La increíble historia del robo del cerebro de Albert Einstein y las razones de por qué era único
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- Héctor Fuentes
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El físico Albert Einstein (1879-1955) es considerado, por lejos, el científico más conocido y popular del siglo XX. Autor de la revolucionaria teoría de la relatividad y de la ecuación más famosa de la historia de la ciencia (la equivalencia entre masa-energía con la velocidad de la luz al cuadrado como factor de multiplicación , E=mc²), sus trabajos sentarían las bases de la física estadística, la mecánica cuántica y el estudio del universo (con la rama de la física denominada cosmología), aun cuando sus estudios y fórmulas despejarían el camino para la obtención de la bomba atómica, hecho que Einstein, pacifista convencido, siempre consideró como uno de los grandes errores de su carrera (el científico había sido uno de los sabios que instó al presidente F.D. Roosevelt a financiar la investigación nuclear, para ganarle la carrera atómica a Alemania).
Albert Einstein obtuvo en 1921 el Premio Nobel de Física por sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico y sus numerosas contribuciones a la física téorica. Sus teorías sobre la gravedad, la curvatura de la luz y las ondas gravitacionales, controvertidas en su tiempo, resultaron ser totalmente ciertas, lo que contribuyó a convertirlo en uno de los hombres más famosos del mundo y en un ícono de la ciencia (La prestigiosa revista Time lo escogió, de hecho, como “el personaje del siglo XX”).
Albert Einstein fallecería a los 76 años de edad en el Hospital de Princeton, en la madrugada del 18 de abril de 1955. Thomas Harvey, el patólogo de guardia, realizó su autopsia y determinó que había muerto de un aneurisma aórtico abdominal. Menos de 24 horas después de su muerte, el cuerpo de Einstein fue cremado y, en una ceremonia a la que asistieron familiares y amigos, sus cenizas fueron arrojadas a las aguas del río Delaware, cumpliendo el deseo que el propio Einstein había manifestado antes de morir: “Quiero que me incineren para que la gente no vaya a adorar mis huesos”.
Pero no todo el cuerpo de Albert Einstein había sido cremado. Lo que sus familiares y amigos no sabían es que el mismo patólogo Thomas Harvey, de 43 años, una hora y media después de la muerte del famoso científico, había extraído su cerebro sin permiso, lo que algunos llamarían “robo”, aunque él siempre dijo que había sido un acto “en nombre de la ciencia”, para estudiar lo que debía ser uno de los cerebros más singulares y extraordinarios de la historia del hombre.
Después de extraer el cerebro de Einstein, Harvey lo pesó, descubriendo que pesaba 1.230 gramos, el límite inferior del rango normal para los hombres de la edad del físico. Posteriormente lo fotografió desde distintos ángulos y lo colocó intacto en una solución de 10 por ciento de formol.
Cuando comenzó a rumorearse que el cerebro de Einstein había sido extraído a hurtadillas, Harvey se las ingenió para convencer a Hans Albert Einstein, el hijo mayor del profesor, de que lo dejara conservar el cerebro de su padre, siempre y cuando lo usara sólo para el estudio científico. Sin embargo, al Hospital de Princeton no le gustó el proceder de Harvey y lo despidió en el acto. Harvey, de todos modos, se llevó el cerebro de Einstein a la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia para diseccionarlo en 240 piezas y conservarlo en celoidina, una forma dura y elástica de celulosa. También creó 12 juegos de 200 diapositivas que contenían muestras de tejido indexadas a las piezas y se las envió a algunos investigadores. Luego dividió las piezas en dos jarros de dulce que contenían alcohol y se las llevó a su casa para almacenarlas en el sótano de su casa.
Harvey se contactó con varios neurólogos para que examinaran el cerebro de Einstein, pero, increíblemente, nadie aceptó el ofrecimiento, quizás porque tomaron a Harvey por un lunático o quizá simplemente tenían cosas más importantes que hacer. Lo único cierto es que a contar de ese momento, la vida de Harvey entró en una espiral de mala racha. Su mujer lo acusó de obsesionarse con el cerebro del científico y lo abandonó y Harvey quedó arruinado económicamente y solo.
Harvey, al fin, guardó el cerebro de Einstein en el maletero de su auto y recorrió gran parte de Estados Unidos en busca de trabajo. Ejerció como médico y también como operario en una línea de montaje de una fábrica de plástico. El mundo, atento al final de la guerra del Vietnam y el escándalo del Watergate, se olvidó por entonces del cerebro perdido de Albert Einstein. No fue sino hasta 1978 cuando el periodista Steven Levy, de la revista New Jersey Monthly, logró que Harvey le concediese una entrevista. Por esa época Harvey trabajaba como supervisor médico en un laboratorio de pruebas biológicas en Wichita, Kansas, manteniendo el cerebro de Einstein en una caja de sidra escondida debajo de un enfriador de cerveza.
La entrevista de Harvey se publicaría con el revelador título “Yo encontré el cerebro de Einstein” y fue leída por varios científicos de la Universidad de Berkeley, en California, entre ellos la neuróloga Marian Diamond, quien se puso en contacto con Harvey para pedirle un trozo de aquel encéfalo que tan celosamente guardaba. Diamond analizaría la muestra y publicaría un revelador artículo en 1985 en el que sostuvo que Einstein tenía más células gliales (cuya función principal es dar soporte a las neuronas) por neurona que una persona normal.
A partir de ese momento, y luego que la historia de Thomas Harvey y el cerebro perdido de Albert Einstein fueran publicados en la revista “Science”, comenzaron a llegar a la casa del ex patólogo peticiones de muestras de muchos investigadores. Y Harvey les enviaba pequeñas piezas del cerebro de Einstein, más pequeñas que las que ya tenía conservadas, cortándolas con un cuchillo de cocina que utilizaba para tal efecto. Las piezas de cerebro eran enviadas por correo postal en un frasco, la mayoría de una marca de mayonesa que el patólogo ingería de manera compulsiva. La BBC realizaría más tarde un documental sobre su vida, donde se mostraba al ya octogenario Harvey vagando en el sótano de su casa con un frasco y cortando una pieza del cerebro de Einstein en una tabla de quesos con su cuchillo de cocina “especial”.
Thomas Harvey moriría el 5 de abril de 2007, a los 94 años, y los trozos de cerebro de Einstein que aún conservaba fueron a parar a sus herederos. Tres años después, éstos los donaron al Museo Nacional de Salud y Medicina que el Ejército de EE.UU. tiene en Maryland. Entre ese material se encontraban catorce nuevas fotografías del cerebro de Einstein tomadas desde distintos ángulos y que hasta ahora no habían sido publicadas.
¿Era especial el cerebro de Albert Einstein?
El estudio del cerebro de Einstein, como ya se mencionó, se inició tras su muerte en 1955, cuando el patólogo Thomas Harvey lo fotografió desde distintos ángulos antes de cortarlo en 240 trozos para poder analizarlo. Estos trozos fueron cortados a su vez en láminas lo bastante finas como para poder ser examinadas con un microscopio. En los años sucesivos, Harvey distribuyó muestras del cerebro de Einstein a casi una veintena de investigadores internacionales para facilitar su estudio. Sin embargo, hasta ahora solo seis investigaciones han sido publicadas.
Uno de esos estudios, dirigido por la antropóloga Dean Falk, de la Universidad del Estado de Florida (EE.UU.) y que se publicó en la revista “Brain”, reveló que el córtex prefrontal, situado sobre los ojos en la parte anterior del cerebro y que alberga aptitudes como la capacidad de concentración, la planificación o la perseverancia ante los retos, estaba excepcionalmente desarrollado en el cerebro del científico alemán de origen judío. “El cerebro de Einstein tenía un córtex prefrontal extraordinario, lo que pudo contribuir a sus excepcionales capacidades cognitivas”, señaló Falk, quien agregó que Einstein tenía una densidad anormalmente alta de neuronas en algunas regiones del cerebro y una densidad mayor de células gliales que otras personas.
Además, los investigadores descubrieron algunas extrañas anomalías en los lóbulos parietales de Einstein, lóbulos que intervienen en el pensamiento simbólico, las aptitudes lingüísticas, el razonamiento matemático y la orientación espacial. “Tal vez aportaron algunas de las bases neurológicas para las aptitudes visuoespaciales y matemáticas de Einstein”, señala la publicación.
En el año 2012, la misma antropóloga Dean Falk, de la Universidad de Florida, y Frederick Lepore, profesor de Neurología de la Universidad de Rutgers, estudiando algunas fotos nunca antes vistas del cerebro de Einstein, concluyeron en la misma revista “Brain” que se trataba de “un cerebro excepcional. Pero no por su tamaño. Pesaba 1.230 gramos, lo cual para un hombre de 76 años (la edad de Einstein cuando murió) no es excepcionalmente grande, pero cuando se examinan las fotos, tiene una anatomía muy extraordinaria”.
En esa publicación se afirmó que la mayoría de las personas tenemos tres giros prefontales (las elevaciones de la superficie del cerebro que se producen al plegarse la corteza y que están separadas por surcos ), mientras que Einstein tenía cuatro al contar con uno extra en su lóbulo frontal medio.”Tiene muchas otras cosas (distintas). Todos sus lóbulos del cerebro son distintos a la anatomía normal”, afirmaron los científicos.
Sandra Witelson, de la Universidad de McMaster (Canadá), ya había examinado la anatomía de la corteza cerebral de Einstein en 1999, divulgando la idea de que Einstein había sido un “genio parietal”, ya que su lóbulo parietal inferior (la parte del cerebro encargada del conocimiento espacial y el pensamiento matemático) era más ancho de lo normal y parecía mejor integrado. “Con todas las fotos pudimos mirar todos los lóbulos desde todas las perspectivas, y vimos que sí, los lóbulos parietales eran excepcionalmente grandes, pero también lo eran los lóbulos temporales, occipitales, el frontal, etcétera”, explicó Lapore.
En el año 2013, finalmente, otro estudio neurológico del cerebro de Einstein también encontró otro secreto tras su prodigiosa inteligencia: las conexiones nerviosas del cerebro del científico (que enlazan un hemisferio cerebral con el otro y transmite información necesaria para la coordinación motora, pero también está implicado en procesos cognitivos) eran inusualmente buenas.
Después de analizar los resultados de todos estos estudios, una de las preguntas que todavía quedan pendientes es si Einstein nació con esas características cerebrales particulares o si estas se desarrollaron tras una vida dedicada a pensamientos complejos. Lo único cierto, en todo caso, es que el vilipendiado patólogo Thomas Harvey, el autor del “robo” del cerebro de Einstein en 1955, sacrificó medio siglo de su vida, su carrera y su matrimonio, pero finalmente logró cumplir la promesa que le hiciera a Hans Einstein: el cerebro de su célebre padre fue objeto de una rigurosa investigación científica.
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