La “maldición del Che Guevara”: La fatídica suerte que corrieron casi todos sus asesinos
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- Héctor Fuentes
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La figura del célebre médico, político y guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara (1928- 1967), no necesita mayor presentación. Famoso ideólogo, combatiente, jerarca y ministro de la Revolución cubana, intentó internacionalizar la lucha armada de los pueblos subdesarrollados hasta encontrar una violenta muerte en Santa Cruz, Bolivia. Hoy, su figura es idolatrada y vilipendiada a partes iguales, pues para algunos es un paladín sudamericano que representó la lucha política contra las injusticias sociales, mientras que otros lo consideran un personaje autoritario, egocéntrico y violento, cegado por el marxismo leninismo.
Después de participar activamente en la revolución cubana en el período comprendido entre 1959 y 1965, primero como combatiente y luego como funcionario y ministro, el Che Guevara se propuso extender la lucha armada por todo el tercer mundo. Tras fracasar estrepitosamente intentando hacer la revolución en el Congo, llegó en 1966 a Bolivia, donde organizó el llamado Ejército de Liberación Nacional de Bolivia (ELN), una minúscula guerrilla que pretendía derribar el régimen del general René Barrientos, que había derrocado a su vez al presidente Víctor Paz Estenssoro.
Sin embargo, el Che, tal como en el Congo, de nuevo masticaría el polvo de la derrota. En 1967, en sucesivas escaramuzas en suelo boliviano, fueron muriendo paulatinamente todos sus hombres. El 1 de agosto de ese mismo año la CIA envió dos agentes para sumarse a la caza del famoso guerrillero argentino: los cubano-estadounidenses Gustavo Villoldo y Félix Ismael Rodríguez.
La mañana del 8 de octubre de 1967, el campesino boliviano Pedro Peña vio al grupo de 17 hombres dirigidos por el Che Guevara, la mayoría de ellos heridos o en pésimas condiciones físicas, cruzando un sembradío de papas. De inmediato, Peña avisó a un grupo militar compuesto por un centenar de rangers bolivianos que eran comandados por el capitán Gary Prado Salmón, quienes rodearon a los guerrilleros del Che en la Quebrada de Yuro.
El combate se prolongó durante casi tres horas y concluyó cuando algunos guerrilleros lograron romper el cerco y escapar, aunque alrededor de las 14.30 hrs. el Che Guevara cayó herido tras recibir un disparo en la pantorrilla derecha, siendo posteriormente capturado después de rendirse. “Soy el Che Guevara. Les sirvo más vivo que muerto”, les dijo el guerrillero argentino a sus captores.
El Che sería trasladado posteriormente al poblado de La Higuera y encerrado en la Escuela del lugar, mientras el capitán Gary Prado se comunicaba por radio con sus superiores, informando lo siguiente: “Caída de Ramón (el nombre de guerra del Che Guevara en Bolivia) confirmada. Espero órdenes qué debe hacerse. Está herido”.
Tras la llegada al lugar del teniente coronel Andrés Selich y del agente de la CIA Félix Rodríguez y de nuevas consultas por radio, finalmente a la noche de ese día llegaría una críptica respuesta codificada que decidió la suerte del Che: “Saludos a Papá”. Era la orden de matar al guerrillero argentino.
Cerca de las dos de la tarde del día siguiente el Che Guevara sería fusilado con dos ráfagas de ametralladora por el sargento boliviano Mario Terán, quien en una entrevista concedida a la revista Paris Match en 1977 evocó todas las circunstancias del hecho:
“Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así es que fui. Ese fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: ‘Usted ha venido a matarme’. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: ‘¿Qué han dicho los otros?’. Le respondí que no habían dicho nada y él contestó: ‘¡Eran unos valientes!’. Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. ‘¡Póngase sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!’. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto”.
Curiosamente, tras la ejecución del mítico guerrillero argentino, casi todos sus victimarios fallecerían trágicamente, en lo que se conoce como “La Maldición del Che”. El capitán boliviano Gary Prado, quien comandaba a los rangers que capturaron a Guevara, por ejemplo, terminaría en 1981 paralítico y postrado en una silla de ruedas, luego que recibiera accidentalmente un disparo en la columna vertebral realizado por otro oficial del ejército que manipulaba un fusil.
El victimario del Che, el sargento Mario Terán Salazar, sería dado de baja del Ejército boliviano por alcoholismo, y no se supo nada más de él hasta el año 2006, cuando se presentó prácticamente ciego, afectado de cataratas, en un hospital de Santa Cruz de la Sierra donde fue operado por un equipo de médicos cubanos que se encontraban realizando trabajos de ayuda humanitaria en apoyo al gobierno de Evo Morales. Después de aquello Terán dio unas cuantas entrevistas, relatando que estaba en la ruina y necesitaba dinero.
Roberto Quintanilla, el jefe de inteligencia del Ejército boliviano que había ordenado la amputación de las manos del Che después de su muerte, sería asesinado el 1° de abril de 1971 en las dependencias del consulado boliviano en Hamburgo, Alemania. Quintanilla por entonces era cónsul y murió a manos de Mónica Erlt, una mujer de ascendencia alemana que le disparó en tres oportunidades, y que huyó de la escena del crimen dejando una peluca, una bolso, un Colt Cobra 38 Special y un trozo de papel donde se leía la frase “Victoria o muerte. ELN”.
El general Joaquín Zenteno Anaya, comandante del Ejército en Santa Cruz que tenía a su mando los rangers adiestrados por boinas verdes norteamericanos que capturaron a Ernesto Guevara en la Quebrada de Yuro, también sería una de las víctimas de la “maldición del Che”. Fue asesinado el 11 de mayo de 1976 en una calle de París tras ser interceptado por un comando perteneciente a los servicios de inteligencia del dictador boliviano Hugo Banzer.
Casi un mes más tarde, el 2 de junio de 1976, el general Juan José Torres, quien el 8 octubre de 1967 había dado la orden de ejecutar al Che, sería secuestrado y asesinado en Buenos Aires en el marco del Plan Cóndor. El general René Barrientos Ortuño, Presidente de Bolivia en 1967 y sindicado como el máximo responsable de la muerte del Che Guevara tras recibir órdenes del Gobierno norteamericano para ejecutarlo, también encontró la muerte prematuramente. Falleció el 27 de abril de 1969 luego que el helicóptero en que viajaba chocara con un tendido telegráfico y se estrellara.
El teniente coronel Andrés Selich, quien habría golpeado al Che con la culata de su fusil en la espalda mientras el guerrillero se encontraba preso en la Escuela de La Higuera, moriría en tanto de una forma bastante poco honorable. Fue apaleado hasta la muerte en 1973 durante un interrogatorio, acusado de planificar un golpe de Estado contra el Presidente boliviano Hugo Banzer.
Finalmente, el campesino boliviano Pedro Peña, que había informado a los rangers la ubicación del paradero de los combatientes comandados por el Che Guevara a cambio de cinco mil pesos bolivianos, sería ejecutado por un comando guerrillero en 1971, tras ser condenado a muerte “por delator”.
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