Erich Priebke: El criminal nazi que vivió como un vecino más en Argentina
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- Héctor Fuentes
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El 24 de marzo de 1944 las tropas de ocupación de la Alemania nazi en Roma asesinaron a 335 civiles italianos en lo que se conocería como “La Masacre de las Fosas Ardeatinas”, una acción de represalia nazi ordenada en persona por el mismísimo Adolf Hitler, como respuesta a un sangrienta bomba que un grupo partisano italiano había puesto en un tarro de basura en la vía Rosella de Roma, cuya explosión mató a dos civiles y 31 policías de la 11.ª compañía del 3.er batallón del Polizeiregiment Bozen, integrada por italianos germanoparlantes de la norteña provincia de Bolzano.
Los partisanos, algunos de los cuales arrojaron bombas de mano a los soldados o dispararon sobre ellos, lograron huir indemnes del atentado contra los nazis mezclándose entre los transeúntes. Un enfurecido Hitler, tras enterarse del suceso, mandó ejecutar como represalia a 10 italianos por cada policía muerto, aunque al final se redondeó la suma a 335 civiles. Algunos de estos civiles eran partisanos condenados a muerte que esperaban su ejecución, otros eran detenidos en espera de juicio por supuestos delitos de terrorismo, 75 eran judíos confinados que iban a ser deportados a campos de exterminio nazis, y los restantes sólo eran sospechosos de integrar la resistencia.
La matanza, acaecida el 24 de marzo de 1944, sería organizada y dirigida por Herbert Kappler, comandante de la Gestapo en Roma. El joven hauptsturmführer (capitán) de las SS Erich Priebke, quien por entonces tenía 30 años de edad, secundado por Karl Hass, también de la SS, con camiones facilitados por el ejército alemán, llevaron a los 335 civiles seleccionados a las Fosas Ardeatinas, unas minas abandonadas en el extrarradio de Roma. Cuando hicieron bajar a los prisioneros, los introdujeron en las cuevas excavadas en la piedra en grupos de a 5, ejecutándolos sistemáticamente con tiros en la nuca.
Según los testigos, Priebke y su segundo, Karl Hass, no se limitaron a dar las órdenes y observar las ejecuciones; también habrían disparado, no una sino muchas veces. Cuando terminaron con la última de las víctimas, llamaron a los dinamiteros del ejército alemán que habían llevado con ellos para que sellaran las entradas a las minas volando la roca con explosivos. De regreso a Roma, Priebke fue felicitado por la eficiencia con que había ejecutado su misión.
Consumada la derrota de Alemania y terminada la Segunda Guerra Mundial, Erich Priebke fue capturado y enviado a un campo de prisioneros en la ciudad italiana de Rimini, de donde escapó en 1946 con la ayuda de Odessa, la organización secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo.
Usando un nombre falso y un pasaporte de la Cruz Roja suministrado por el Vaticano, Priebke cruzó el Atlántico y desembarcó en el puerto de Buenos Aires, Argentina, en 1948. Allí, cuando todavía se ocultaba bajo una identidad falsa, trabajó como mozo en una de las cervecerías de la cadena Münich, cerca de la zona de Retiro.
Poco tiempo después Priebke se radicó en Bariloche, una ciudad donde, desde mucho antes de la guerra, se había congregado una incipiente colonia de inmigrantes alemanes. Allí, aprovechando una amnistía del gobierno peronista para quienes hubieran entrado al país con identidades falsas, recuperó su nombre en 1950.
En Bariloche, siempre usando su verdadero nombre, comenzó a prosperar. Hizo dinero incursionando en el rubro hotelero y también instaló una fiambrería especializada en delicatessen en el corazón del barrio alemán de la ciudad. Para entonces, Erich Priebke había cumplido su aspiración de transformarse en un personaje notable de Bariloche y en un referente obligado de la comunidad alemana local.
Pero en Italia no se habían olvidado de la masacre ocurrida en la Fosas Ardeatinas. En noviembre de 1995, el gobierno argentino concedió la extradición de Erich Priebke a ese país, donde fue sometido a dos juicios sucesivos. En el primero, un tribunal militar decidió “no proceder”, ya que el delito había prescrito y ordenó su libertad inmediata. Sin embargo, el Tribunal Supremo de Italia anuló la sentencia y ordenó un nuevo juicio en su contra. Finalmente, después de numerosas apelaciones, en marzo de 1998 Priebke fue condenado a cadena perpetua, pero debido a su avanzada edad y a las leyes italianas cumplió con arresto domiciliario en Roma, donde fallecería el 11 de octubre de 2013, cuando tenía un poco más de cien años de edad.
Antes de morir, Priebke grabaría un video para justificarse. Explicó que los fusilamientos de las Fosas Ardeatinas habían ocurrido como consecuencia de una represalia a un atentado perpetrado por los comunistas italianos en la vía Rasella, en el que perdieron la vida 33 oficiales nazis.
“Este atentado comunista fue realizado para conseguir una represalia por nuestra parte, que produjese una revolución entre los vecinos de Roma, algo que nunca ocurrió…el general (Reiner) Stahel, cuando tomó el mando de las tropas en Roma, llenó los muros de la ciudad de avisos en los que se advertía de que cualquier atentado hacia los alemanes se saldaría con una represalia hacia los italianos”.
Priebke concluyó su alocución confesando que había vivido la matanza en las Fosas Ardeatinas como todos sus compañeros, es decir, “como algo terrible pero inevitable”.
“Había otros oficiales como (Herbert) Kappler (jefe de la policía nazi en Roma) que estaban más acostumbrados a la muerte, pero para nosotros, para mí o para mi camarada Schulz, fue algo terrible”, confesó Priebke, quien recordó que antes de proceder con el fusilamiento en las afueras de Roma el 24 de marzo de 1944, su superior les había prevenido de que no podían oponerse a ejecutarlo por tratarse de “órdenes directas de Hitler” y que si decidían negarse a llevarlo a cabo, serían también ejecutados junto al resto de los prisioneros.
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