¿Te animarías a visitar esta torre en Buenos Aires?: Conoce la terrible historia que esconde
Guía de: Argentina
- Walter Raymond
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La construcción se yergue como una estaca clavada en el corazón del famoso barrio de La Boca, en Buenos Aires. En la conjunción de la calle Wenceslao Villafañe con las avenidas Almirante Brown y Benito Pérez Galdós, más precisamente en el 390 de esta última. Se le conoce popularmente como “El castillo de La Boca”, otras personas se refieren a ella como “La torre del fantasma”. Te invitamos a conocerla (sin entrar).
Sordos ruidos de cadenas
La construcción tiene más de un siglo y está bastante bien conservada, a pesar de que los albañiles desisten de realizar trabajos allí una vez que algún vecino les advierte sobre la historia oculta de la torre. El edificio tiene la forma del terreno, un trapecio, con un estilo arquitectónico catalán modernista.
Quienes sostienen que el lugar estaría maldito, afirman que la habitarían duendes maléficos que espantan a quienes osan desafiarlos habitando la bella construcción. Esos duendes habrían sido quienes empujaron al suicidio a la última habitante. Los “refutadores de leyendas” de Buenos Aires (según el escritor Alejandro Dolina), niegan que habiten duendes o fantasmas, es más, sostienen con firmeza que nunca ocurrió un suicidio en ese edificio.
Un edificio grandilocuente
Una rica estanciera con campos en la zona de Rauch, región ganadera por excelencia, María Luisa Auvert Arnaud, compró el terreno en un barrio que a principios de siglo pasado crecía al compás de la época dorada Argentina. Su intención, se afirma, era construir allí una casa de alquiler. Encargó la obra al arquitecto Guillermo Álvarez, un catalán emigrante que vivió su niñez y formación en la Argentina junto a sus padres, que arribaran al país en 1885. Fue por su origen catalán que María Luisa le encargó que la obra tuviera algo de la impronta arquitectónica de la entonces pujante e innovadora arquitectura Barcelonense.
Con planta baja y dos pisos, y la torre con almenas, que suma un tercer piso, ocupa la ochava de las tres calles. Se afirma que en la parte superior de la torre está el primer tanque de agua que se construyó en Buenos Aires. Se terminó de construir en 1908, y en 1910 obtuvo el primer premio de arquitectura otorgado por la ciudad.
Y entonces…
Tan bonita le quedó la construcción al catalán Álvarez, que la estanciera optó por vivir en ella. Tal como se estilaba en aquella época en la alta sociedad porteña, encargó la mayor parte del mobiliario a Europa. Hasta los elementos de decoración, y ese habría sido su error.
Entre las plantas traídas de España surgieron unos hongos. Se afirma que eran de una especie alucinógena donde suelen habitar los “follet”, duendes que pueden resultar traviesos o directamente maléficos. Al poco tiempo, menos de un año, la estanciera cansada de los ruidos extraños, gritos y otros sucesos inquietantes, dejó la propiedad para refugiarse en su estancia de Rauch. Según parece, los duendes habían elegido la torre como su lugar de habitación.
La aparición de Clementina
La vivienda se transformó en lo que era la idea original de la estanciera, una casa de alquiler donde se rentaban habitaciones. Una de las inquilinas, de gran belleza personal, se afirma, era una artista plástica que llegó a Buenos Aires para estudiar. Clementina era su nombre, y el sitio que eligió como su taller en la casona fue… la habitación más alta de la torre. Sitio muy apropiado para una artista.
La cohabitación con los duendes fue traumática. Clementina no podía dormir por ser hostigada casi permanentemente por los duendes. Por lo que urdió una trampa para fotografiarlos y mostrarlos al vecindario para que le creyeran. Los creyentes en lo sobrenatural suponen que fue a partir de ese momento en que los duendes se tornaron diabólicos.
La situación se hizo conocida en el barrio, a tal punto que un diario local entrevistó a Clementina para conocer más detalles. En ese reportaje habría afirmado que los duendes la hostigaban y amenazaban porque ella les habría tomado una fotografía que la daría a conocer en breve.
Días después de esa revelación, Clementina se arrojó por el balcón. Algunas personas afirman que los duendes, enfurecidos por haberlos descubierto, y para que no mostrara la fotografía, la empujaron al vacío.
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