La carta que Poncio Pilato le envió al emperador Tiberio para hablar de Jesús de Nazaret

Algunos de estos breves escritos apócrifos exculpan al prefecto romano de su responsabilidad en la muerte del Nazareno.

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Entre los llamados Evangelios apócrifos (la palabra “apócrifo” aquí alude a “oculto”) y otros textos de la misma laya, que según algunos estudiosos buscaban completar las muchas lagunas de información del Nuevo Testamento, existen unas supuestas cartas escritas por el procurador romano Poncio Pilato, prefecto romano de Judea entre los años 25 y 36 d.C., que habría enviado a su superior inmediato, el emperador Tiberio, hablando sobre Jesucristo.

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La denominada Carta de Poncio Pilato dirigida al emperador romano Tiberio, donde se refiere a la figura de Jesús de Nazaret, no tiene fecha de composición y sólo se conservan de ella manuscritos latinos no originales. En la presunta misiva Poncio Pilato elogia a Jesús ante Tiberio, diciendo que el crucificado era “piadoso y austero”, “legado de la verdad” y “un justo inmune de toda culpa”.

El prefecto, por cierto, se exculpa a sí mismo de la muerte del Nazareno y culpa de su muerte a los judíos, “cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor”, apuntando a “la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos”.

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La supuesta carta de Poncio Pilato al emperador Tiberio dice lo siguiente:

“Jesucristo, a quien te presenté claramente en mis últimas relaciones, ha sido, por fin, entregado a un duro suplicio a instancias del pueblo, cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor. Un hombre, por vida de Hércules, piadoso y austero como éste, ni existió ni existirá jamás en época alguna. Pero se dieron cita para conseguir la crucifixión de este legado de la verdad, por una parte, un extraño empeño del mismo pueblo, y por otra, la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos, contra los avisos que les daban sus profetas y, a nuestro modo de hablar, las sibilas. Y mientras estaba pendiente de la cruz, aparecieron señales que sobrepujaban las fuerzas naturales, y que presagiaban, según el juicio de los físicos, la destrucción a todo el orbe. Viven aún sus discípulos, que no desdicen del maestro ni en sus obras ni en la morigeración de sus vidas; más aún, siguen haciendo mucho bien en su nombre. Si no hubiera sido, pues, por el temor de que surgiera una sedición en el pueblo (que estaba ya como en estado de efervescencia), quizá nos viviera todavía aquel insigne varón. Atribuye, pues, más mis deseos de fidelidad para contigo que a mi propio capricho el que no me haya resistido con todas mis fuerzas a que la sangre de un juste inmune de toda culpa, pero víctima de la malicia humana, fuera inicuamente vendida y sufriera la pasión, siendo así, además, que como dicen sus escrituras, esto había de ceder en su propia ruina”.

También existe una supuesta Carta de Tiberio a Pilato, escrita en griego, donde el emperador romano se dirige a su subalterno con dureza y en los siguientes términos:

“Por cuanto tuviste la osadía de condenar a muerte a Jesús Nazareno de una manera violenta y totalmente inocua y, aun antes de dictar sentencia condenatoria, le pusiste en manos de los insaciables y furiosos judíos; por cuanto, además, no tuviste compasión de este justo, sino que, después de teñir la caña y de someterle a una horrible sentencia y al tormento de la flagelación, le entregaste, sin culpa alguna por su parte, al suplicio de la crucifixión, no sin antes haber aceptado presentes por su muerte; por cuanto, en fin, manifestaste, sí, compasión con los labios, pero le entregaste con el corazón a unos judíos sin ley; por todo esto, vas tú mismo a ser conducido a mi presencia, cargado de cadenas, para que presentes tus excusas y rindas cuentas de la vida que has entregado a la muerte sin motivo alguno. Pero ¡ay de tu dureza y desvergüenza! Desde que esto ha llegado a mis oídos, estoy sufriendo en el alma y siento que se desmenuzan mis entrañas. Pues ha venido a mi presencia una mujer, la cual se dice discípula de Él (es María Magdalena, de quien, según afirma, expulsó siete demonios), y atestigua que Jesús obraba portentosas curaciones, haciendo ver a los ciegos, andar a los cojos, oír a los sordos, limpiando a los leprosos, y que todas estas curaciones las verificaba con su sola palabra ¿Cómo has consentido que fuera crucificado sin motivo alguno? Porque, si no queríais aceptarlo como Dios, deberíais al menos haberos compadecido de Él como médico que es. Hasta la misma relación astuta que me ha llegado de tu parte, está reclamando tu castigo, ya que en ella se afirma que Éste era superior a todos los dioses que nosotros veneramos. ¿Cómo ha sido para entregarle a la muerte? Pues sábete que, así como tú le condenaste injustamente y le mandaste matar, de la misma manera yo te voy a ajusticiar a ti con todo derecho; y no sólo a ti, sino también a todos tus consejeros y cómplices, de quienes recibiste el soborno de la muerte”.

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Según los historiadores más rigurosos, estas cartas tienen una relativa antigüedad y una cierta importancia histórica, pero se incluyen en la gran colección de textos que rodean al Nuevo Testamento y que nunca fueron aceptados por la ortodoxia y la comunidad cristiana, junto a los Evangelios Apócrifos, Epístolas Apócrifas y Hechos de los Apóstoles Apócrifos.

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