Fritz Walter: El mundialista alemán que escapó de la muerte gracias al fútbol
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Friedrich Walter, conocido popularmente en Alemania como Fritz Walter, es considerado uno de los jugadores más importantes y legendarios de la historia del fútbol germano. Capitán y figura consular de la selección que obtuvo su primer título del mundo en el Mundial de Suiza 1954, su vida estuvo signada por la Segunda Guerra Mundial, donde casi pierde la vida tras ser hecho prisionero por los soviéticos.
Fritz Walter nació en Kaiserslautern el 31 de octubre de 1920 y, desde muy niño, al igual que sus hermanos Ottmar y Ludwig, mostró grandes aptitudes para el fútbol. A los 17 años ingresó al FC Kaiserslautern, el club de su ciudad natal al que estaría vinculado durante toda su carrera. Aunque comenzó jugando como delantero debido a su facilidad para perforar las vallas rivales, terminaría consagrándose como centrocampista ofensivo gracias a su gran técnica, visión de juego y reconocido liderazgo.
Su innato talento futbolístico pronto llamaría la atención de Josef “Sepp” Herberger, el entrenador de la Selección alemana de la época, quien lo convocó a un amistoso contra Rumania en 1940. En su debut, los germanos ganaron 9-3 y Walter anotó 3 goles.
Durante la Segunda Guerra Mundial, como todos los jóvenes en Alemania, Fritz Walter sería reclutado por la Wehrmacht -las Fuerzas Armadas alemanas- en 1942. “La guerra me robó los mejores años”, relataría Walter en sus memorias. Después de la caída de Berlín en 1945, Walter, quien por entonces tenía 24 años, fue hecho prisionero por el Ejército Rojo y enviado al campo de concentración de Maramarossziget, en Rumanía, donde contraería malaria.
Su siguiente destino era el Gulag, los temidos campos de trabajos forzados ubicados en los gélidos y remotos paisajes de Siberia, donde la mayoría de los prisioneros encontraba una muerte segura, ya fuera por los maltratos de los rusos, las inhumanas condiciones de trabajo o las enfermedades. Los soviéticos enviaban diariamente trenes con prisioneros alemanes rumbo a Siberia desde el campo de concentración de Maramarossziget, pero el tren que transportaba a Walter tuvo la milagrosa fortuna de detenerse en Ucrania.
Cuando los prisioneros alemanes bajaron un rato de los vagones, pudieron ver cómo un grupo de guardias y soldados improvisaban una especie de partido de fútbol. El balón, por esas cosas del destino, terminó cayendo donde estaba parado Fritz Walter. El alemán no pudo resistirse a su instinto de futbolista: cogió el balón, hizo unos toques y, con una depurada técnica, lo devolvió de un preciso tiro al mismo lugar de donde había venido.
Para fortuna de Walter, uno de los guardias húngaros que se encontraba allí lo había visto jugando para la selección de Alemania y lo reconoció de inmediato: “Yo te conozco. Hungría tres, Alemania cinco, Budapest, 1942. Marcaste dos goles”, le dijo el guardia húngaro a Walter.
Este mismo guardia, sabiendo que la mayoría de los prisioneros que eran enviados al Gulag no volvían jamás a sus hogares, sacó a Fritz Walter de la lista de reclusos, aduciendo a sus superiores que él no era alemán, sino que ciudadano del Protectorado del Sarre. Aquella mentira salvaría la vida de Walter y de su hermano Ottmar, quien también se transformaría en los años venideros en un destacado futbolista.
En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Fritz Walter se dedicaría en cuerpo y alma a su gran pasión: el fútbol, logrando dos títulos regionales con el FC Kaiserslautern en 1951 y 1953, campaña que labró su prestigio de notable futbolista. Con el equipo de su ciudad natal, Walter desarrollaría una carrera futbolística de 22 años, en la que anotó 357 goles en 364 partidos.
Cuando la selección de Alemania acudió al Mundial de Suiza 1954 nadie daba un peso ni por su capitán Fritz Walter, ni por la propia Mannschaft. Walter ya tenía 33 años y, según algunos, era demasiado viejo, sin mencionar que su país era considerado una nación sin tradición futbolística que seguía destrozada por las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.
Pese a ello, Alemania hizo una gran e impensada campaña y llegó a la final ante la, según los especialistas, mejor selección del mundo en ese momento: la Hungría de Ferenc Puskas y Sándor Kocsis, los “magiares mágicos” que habían conseguido la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. Una Hungría que, sólo dos semanas antes, en el mismo Mundial de Suiza 1954, se había impuesto a Alemania en el segundo partido de la fase de grupos por un humillante marcador de 8 a 3.

Fritz Walter, capitán de la selección de Alemania, saluda a Ferenc Puskas, capitán de la selección de Hungría, durante la final del Mundial de Fútbol de Suiza 1954.
En la final Hungría se puso rápidamente en ventaja con dos goles en apenas ocho minutos de juego. Puskas abrió la cuenta a los seis minutos y, al minuto ocho, Zoltán Czibor puso el marcador 2-0. El partido parecía sentenciado pero los magiares se relajaron y el equipo de Alemania Occidental, con Fritz Walter como estandarte, logró empatar con una rapidez similar. Al minuto 10 Max Morlock anotó el descuento y, ocho minutos más tarde, tras una asistencia de córner de Fritz Walter, Helmut Rahn igualaba el marcador para los germanos.
El arquero teutón Toni Turek se transformaría en una de las figuras del partido al ahogar varias veces el grito de gol de los húngaros y, cuando faltaban apenas seis minutos para el pitazo final, el mismo Helmut Rahn marcó el 3-2 que les dio la copa Jules Rimet y el primer título mundial de fútbol a Alemania.
Walter, como capitán del equipo, sería el encargado de levantar al cielo la Copa Jules Rimet. Aquella victoria fue tan épica e inesperada que sería conocida por la historia como “El Milagro de Berna”.

Fritz Walter, el capitán de la selección de Alemania, con la Copa Jules Rimet en sus manos, es levantado en andas tras la final del Mundial de Suiza 1954.
El triunfo de Alemania sorprendió al mundo, entre otras razones, porque el equipo que había viajado a Suiza para jugar la Copa Mundial estaba integrado por futbolistas aficionados de torneos regionales alemanes, pues aún no existía una Bundesliga unificada y profesional, ya que el fútbol germano carecía por entonces de infraestructura para mantenerse.
Aquella, en todo caso, no sería sólo una victoria futbolística. También significó una tremenda inyección de moral, orgullo y optimismo para toda la sociedad alemana que, en medio de la depresión de la posguerra, comenzaba a recuperar su honor a través del fútbol.
Tras el primer título mundial conseguido por la Mannschaft, el fútbol se convertiría en los años venideros en el deporte más popular de Alemania, comenzando así el glorioso derrotero de una de las mayores potencias del mundo de fútbol, la misma selección que hoy exhibe cuatro copas mundiales (1954-1974-1990-2014) en sus vitrinas, sólo por detrás de Brasil.
Fritz Walter disputaría con la Mannschaft un total de 61 encuentros internacionales, en los que marcó 33 goles entre 1940, año en el que debutó, y 1958, el año en el que repitió la capitanía nacional en el Mundial de Suecia.
Tras su retiro del fútbol profesional en 1959, Walter escribió varios libros sobre fútbol. En 1985 el FC Kaiserslautern, el club de toda su vida, renombró su estadio con el nombre de Fritz Walter. Y, por su notable contribución a la gloriosa historia de la Selección alemana, la Federación Alemana de Fútbol lo nombró capitán honorífico, honor que también poseen los futbolistas Uwe Seeler, Franz Beckenbauer, Lothar Matthäus y Jürgen Klinsmann.
Fritz Walter fallecería el 17 de junio de 2002 en su casa de Kaiserslautern, a los 81 años de edad, mientras se desarrollaba la Copa del Mundo de Fútbol de Corea y Japón, torneo en el que Alemania también llegaría a la final.
Sin embargo, pese a la épica victoria de Alemania en el Mundial de Fútbol de Suiza 1954, el primer título mundial de su historia, el propio Fritz Walter confesaría varias veces que el partido más importante de su vida no lo había disputado en la final de ese mundial, sino que en Ucrania, en un lejano día de 1945, cuando, gracias al fútbol, se salvó milagrosamente de ser enviado al Gulag en Siberia, un destino donde le esperaba una muerte segura.
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