Hormigón romano: El increíble material de construcción que ha soportado el paso de los siglos
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- Héctor Fuentes
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El Imperio romano no sólo nos legó el Derecho, el idioma (el Castellano es un derivado del Latín) y parte de su organización militar y política, sino que también dejaron para la posteridad un conjunto de monumentales construcciones como acueductos, foros, teatros, templos y el Panteón y el Gran Coliseo de Roma, los últimos de los cuales todavía siguen en pie, pese a haber sido construidos hace casi dos mil años.
¿Cuál fue el secreto de los antiguos romanos para realizar construcciones tan duraderas y resistentes, que soportaron el paso del tiempo e incluso los embates de devastadores terremotos? El hormigón romano, también conocido como opus caementicium, cuya longevidad y fuerza radica en una composición única y en las innovadoras técnicas de construcción.
Admir Masic, profesor de ingeniería civil y ambiental del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), explicó que los romanos emplearon diversas técnicas de fabricación con las que consiguieron elaborar una masa ultrarresistente que no sólo se secaba antes, sino que también se “autorreparaba” con el paso del tiempo.
Uno de los ingredientes clave del hormigón romano fue una ceniza volcánica llamada pozzolana, proveniente del área de Pozzuoli, en la bahía de Nápoles, alrededor del Monte Vesubio. Cuando se mezcla con cal y agua, la pozzolana crea una reacción química que produce un aglutinante resistente al agua que, combinado con agregados como escombros, piedras y ladrillos, formaba un fuerte material compuesto ultrarresistente.
Científicos del MIT que estudiaron las muestras de este cemento romano con 2.000 años de antigüedad del sitio arqueológico de Privernum, en Italia, usando microscopios electrónicos y espectroscopia de rayos X, postularon que el cemento romano probablemente se inventó cuando mezclaron la cal viva directamente con la puzolana y el agua a temperaturas extremadamente altas, así como también con cal apagada, un proceso que los científicos del MIT bautizaron como “mezcla en caliente”, lo que daría resultado la roca clástica o clastos de cal.
“Los beneficios de esta mezcla eran dos. Primero, cuando el cemento se calienta a altas temperaturas, permite que se produzcan procesos químicos que no son posibles si sólo se usa cal apagada, lo que produce compuestos que si no se sometieran a altas temperaturas no podrían formarse. En segundo lugar, el hecho de mezclar todos los ingredientes a altas temperaturas reduce significativamente el curado y fraguado de la piedra, ya que todas las reacciones se aceleran, lo que permite una construcción mucho más rápida y eficiente”, detalló Admir Masic, científico del MIT.
El hormigón resultante, además, tenía otra gran ventaja: su gran capacidad de autocuración o autoreparación en caso de grietas o agujeros. Cuando se forman grietas en el hormigón, estas suelen aparecer en la roca clástica, pero al entrar el agua en dichas grietas, la cal reacciona para dar forma a una solución rica en calcio que se seca y endurece como carbonato de calcio. De ese modo se pega la grieta, evitando que se extienda más por toda la superficie de la roca. De ahí que el cemento romano haya soportado tan bien el ineluctable paso del tiempo y la erosión de los elementos naturales.
Para demostrar su teoría, los investigadores del MIT fabricaron el cemento del mismo modo en que lo hicieron los romanos, en caliente. Luego lo rompieron e hicieron correr el agua a través de las grietas. Y, tal como esperaban, en dos semanas el hormigón empezó a regenerarse por sí mismo y el agua dejó de fluir por su interior. “Este material puede reaccionar con agua, creando una solución saturada de calcio que puede recristalizarse como carbonato de calcio y llenar rápidamente la grieta, o reaccionar con materiales puzolánicos para fortalecer aún más el material compuesto”, concluyó Masic.
Los romanos también incorporaron otros aditivos en sus mezclas de hormigón para mejorar sus propiedades, como el agua de mar, que al mezclarse con cal produce una reacción para formar minerales adicionales que reforzaban el hormigón y lo hacían más resistente a la erosión. Esta innovación permitió a los romanos construir estructuras como puertos, puentes y acueductos que pudieran soportar sin problemas los efectos corrosivos del agua de mar.
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