San Dunstan: El religioso que asegura haber vencido al diablo dos veces y que creó las herraduras de la buena suerte
Guía de: Fenómenos Paranormales
- Héctor Fuentes
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San Dunstan (909-988), santo de Inglaterra y arzobispo de Canterbury que sirvió como consejero para varios reyes británicos durante el siglo X, ganó celebridad histórica por la resuelta y cómica manera en la que enfrentó al diablo en dos ocasiones: agarrándolo por las narices con una tenaza al rojo vivo en una oportunidad y, en otra, clavándole una herradura en la planta de uno de sus pies.
La Catholic Encyclopedia británica (1913) relata que Dunstan venía predestinado para ser una “luz” para sus semejantes: estando su madre embarazada en misa en la iglesia, de pronto todas las velas del lugar se apagaron, menos la que sostenía la mujer. Todos los fieles, entonces, encendieron su propia vela de la suya, tomando por presagio que el niño que esperaba sería luz para toda la Iglesia de Inglaterra.
Dunstan fue educado en la abadía de Glastonbury, de tradición celta, donde dispuso de una pequeña fragua en la que solía trabajar durante sus ratos libres fabricando cálices de oro y plata y otros objetos para ser utilizados en la abadía. Por ello sería considerado el patrón de los orfebres. En ese lugar también estudió las Santas Escrituras, la vida de los Santos Padres y Teología. Además, era muy hábil para las artes y los oficios, pues, además de aprender a labrar el oro y la plata, también corregía manuscritos, bordaba y tocaba el arpa.
La leyenda cuenta que un día, mientras Dunstan estaba trabajando en su fragua, el diablo, siempre aficionado a incordiar a los santos, para poner a prueba su fe y la protección de Dios, se le apareció bajo la forma de una hermosa muchacha y trató de tentarlo. Sin embargo, como el futuro santo permaneció indiferente a sus provocaciones, el demonio regresó transfigurado como anciano, para pedirle que le forjara un cáliz.
Mientras Dunstan hacía esto, se percató de que su cliente cambiaba de forma, pues al mirarlo unas veces parecía un anciano y en otras un niño o una mujer. En ese momento el religioso comprendió que el mismísimo diablo estaba ante él, pero no por ello dejó de trabajar. Buscó unas tenazas entre sus herramientas y las dejó con disimulo en el fuego. Tan pronto las vio al rojo vivo, las tomó y agarró con ellas al diablo por la nariz, sometiéndolo. Los alaridos del demonio, que recuperó de inmediato su forma habitual antes de marcharse a toda prisa de allí, se escucharon a varios kilómetros a la redonda.
A pesar de su humillante derrota, el diablo regresó tiempo después a la fragua de Dunstan para tentarlo de nuevo, disfrazado esta vez de viajero y llevando un caballo al que le faltaba la herradura de una pata. El demonio le pidió amablemente al santo que herrara la pata del equino. Dunstan accedió a su requerimiento tomando una herradura, un martillo y unos clavos, pero al agacharse para levantar la pata del animal, se percató que el forastero tenía pezuñas en lugar de pies.
Descubriendo que se trataba de nuevo del diablo, Dunstan le cogió de improviso una pierna y clavó en la planta de su pezuña la herradura destinada inicialmente al caballo. Y lo hizo con tanta violencia que el diablo soltó un gran alarido de dolor, suplicando que se la quitaran. Dunstan accedió, pero no sin antes hacerle prometer al diablo que nunca volvería a entrar en un lugar en el cual hubiese una herradura. Según la leyenda, a partir de entonces las herraduras -consideradas desde los tiempos de la Antigua Grecia como amuletos poderosos que protegían de todo mal- comenzarían a ponerse en las puertas, en señal de protección y para atraer la buena fortuna para sus moradores.
El mismo Dunstan se encargaría de distribuir las primeras herraduras entre sus vecinos para que las colocaran en sus puertas, popularizándose esta costumbre rápidamente.
Se cuenta que el diablo se le aparecería a Dunstan en forma de lobo en otra oportunidad, cuando el santo estaba rezando; y, al no causarle miedo ni distracción, mutó a la figura de zorro. El religioso, al final, lo ahuyentó diciéndole: “Estás revelando cómo te comportas habitualmente. Con tus trucos adulas a los incautos para así poder devorarlos. Sal de aquí ahora, miserable, porque Cristo, que aplastó al León y al Dragón, te vencerá por su gracia a través de mí, seas lobo o zorro”.
Tras ser nombrado obispo de Canterbury, Dunstan, mientras continuó trabajando como artesano, fabricando cálices, campanas y órganos y corrigiendo libros en la biblioteca de la Catedral, implementó una intensa campaña de reforma de los monasterios ingleses y sus reglas, así como de la vida moral del clero y los fieles, de la liturgia y el culto. También promovió leyes civiles y religiosas justas, ejerció la caridad, fundó hospitales y escuelas, se ocupó del bienestar espiritual y material de sus fieles, dirimió pleitos, promovió la paz y defendió a las viudas y los huérfanos.
Durante la víspera de la celebración religiosa de la Ascensión del año 988, Dunstan fue advertido por unos ángeles de que moriría en un plazo de tres días. Durante la misa, el santo les anunció a sus fieles su muerte inminente y les deseó toda clase de parabienes. Esa misma tarde escogió el lugar para su sepultura y se fue a dormir. Sus fuerzas declinaron rápidamente y el domingo por la mañana, 19 de mayo de 988, falleció. Sus últimas palabras fueron: “Él hizo portentos memorables, el Señor es bondadoso y compasivo. Proveyó de alimento a sus fieles”.
Tras su muerte, Dunstan sería considerado de inmediato santo por el pueblo británico. Canonizado por la Iglesia Católica en el año 1029, desde entonces es considerado como el Santo Patrono de los herreros, relojeros, orfebres, cerrajeros, mecánicos y relojeros. Sus dos iconografías más características lo muestran tomando al demonio por la nariz con unas pinzas, o herrándole una de sus patas.
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