El dramático final que tuvieron las 15 mujeres que debían probar la comida de Adolf Hitler
Guía de: Mitos y Enigmas
- Héctor Fuentes
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Adolf Hitler, el todopoderoso líder de la Alemania Nazi, durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un hombre desconfiado y paranoico. Una de las cosas que lo obsesionaban tenía que ver con su temor a morir asesinado, por lo que sus cercanos, para evitar que pudiera ser envenenado, contrataron a 15 mujeres para que probaran diariamente cada una de sus comidas, de modo que pudieran corroborar que no estuvieran contaminadas.
Esta “Brigada femenina anti-veneno” se conformó mientras el líder nazi se encontraba residiendo en la “Wolfsschanze” o “Guarida del lobo”, su cuartel general ubicado en Prusia Oriental, que era una villa camuflada y fortificada emplazada a pocos kilómetros de Rastenburg, en medio de un bosque donde durante unos 800 días Hitler supervisó la guerra en el frente oriental contra los rusos.
Margot Woelk (también conocida como Margot Wölk), la única mujer de este grupo que sobreviviría al conflicto, entrevistada hace unos años por el canal alemán RBB, relató que en 1941, cuando tenía 25 años de edad y mientras su marido Karl se encontraba en el frente, llegó a vivir a la casa de su suegra en Prusia Oriental, a poca distancia de donde se encontraba el búnker del Führer germano. A los pocos días ya había encontrado un trabajo muy especial: junto a otras mujeres, todos los días debía “catar” la comida de Adolf Hitler, para detectar oportunamente si ésta se encontraba envenenada.
“Hitler era vegetariano. Nunca comió carne en todo el tiempo que yo estuve ahí. Y Hitler estaba tan paranoico con la idea de que los británicos lo iban a envenenar, que por eso tenía a 15 chicas para probar sus alimentos antes de comerlos”, recordó Margot Woelk, quien agregó que “me sentía como un conejo de laboratorio, pero si algo se aprendía en la Alemania nazi era que no se discutía con las SS (el temido grupo paramilitar nazi). Nosotras, unas 15 chicas jóvenes, entre las once y las doce del día teníamos que probar la comida del Führer, y sólo después de que todas lo hacíamos, la SS la llevaba a los cuarteles para que fuera servida. Esta fue mi vida cinco días a la semana. Nunca conocí a Hitler, pero lo vi en el patio cerca de la casa, donde jugaba con su perra Blondi. Él le lanzaba palos, era muy devoto de ella”.
Margot, con respecto a cuáles eran las comidas que debía probar, recordó que “todo era vegetariano, las cosas más frescas y deliciosas, desde espárragos hasta pimientos, pepinos y arvejas, servidos con arroz, pastas y distintas ensaladas. Nos daban todo en un plato, justo como se le iba a servir a él. No había carne y no recuerdo que hubiera pescado. Por supuesto, no era nada agradable comer estas cosas sabiendo que podían estar envenenadas. Muchas de las chicas rompían en llanto cuando comenzaban a comer. Luego, solíamos llorar como perros cuando sabíamos que habíamos sobrevivido”.
Luego de trabajar como “degustadora de alimentos”, junto a las 14 otras chicas, en la “Guarida del Lobo” por cerca de dos años y medio, y debido a que el frente oriental estaba a punto de venirse debido a la retirada de la Werhmacht (las Fuerzas Armadas Alemanas) y al incontenible avance del ejército ruso, Margot regresó a Berlín en 1944 junto a otros funcionarios nazis, en el tren del ministro de propaganda Joseph Goebbels. El resto de las chicas que habían trabajado junto a ella habían decidido quedarse en Rastenburg, porque ese lugar era su hogar y allí tenían a sus respectivas familias.
Sin embargo, a los pocos meses de llegar a Berlín, en mayo de 1945, cuando Adolf Hitler se suicidó de un disparo en su búnker ubicado cerca de la Cancillería en Berlín y el Ejército Rojo se apoderó de la capital del Reich, comenzaría la verdadera pesadilla para Margot Woelk. “Los rusos me atraparon. Me llevaron a un departamento y me violaron durante 14 días seguidos. Por eso quedé estéril y nunca pude tener hijos. Destruyeron todo. Posteriormente me reencontré con mi marido, que también logró sobrevivir la guerra. Intenté reconstruir mi vida, tratando de olvidar. Durante décadas intenté quitarme esos recuerdos. Pero siempre regresan para atormentarme en las noches”.
Margot reveló que, pocos meses después que se produjera la capitulación alemana y el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, se reencontró con el teniente Gerhard La Grange, el único amigo alemán que la berlinesa había hecho durante su época como “degustadora de alimentos” en la Wolfsschanze o “Guarida del Lobo”, y quien, por cierto, era la persona que le había aconsejado que se embarcara a Berlín en el tren que salió de Prusia en 1944. “El teniente me dijo: “Tuviste buena suerte. Los rusos mataron al resto de las chicas”. En ese momento me di cuenta que ese oficial me había salvado la vida, porque si me hubiera quedado en Prusia también habría corrido la misma suerte que mis desventuradas compañeras”.
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