“El último teorema”: La despedida de Arthur C. Clarke
Guía de: Literatura Fantástica
- Alberto Rojas
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Suena un poco dramático hablar de “la novela póstuma” de Arthur C. Clarke. Es que si bien “El último teorema” (Edhasa-Océano) tiene al creador de la saga de “2001: Odisea del Espacio” en los créditos, en rigor también incluye a otro importante autor de ciencia ficción: Frederik Pohl (“Mercaderes del espacio”, “Siluetas del futuro”, “Los hombres de Gor”), uno de sus mejores amigos. Pero es un hecho que fue lo último que Clarke alcanzó a escribir antes de fallecer en 2008.
El libro describe un mundo en el que tres grandes potencias -Estados Unidos, China y Europa- coexisten dentro de una precaria estabilidad, un poco al estilo de los tiempos de la Guerra Fría. Sin embargo, la aparición de un enemigo común -¿qué más efectivo que una invasión extraterrestre para resolver todas las diferencias?- los obliga a trabajar en conjunto para construir un arma capaz de hacerles frente. Y que no será otra cosa que un dispositivo originalmente pensado para usarse en contra de alguna potencia, llamado “Trueno Silencioso”, y que es capaz de anular cualquier dispositivo electrónico.
Pero también es la historia de Ranjit Subramanian, un joven astrónomo y matemático de origen tamil, obsesionado con un teorema de Pierre de Fermat que parece encerrar los secretos del universo. Y de los “unoimedios”, los alienígenas que llegan a la Tierra -específicamente a Egipto- huyendo de su planeta de origen, que se ha vuelto inhabitable.
“El último teorema” no fue la primera novela coescrita por Clarke. Basta recordar “Cuna” (1988), con Gentry Lee y “Tras la caída de la noche” (1990), con Gregory Benford, así como “Luz de otros tiempos (2000) y “El ojo del tiempo” (2007), ambas junto a Stephen Baxter.
En ese contexto, tan interesante como la trama de la novela fueron las circunstancias en que se escribió. Clarke la había comenzado a escribir en 2002 en Sri Lanka -donde vivió hasta sus últimos días-, pero sus problemas de salud lo obligaron a compartir el trabajo con otro autor. Y si bien se rumoreaba que podía reeditar su alianza con Gregory Benford, el elegido fue Frederick Pohl (1919), escritor tan anciano como Clarke.
Lejos de trabajar juntos -Clarke residía en Sri Lanka y Pohl en Estados Unidos-, la novela se escribió a través de correos electrónicos que iban y venían.
Pero las condiciones del trabajo “a cuatro manos” no fueron las mejores. Clarke le entregó a Pohl no más de 100 páginas escritas, a lo que se sumaron sus progresivos problemas de memoria. Y cuando Clarke falleció, el proyecto terminó en manos del estadounidense, que ya sufría problemas en sus manos.
Como sea, “El último teorema” es un relato que reunió a dos amigos y grandes escritores de ciencia ficción, literalmente en el ocaso de sus vidas. Algo digno de una novela.
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