter a los enemigos del Tercer Reich y a la población judía de Europa del Este y de los nuevos territorios conquistados por Hitler. Pronto encontraron en la Polonia ocupada unas instalaciones ubicadas en Oswieçim, al sureste de Katowice, ciudad que había sido parte del imperio austro-húngaro y a la que los nazis devolvieron su antiguo nombre alemán: Auschwitz.
Se trataba de unos edificios de ladrillos y unos barracones de madera, al cual se podía llegar por una línea férrea, y que habían servido como asentamiento temporal de trabajadores y como centro de adiestramiento del ejército polaco.
Auschwitz empezaría a funcionar de manera oficial el 14 de junio de 1940 con la llegada del primer transporte masivo de presos polacos, en su mayoría estudiantes y soldados acusados de oponerse al Tercer Reich. A cargo del nuevo campo de concentración quedó Rudolf Höss, un “eficiente” comandante nazi de las Waffen SS experto en matar prisioneros que llegó desde el campo de Dachau, lugar donde había aprendido a suprimir emociones como la compasión y la piedad.
Seis meses después de su apertura, a fines de 1940, Auschwitz albergaba ya a siete mil novecientos prisioneros. Por entonces, comenzarían a ejecutarse a los primeros prisioneros usando Zyclon B, un letal pesticida a base de cianuro creado en Alemania en la década de 1920.
Nikolaus Wachsmann, autor del libro “KL: Una historia de los campos de concentración nazis” y citado en el medio Infobae, relata que “la primera prueba letal llegó a mediados de septiembre de 1941, cuando las SS gaseó a novecientos prisioneros de guerra soviéticos en el crematorio de Auschwitz. A medida que llegaban, los SS les mandaban desnudarse y los obligaban a entrar en el edifico de la morgue, supuestamente para desinfectarlos. Entonces sellaban las puertas y echaban las bolas de gas. El comandante Höss volvió a observarlo: ‘Después de introducir las bolas algunos gritaron “¡Gas!”, a lo que siguieron unos potentes alaridos y empujones hacia las puertas, Pero estas aguantaron la presión’. Incinerar todos los cuerpos, añadió Höss, llevó varios días… Höss prefería más el gas que los fusilamientos porque para las SS resultaba menos estresante. ‘Aquello me dejaba tranquilo porque todos nos podíamos ahorrar los baños de sangre’, dijo Höss, que también argumentaba que el gas era más ‘amable’ con las víctimas, pasando por alto la terrible agonía de todos aquellos que yacían apilados en la cámara de gas”.
Si bien en un principio Auschwitz albergó a miembros de la resistencia de los países ocupados, intelectuales y opositores a Hitler, comunistas, prisioneros de guerra soviéticos y polacos, presos comunes o de guerra, homosexuales y otros “elementos indeseables”, después de la Conferencia de Wannsee de enero de 1942, cuando la jerarquía nazi decidió que la “solución final al problema judío”, era eliminar a toda la población judía de Europa, calculada en once millones de personas, el campo de concentración comenzó a recibir mayoritariamente a judíos.
Los judíos que eran enviados por ferrocarril al campo, que llegó a albergar a más de cien mil prisioneros y en cuya puerta tenía un letrero que rezaba “Arbeit macht frei” (“El trabajo los hará libres”), eran desembarcados de los vagones de tren como ganado. Luego eran inspeccionados por los médicos SS, quienes con un gesto con la mano o una inclinación de cabeza separaban a los recién llegados en dos filas: A la derecha eran conducidos quienes eran consideraban aptos para trabajar, mientras que a la izquierda eran trasladados los bebés, los niños, las embarazadas, los ancianos, los discapacitados, los enfermos y los mayores de cincuenta años, todos los cuales eran enviados de inmediato a las cámaras de gas.
“Para que la masacre fuese más eficiente, las SS de Auschwitz pronto trasladaron las cámaras de gas a la morgue del crematorio. Estaba fuera del campo, lo que significaba que habría menos testigos no deseados entre los prisioneros regulares. La morgue tenía capacidad para cientos de víctimas y disponía de un sistema de ventilación efectivo, lo que facilitó su transformación en cámara de gas. Se protegieron las puertas y se hicieron unos agujeros en el techo para poder introducir el Zyklon B desde la azotea. Luego, los cadáveres eran incinerados en los hornos crematorios adyacentes. Las SS de Auschwitz habían dado con el prototipo de factoría de la muerte”, relata Nikolaus Wachsmann.
Después que los prisioneros eran gaseados en las cámaras de gas, se abrían las puertas, se ventilaba el ambiente y se extraían los cuerpos para una revisión final: se arrancaban los dientes de oro, anillos, aros u otros objetos de valor y se inspeccionaban los orificios corporales en busca de joyas. Luego, los “Sonderkomandos”, prisioneros judíos que trabajaban en las cámaras de gas y en los hornos, se encargaban de cremar los cadáveres.
Aquella aniquilación en masa cuidadosamente planificada contemplaba asimismo atroces experimentos médicos, usando a cientos de prisioneros como conejillos de indias (se llegó a inyectar pus de personas enfermas a sujetos sanos), además de la práctica de la eugenesia.
Según detalla el medio Infobae, en el macabro “Bloque 11″ de Auschwitz funcionaba una “prisión dentro de la prisión”, un temible sitio de castigo donde se aplicaban las torturas más atroces; se dejaba a los prisioneros morir de hambre, se los encerraba en jaulas muy pequeñas o eran sometidos a ensayos médicos a cargo del infame doctor Joseph Mengele, “el ángel de la muerte” obsesionado por manipular la genética humana.
Todo se “aprovechaba” en Auschwitz. El cabello de las víctimas era usado para fabricar material textil empleado en los vehículos, el oro de las dentaduras era fundido para engrosar las reservas del Reich y la piel era usada para forrar libros, hacer billeteras y monederos o armar una pantalla para una lámpara. Las cenizas de los muertos, incluso, llegaron a ser recicladas como fertilizantes.
Franz Blaha, médico checo que sobrevivió a los campos de Dachau y Auschwitz, relataría que “desollar a los presos muertos era una práctica corriente. Se me indicó que lo hiciera varias veces (…) La piel se trataba químicamente y se ponía a secar al sol. Luego se cortaba, según la utilidad que le fueran a dar: para sillas de montar, polainas, guantes, pantuflas o bolsos de señora…A veces no había suficientes cadáveres y Sigmund Rascher (cercano colaborador de Himmler) nos decía: ‘Muy bien, recibirán otros cadáveres’. Al día siguiente nos llegaban veinte o treinta muertos jóvenes. Les habían disparado en la nuca o golpeado en la cabeza para que la piel quedara intacta”.
Raúl Hilberg, ciudadano austríaco nacionalizado estadounidense y brillante historiador del Holocausto, comentaría más tarde que “los centros de exterminio funcionaban rápido. El recién llegado descendía del tren por la mañana; por la tarde su cadáver ya había sido quemado y sus ropas empaquetadas, almacenadas y enviadas a Alemania”.
Cuando los alemanes comenzaron a perder indefectiblemente la guerra y los primeros soldados soviéticos entraron en Auschwitz el 27 de enero de 1945, fueron recibidos por un hedor insoportable. Pronto encontraron sólo montones de zapatos y miles de prendas de ropa, algunas personas en condiciones infrahumanas vagando sin rumbo, cadáveres en el suelo y niños esqueléticos atemorizados en los barracones gritando “¡No somos judíos!”. En ese momento quedaban sólo 2.819 prisioneros en Auschwitz.
Anatoly Shapiro, comandante soviético del regimiento 1085°, declaró más tarde que “había visto mucho en esta guerra. Había visto a gente inocente morir, gente colgada, incluidos niños, gente quemada, pero no estaba preparado para lo que vi en Auschwitz”.
Vassily Petrenko, general del Ejército Rojo, escribió por su parte que “yo, que había visto gente morir a diario, quedé estupefacto ante el odio indescriptible de los nazis hacia los prisioneros, que se habían convertido en esqueletos. Había leído sobre el tratamiento de los nazis para con los judíos en varios folletos, pero no había nada allí sobre el tratamiento que tenían con las mujeres, los niños y los ancianos. Fue en Auschwitz donde me enteré del destino que habían sufrido los judíos”.
Rudolf Höss, comandante alemán del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, quien ocuparía un lugar destacado en el genocidio de judíos europeos, sería capturado por los británicos en marzo de 1946, siendo entregado posteriormente a las autoridades polacas. Condenado a muerte, fue ejecutado en la horca el 16 de abril de 1947, cerca del crematorio del campo de Auschwitz I y la casa que ocupó con su familia durante los años en que estuvo a cargo de ese lugar.
Se calcula que unas 1,3 millones de personas fueron enviadas a Auschwitz entre 1940 y 1945, y al menos 1,1 millones fueron asesinadas en ese lugar. Primo Levi, el gran pensador judío del Holocausto, quien estuvo preso en Auschwitz III-Monowitz, declararía más tarde que Auschwitz representó “la industrialización de la muerte a una escala inimaginable”. Hoy, el nombre de ese macabro campo de exterminio representa todo el horror y la depravación máxima en la que puede caer el ser humano.
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