La gran hambruna en Ucrania: El genocidio orquestado por Stalin que mató de inanición a millones de personas
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- Héctor Fuentes
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Entre todos los crímenes cometidos por Josep Stalin, el dictador de la Unión Soviética, sin duda uno de los que sigue inspirando más horror fue el denominado “Holodomor”, término ucraniano que significa “matar de hambre” y que alude a la colectivización forzosa de la tierra practicada por los bolcheviques en 1932-1933, que significó en la práctica condenar a una cruel muerte por inanición a unas siete millones de personas en territorio soviético, particularmente en Ucrania, lugar donde todavía se recuerda el genocidio de gran parte de su población, con un saldo de entre 1,5 y 4 millones de víctimas fatales.
Tras hacerse del poder total en la Unión Soviética luego de la muerte de Lenin, Stalin, con mano de hierro, inició a finales de 1929 el primero de los denominados planes quinquenales cuyo propósito era acelerar la industrialización del país y la que sería la mayor colectivización estatal agrícola de la historia, expropiando tierras, cosechas, ganado y maquinaria. Ucrania, Kazajastán y el norte del Cáucaso serían las regiones más castigadas por esta “colectivización forzosa”, que causaría millones de víctimas.
En Ucrania, concretamente, el implacable programa diseñado por el Estado comunista soviético perseguía dos objetivos: eliminar físicamente a todos los campesinos que se resistían a las colectivizaciones forzosas de sus tierras, sobre todo a los kulaks, pequeños propietarios de tierras y ganado de la antigua Rusia zarista que contrataban trabajadores; y reprimir con violencia cualquier síntoma de rebrote del nacionalismo ucraniano que se definía como proeuropeo y anti Moscú.
En una carta enviada por Josef Stalin a Lázar Kaganóvich el 11 de agosto de 1932, el dictador soviético le advertía que “Ucrania es hoy en día la principal cuestión, estando el Partido, y el propio Estado y sus órganos de la policía política de la república, infestados por agentes nacionalistas y por espías polacos, corriendo el riesgo ‘de perder Ucrania’, una Ucrania que por el contrario, es necesario transformar en una fortaleza bolchevique”.
Stalin, temiendo una contrarrevolución, todavía recordaba la revuelta de los campesinos ucranianos durante la Guerra Civil Rusa acaecida entre 1918 y 1921, por lo que decidió endurecer las condiciones al campesinado ucraniano. De ese modo, conocedor de la hambruna que comenzaba a sufrir el país desde 1929, en 1932 ordenó bloquear las fronteras de Ucrania para que la gente no pudiera salir, creando de paso unas brigadas armadas que iban de casa en casa confiscando la comida y la cosecha de los campesinos, sentenciándolos con ello a una muerte segura.
Stalin, además, penalizó duramente el abandono de los campos e hizo entrar en vigor en agosto de 1932 la llamada Ley de las Cinco Espigas, que castigaba con dureza a los que se opusieran a la confiscación de las cosechas y a los que robaran trigo -aunque sólo fuera un puñado de cereal- de los koljós, las granjas colectivizadas en la URSS.
Sin embargo, a pesar de aquellas medidas draconianas, los robos producto de la desesperación y del hambre fueron tan elevados que las autoridades debieron crear tribunales para dictar penas de muerte en contra de sus autores. Según registros de la época, en virtud de la Ley de las Cinco Espigas se ejecutó a 5.400 personas y 125.000 más fueron enviadas a los gulags de Siberia.
Tras la confiscación de las cosechas y los alimentos en Ucrania -país llamado “el granero de Europa” gracias a su producción de trigo-, se daría entonces una situación paradójica: mientras el cereal ucraniano llenaba las despensas de los países extranjeros, los ucranianos se morían literalmente de hambre.
En cuestión de unos pocos meses, a comienzos de la primavera de 1932, los campesinos ucranianos comenzarían a morir de hambre en masa. Testigos y crónicas de la época hablan de niños esqueléticos con el vientre hinchado por la falta de alimento, familias enteras obligadas a alimentarse de hierba o cortezas de roble, y personas que se veían obligadas a comer perros, gatos y ratas.
La situación llegó a tal extremo que, según algunos historiadores, en las zonas rurales más pobres se generalizó el canibalismo, donde los padres se alimentaban de sus hijos muertos, generando incluso la existencia de un mercado negro de carne humana, mientras los cadáveres se agolpaban en las calles porque nadie tenía fuerzas para poder darles cristiana sepultura.
Maria Martyniuk, superviviente ucraniana de la hambruna de 1932-1933, recordaría en una entrevista concedida el año 2008 que “el gobierno soviético dijo que había que entregárselo todo, y comenzaron a humillar a mi padre. Mi padre dijo: ‘Tengo hijos, tengo una familia’. Pero dijeron que todos iríamos a la granja colectiva (koljos), y que íbamos a estar mejor. Le dijeron a mi padre que bajara las campanas de la iglesia. Mi padre dijo: ‘Yo no las subí y no voy a bajarlas’. Así que lo golpearon y se lo llevaron a una celda de detención. Nosotros no lo vimos por más de dos semanas, y cuando llegó a casa, él murió de inmediato. Cuando se cosechaba el trigo o el centeno, utilizaban máquinas para ello, y dejaban los tallos. Así que mi madre, en su camino a casa; recogió algunos tallos para cocinar algo. Una brigada le quitó los tallos y golpeó después a mi madre. Cuando llegó a casa se acostó en la cama, y nunca se levantó de nuevo. No sé cuánto tiempo se quedó allí, pero así fue como murió”.
El autor ucraniano Vasili Grossman, en su obra “Todo fluye”, describiría los efectos de la hambruna que sufrían sus compatriotas del siguiente modo: “Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta, te desgarra las tripas y el alma: el hombre huye de casa … Luego llega el día en que el hambriento vuelve atrás, se arrastra hasta casa. Esto significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará. Se mete en la cama y permanece tumbado. Una vez el hambre lo ha vencido, el hombre ya no se levantará, no sólo porque ya no tenga fuerzas: le falta interés, ya no quiere vivir. Se queda tumbado en silencio y no quiere que nadie lo toque. El hambriento no quiere comer …no quiere que lo molesten: quiere que lo dejen en paz”.
Nadezhda Alilúyeva, segunda esposa de Stalin, enterada de la hambruna en Ucrania, de las detenciones y de los fusilamientos arbitrarios que su marido le negaba que sucedieran, le pidió al dictador soviético que reconsiderara su política en ese país, pero Stalin no dio su brazo a torcer, brindando incluso en una velada “por la destrucción de los Enemigos del Estado”.
Finalmente, estas atrocidades, unidas a las continuas infidelidades de Stalin, le provocaron a Nadezhda una profunda depresión. En la noche del 9 de noviembre de 1932, tras volver de una celebración conmemorativa del aniversario de la Revolución rusa, Nadezhda Alilúyeva se suicidó en su habitación pegándose un tiro en el corazón, usando un pequeño revólver Walther que su hermano le había traído desde Berlín. Stalin posteriormente obligaría a los médicos a redactar un informe en el que se informaba que su esposa había muerto de apendicitis.
A inicios de 1934, el “Holodomor” finalizó en toda Ucrania, Kazajastán y el norte del Cáucaso, con un saldo de 7 millones de víctimas fatales que habían muerto de inanición.
El “Holodomor” sería silenciado en la propia Unión Soviética y en muchos países gracias al eficiente aparato de propaganda del Kremlin y de la Komintern (la Internacional Comunista), que logró desviar la atención del genocidio y brindar una buena y falsa imagen de la URSS a nivel internacional. El historiador y escritor ruso Edvard Radzinsky escribiría que “Stalin había logrado lo imposible: silenciar cualquier conversación sobre el hambre… Mientras morían millones, la nación entonaba las loas a la colectivización”.
El espantoso genocidio orquestado por Josef Stalin en Ucrania y otras partes de la Unión Soviética no se conocería sino hasta cincuenta años más tarde. Y los propios ucranianos para rememorarlo abiertamente y homenajear a sus millones de muertos debieron esperar hasta la caída del bloque comunista, en la última década del siglo XX.
El reputado historiador británico Robert Conquest, autor del libro “El Gran Terror” (donde relató la sangrienta y Gran Purga de Stalin en la década de 1930), opinó que la hambruna de 1932-33 en Ucrania y otras regiones soviéticas no había sido un hecho accidental sino que fue un acto deliberado de asesinato en masa, si no un genocidio cometido como parte del programa de colectivización estalinista emprendido por la antigua Unión Soviética.
En el año 2006, el Servicio de Seguridad Ucraniano desclasificó más de 5.000 páginas relativas a los archivos “Holodomor”, donde se demostró que el régimen soviético, ante el panorama de una hambruna inminente, “ignoró” a Ucrania a propósito, permitiendo que otras regiones exteriores recibieran ayuda humanitaria, lo que provocó que millones de ucranianos murieran de hambre.
Hoy, para muchos historiadores y académicos, el “Holodomor” que tuvo lugar en Ucrania y otras regiones de la URSS entre 1932 y 1933 fue el mayor crimen cometido en la época de Josef Stalin y de toda la historia de la Unión Soviética, constituyendo una de las tragedias humanitarias más ominosas y horrorosas de todo el siglo XX.
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